Queridos lectores:
Según algunos textos cristianos de los primeros siglos, María, siendo niña, hizo en el templo un voto de virginidad perpetua. Y, en todo caso, lo tenía hecho en el momento de la Anunciación, como se deduce de los Evangelios.
El ángel se dirige a «una virgen desposada», y cuando le anuncia que concebirá y dará a luz a un hijo, ella responde: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?». Nuestra Señora no estaba solo prometida a José, sino casada con él, aunque aún no vivían juntos, algo que era habitual en el mundo judío y no impedía a los cónyuges mantener relaciones. La respuesta de la Virgen es una proclamación de su virginidad y de su determinación de mantenerla.
Lo cual concuerda con la reacción de José, quien, al conocer el embarazo, y «como era justo», decide «repudiarla en privado» porque «no quería difamarla». Es decir, él sabía que el hijo no era suyo, porque respetaba el voto de su esposa. Y sabía que, de alguna forma incomprensible para él (luego aclarada en sueños), ella había mantenido el voto a pesar de su embarazo. En efecto, de haber sospechado que era hijo de otro hombre, él podría haberla repudiado en público («difamado») sin ser injusto, pues habría estado en su derecho de hacerlo. El hecho de que no querer «difamarla» sea consecuencia de su «justicia» prueba que él conocía el voto de su mujer.
Cuando, pues, Nuestra Señora reciba la visita del arcángel Gabriel, comprenderá enseguida el sentido de aquella inspiración del Espíritu Santo que la indujo de niña a consagración tan especial.
Procesión de la Anunciación (El Villar de Arnedo, La Rioja, España). Foto: Sanda Sáinz.