Queridos lectores:
¿Qué pueden estar diciéndole a la Virgen María su Creador, Esposo e Hijo el día en que se celebra su Natividad?
Lo imaginó en 1622 el eremita mexicano fray Juan de Cepeda en un sermón muy celebrado entonces: «Eres perfectísima, y sobre toda ponderación hermosa, y agraciada Amiga mía, en cuya hechura me he remirado desde el instante que comencé a bosquejarte y di principio a este trasunto de la idea de belleza y hermosura que tuve en mi divina mente para Madre del eterno Verbo antes que creara los cielos, elementos y la hermosura que en ellos hay. En el vientre de Ana, tu madre, te hice sin borrón, ni en una mínima línea: toda bellísima, perfecta, toda pura y llena de gracia. Bella, tan hermosa y sin mancha del pecado original, cual convenía para ser Madre del Hijo de Dios hecho hombre».
¿Cómo podría enamorarse Dios de la obra de Sus manos, destinada a ser la Madre carnal de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, si hubiera estado manchada por el estigma del pecado o la posibilidad de cometerlo? La Iglesia solo celebra tres natalicios en su liturgia: el de Jesucristo, el de San Juan Bautista y el de la Madre de Dios. Su nacimiento el 8 de septiembre es jubiloso sobre todo por su vínculo, nueve meses antes, con la Inmaculada Concepción.
Si la celebran cientos de pueblos y ciudades con su patronazgo no es solo por sus virtudes y méritos, sino por la alegría de seguir teniéndola entre nosotros: en cuerpo y alma en el cielo y en la tierra por su continua intercesión.
Procesión de la Virgen del Pino en Teror (Gran Canaria).