A sus 53 años, Marta Giménez lleva 25 casada, tiene dos hijos y ejerce la medicina. Criada en una familia cristiana, su pasión por la ciencia y la medicina llegó a su vida a los 12 años. Con la fe, aunque siempre tuvo «clara la teoría», admite en El rosario de las 11 que en su vida primó el trabajo, los proyectos y la familia, mientras que la práctica religiosa pasó de ser «algo de domingos. Y con el tiempo, ni si quiera eso». Cuando nacieron sus hijos -hoy de 24 y 17 años- la posibilidad de evangelizar, acompañar, librar con sus pacientes la batalla final con María o presenciar sanaciones milagrosas se antojaba improbable.
Tuvo un primer acercamiento a la fe tras la comunión de su hija, cuando retomó algo de práctica religiosa «por remordimiento». Pero no fue hasta el 23 de noviembre de 2012 cuando tendría, el mismo día que Blaise Pascal pero en 1654, su «noche de fuego particular«.
Todo fue una sucesión de sutiles casualidades. Recuerda que en pocos días oyó hablar de Medjugorje, lo que desde un primer momento contempló con puro escepticismo. «Vaya flipados, que tontería, se aparece la Virgen y yo sin saberlo», pensaba de ellos.
Muy poco después se sorprendió ante la extraña conducta de su marido, que le enseñó a María Vallejo-Nágera contando su propia conversión en Medjugorje. Verlo debilitó impactantemente buena parte de sus reservas.
Las casualidades siguieron. Y conforme se acercaba la fecha señalada, la sanitaria ya llevaba un tiempo planteándose la separación, extenuada por el trabajo y la propia vida, hasta el punto en que tomó la decisión. «Me separo. No puedo más«, pensó.
Solo tenía que llevar su decisión a término cuando, sin saber el motivo, le dijeron que estaban rezando por ella. Y de pronto, un sábado por la mañana, apareció un Evangelio tirado en la entrada de su casa. Abrumada por aquellas misteriosas señales, abrió el libro mientras «retaba a Dios» desafiante: «¿Qué tienes que decirme?».
Interpretó lo que se mostró ante sus ojos como una clara respuesta: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga«.
«Impactada» por la respuesta divina ante su «grito al cielo» y por el testimonio de Vallejo-Nágera, recuerda aquel momento como una «conversión tumbativa».
«Se me abrió el entendimiento. Todo lo que nos habían contado en clase de religión era verdad», relata.
Perteneciendo al ámbito científico y tras años lejos de la fe, admite que encontró no pocas resistencias o dificultades, como a la Eucaristía, resultándole «algo irracional». «Me habían dicho muchas veces que el Señor está presente, pero no me había dado cuenta de lo que era ese cielo en la tierra que es la misa«.
En su descanso de la mañana, la sanitaria comenzó a acudir a misa de 11 en el hospital, pidiendo «creer racionalmente» en lo que presenciaba cada día. Y con el tiempo, dice, «lo acabas creyendo. A través de la Eucaristía la persona se transforma, Él te hace suyo cada día y te transforma sin darte cuenta».
No todo fueron consuelos. Menciona que llevaba a sus espaldas muchos años de «orgullo y soberbia» y que, por eso, dejarse guiar y «perder el control no es fácil». También recuerda pruebas, especialmente en su matrimonio, que hoy contempla como «un camino de santidad, con su cruz, sus calvarios y su resurrección«.
Con todo, su conversión seguía suscitándole dudas: ¿Será que me voy a morir pronto? ¿Qué querrá el Señor de mí? ¿Por qué me da la conversión a mí y no a mi marido o a mi familia? ¿Qué tengo de especial?. Recuerda que Radio María, que acaba de cumplir sus 25 años de emisión en España, y las catequesis del obispo Munilla, fue crucial en los comienzos de su formación.
El enemigo: «Eso no era humano»
Pero aún le quedaba presenciar «al enemigo» para comprender su nueva misión. Fue un año después, en Medjugorje, cuando fue testigo del «combate» espiritual que se libra en el día a día al presenciar una posesión.
«Como médico, [puedo afirmar que] eso no era humano, ni epilepsia ni una enfermedad. Lo que vimos nos impactó a muchos y yo me preguntaba cómo podía existir algo así», afirma.
Intrigada, a su regreso no tardó en leer sobre el tema, buscando obtener respuestas a muchas preguntas, cómo qué había sucedido, en qué consistía el juego, si el mal era una persona o hasta donde se corría peligro. Devoró libros como Las seis puertas del enemigo, de Javier Luzón, o Cielo e Infierno, de Vallejo-Nágera. Tanto el hecho de presenciar una posesión como la preparación que obtuvo posteriormente le llevaron a comprender la «batalla espiritual» y el «combate final» que tenía lugar en cientos de casos cada día en el hospital donde trabajaba.
Una maestra de vida en la enfermedad
De nuevo en el hospital, su percepción había cambiado. Ahora veía a pacientes en el fin de sus vidas, en situaciones «de riesgo» en las que «su alma tendría que librar una importante batalla». Y conforme pasó el tiempo, la conversa decidió hablar.
Habla de Luz María, a quien conoció durante el primer año de su conversión, y con la que aprendió el significado cristiano de la buena muerte, la preparación, la confianza o la importancia de los sacramentos.
Hoy piensa que es una batalla que «deberían enseñarnos a todos desde pequeños. La viviremos en solitario y debajo de la morfina. Te dicen que no sufrirá, pero ahí debajo, el demonio va a molestar y el alma libra una batalla».
Saber aquello le llevó a compartir lo que aprendió en su conversión, hace ya 12 años, con otros pacientes.
Consolando y llevando la fe a los enfermos: «Siempre aceptan»
Explica que, cuando la llaman, reza al ángel de la guarda propio y del paciente para que la conversación marche bien. «Y funciona».
Su caso es un buen ejemplo de cómo conciliar la propia vida de fe en el entorno laboral no solo es posible, sino «necesario».
Marta comenzó a hablar con sus pacientes que lo solicitaban y que estaban «en el camino» a esa gran batalla «cargados de miedos. Y siempre te aceptan».
Entre otros temas, les introduce a la devoción de la divina misericordia, les consuela e invita a los alejados a llevar a cabo «un solo de acto de amor al Señor y decirle que sí, que Él lo hace todo». También les lleva estampas de la Divina Misericordia y les habla de San José, el ángel de la guarda o el Padre Pío. Lo llama «el kit».
«He aquí a tu hija»
La sanitaria admite que si en su conversión Jesús y la fe eran cruciales, la devoción a la Virgen le «costaba» más. Algo que cambió en una visita a Jerusalén, «de mochilera», cuando fue al lugar más idóneo para rezar la devoción de la Divina Misericordia, donde murió Jesús.
«Me puse a rezar la oración de Santa Faustina cuando escuché una voz en el corazón que me decía: `Madre, he aquí a tu hija´. Miré al lado, vi la imagen de la Virgen con espadas en el corazón y desde entonces me sentí amada por ella, como una hija especial de la Virgen«, relata.
Desde ese momento, la devoción mariana cobró un significado especial en sus visitas y conversaciones con pacientes, a quienes acompaña en «la batalla final» con María.
Relatos de sanaciones milagrosas
Relata un caso especialmente llamativo, de un joven acompañado de su madre con un cáncer en el pie. Se lo iban a amputar, pero entonces la doctora, que tenía acceso a uno de los ejemplares del manto sagrado de la Virgen de Guadalupe, muy milagroso, hizo uso de él.
«En el momento en que lo pusimos sobre la pierna y rezamos la madre y yo unidas pidiendo la sanación, nos quemó y tuvimos que apartarnos las manos. Nos quedamos sorprendidas y al terminar de rezar, la quimio empezó a responder y no le amputaron el pie«, relata.
Recuerda otra ocasión que involucró al manto, al que tiene acceso desde hace unos 5 años. Era una paciente con un cáncer de ovario. Repitió la acción y cuenta que la enferma sintió un frio helador. La operaron al día siguiente y, tras recabas muestras, «no había tumor«.
Pero en su opinión, más sorprendentes que las sanaciones físicas son las espirituales.
Como le sucedió a un paciente de un cáncer de pulmón que llevaba 30 años sin confesarse. «Cogí el manto, se lo puse y después de rezar y hablarle del amor de Dios le invité a hablar con un sacerdote y pedir el don del perdón.
«De repente llamó a un sacerdote y los dos se fueron con una alegría enorme. La unción fue un miércoles. El viernes hicimos un vía crucis y él decía: `El Señor se cae una y otra vez y se levanta. Soy yo, que he vuelto a levantar´», le decía. Falleció al día siguiente.
Las gracias marianas también influyen al margen de su dedicación profesional, y admite que su marido, tras diez años, está comenzando a rezar con ella. Por ello no le importa que en ocasiones se rían de ella en el trabajo o la llamen «la loca del manto».
Hoy, cuenta que su compromiso «más importante con el Señor» es su familia y su matrimonio: «Estoy aprendiendo el valor del hogar, de Nazaret. Con mis hijos y mi familia, donde yo no llego, pido a la Virgen que llegue ella, que les cuide y proteja del enemigo. Ella nos ha llevado a través de Amor Conyugal a la reconstrucción de nuestro matrimonio».