Queridos lectores:
¿Quizá uno de los más bellos libros marianos que se hayan escrito en los tiempos modernos? Las bienaventuranzas de María, del entonces obispo de Sigüenza-Guadalajara, Laureano Castán Lacoma, es una justificación bíblica, teológica y espiritual del título de Bienaventurada con el que, según anunció Nuestra Señora en el Magnificat, todas las generaciones la han ensalzado.
No tuvo Don Laureano una intención académica, sino «presentar la persona de María de suerte que el lector se sienta impulsado a ensalzarla y alabarla», y a Dios «por las inefables grandezas que obró en ella». Y mostró, en efecto, que las decenas de bienaventuranzas que constan en las Sagradas Escrituras (sobre todo, como es obvio, las del Sermón de la Montaña) son todas ellas predicables de forma excelsa de la Madre de Dios. Monseñor Castán Lacoma las agrupó en cuarenta, con las cuales nos presentó sendas virtudes o hechos de la vida de la Virgen que nos hacen conocerla mejor y amarla más.
La obra es de una perfección literaria admirable. Preciso y sencillo en la explicación teológica, natural sin erudiciones en la exégesis, devoto sin ser recargado en su entusiasmo por las glorias de María, el obispo instruye en la fe y guía en el amor. Y aunque, con humildad, afirma no haber escrito una Mariología sistemática, sí es una Mariología completa y casi una Teología completa, pues todas las realidades divinas tienen contacto con la Madre de Dios y en ella las vemos encarnadas e iluminadas.
«Este libro ha de ser contado entre los que invitan a la contemplación y la adoración», sugiere. Es, desde luego, una guía segura para ello.
Romería de la Virgen del Rocío, en Almonte (Huelva, España).