Numerosas parroquias vuelven a dar la comunión en la boca y a ofrecer agua bendita a los fieles

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Poco a poco se va volviendo a la normalidad y la comunión en la boca deja de estar en la práctica prohibida. Miles de católicos ven una luz al final de un túnel que dura ya dos años.

Cierre de templos, prohibición de la comunión en la boca, imposibilidad de confesarse, desaparición de sacramentales como el agua bendita, exigencia a los fieles de pasaporte covid para poder ir a misa, suspensión de ministerio a sacerdotes no vacunados… A lo largo de estos dos últimos años la mayoría de las diócesis del mundo han aplicado restricciones y condicionantes a la vida espiritual de los fieles que han ido en algunos casos más allá de las que imponía el Estado. Muchas de ellas desaparecieron con el final de los confinamientos de 2020, pero otros fueron apareciendo a lo largo de 2021 al ritmo de las campañas de vacunación.

Por ejemplo, en países como Suiza, Holanda, Croacia y Grecia no se puede ir a misa sin green pass, y el cardenal Jean-Claude Hollerich, arzobispo de Luxemburgo y presidente de la Comece (Comisión de Conferencias Episcopales de la Unión Europea), sugirió a principios de enero que en toda Europa «solo los vacunados participen en las liturgias», prohibiendo el acceso a ellas a quien no lo esté. La rápida y universal difusión de la variante ómicron por y entre vacunados ha convertido en irrelevante la distinción, aunque el purpurado no se retractó. Al revés, destacó que el green pass debía servir para «dar la bienvenida a la Eucaristía» a los cristianos.

Dos de las más dolorosas restricciones para muchos fieles en estos meses han sido la obligatoriedad de la comunión en la mano (en clara violación de las propias normas de la Iglesia) y la desaparición o vaciamiento de las pilas de agua bendita. Ambas comienzan sin embargo a reaparecer, permitiendo una luz de esperanza en el horizonte a católicos que, no teniendo facilidad para buscar alternativas, llevan dos años sin poder recibir el Cuerpo de Cristo porque sus párrocos, sencillamente, se lo niegan.

En un vídeo oficial, la basílica de Guadalupe advierte a los fieles (minuto 2:34) de que se les negará la comunión en la boca, invitándoles incluso gestualmente a irse del lugar si lo pretenden. Esto ha sido una realidad para miles de fieles desde hace dos años, y en algunos casos sigue siéndolo.

Hubo sacerdotes que hicieron discretamente caso omiso de las disposiciones tajantes de sus obispos (si éstos situaban a los fieles en la disyuntiva de comulgar en la mano o no comulgar) y nunca dejaron de administrarla en la boca a quien se lo pidió. En algunas diócesis sin embargo, encontrar un sacerdote con ese criterio ha sido absolutamente imposible, resultando inútil cualquier apelación a la autoridad, a pesar de que jamás ha existido ningún estudio concluyente que afirmase que una u otra forma de comulgar es más segura desde el punto de vista de la transmisión del virus.

Ese panorama empieza a cambiar. No del todo, porque sigue habiendo personas a quienes se les niega reiteradamente, como se denunciaba recientemente respecto a una parroquia de Malgrat de Mar (Barcelona). Pero sí es cierto que, aunque muchas diócesis mantienen buena parte de los criterios litúrgicos fijados en 2020 (salvo los referidos a aforo o distancia social, que han ido cambiando al ritmo de las disposiciones civiles), en la práctica están dejando de cumplirse.

Algunas sí que han oficializado el cambio, y así, por ejemplo, Carlos Arturo Quintero, obispo de Armenia (Colombia), explicó que a partir del 1 de enero, y aunque «teniendo en cuenta las precauciones que cada persona debe tener al momento de acercarse a comulgar, se ha autorizado que también puede recibirse la comunión en la boca«.

Como la presión comunitaria y los prejuicios se mantienen y existe el temor a verse denunciado como contagiador, lo más habitual es que los fieles que desean comulgar en la boca se queden los últimos de la fila, para hacerlo cuando ya han comulgado todos los que lo hacen en la mano. Hay parroquias donde sacerdotes diferentes abren dos colas distintas para unos y para otros, anunciándo claramente para que los fieles tomen la opción que consideren pertinente. Otras, por último, han vuelto a las antiguas costumbres, y los fieles eligen una u otra posibilidad según se van acercando, entremezclados, al altar.

Algo parecido sucede con el agua bendita. En bastantes templos vuelven a estar disponibles las viejas pilas para mojar los dedos y santiguarse al entrar y salir. A los pocos meses del comienzo de la pandemia ya quedó claro que la transmisión por contacto es irrelevante, pero para quien mantiene esa prevención hay iglesias que ofrecen a los fieles un dispensador de agua bendita similar al que se usa para gel hidroalcohólico, de forma que el agua del depósito nunca entre en contacto con un eventual contagiado.

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