Los primeros días de diciembre son profundamente marianos en México: después del 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada, llega el 9 de diciembre, fiesta de San Juan Diego, el indio que transmitió el mensaje de la Virgen de Guadalupe y convirtió al pueblo mexicano. Y tres días después, el 12 de diciembre, la Fiesta de la Virgen de Guadalupe, que mueve multitudes en México.
El SIAME (Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México) publica materiales y artículos para profundizar en estas fiestas marianas.
El presbítero Sergio G. Román escribe el siguiente artículo sobre la figura de San Juan Diego… con peculiares toques antiespañoles.
San Juan Dieguito,
por Sergio G. Román
El sábado 9 de diciembre de 1531, cuando Juan Diego se dirige a la santa doctrina, muy de mañana, al llegar al cerrito del Tepeyac comienza la historia que todos conocemos: la visita de la Madre de Dios a nuestra patria.
Cuauhtlatoatzin
Allá por 1474, en Cuautitlán, perteneciente al reino de Texcoco, nace un indio chichimeca que recibe el nombre de Cuauhtlatoatzin, “el Águila que habla”. Poco o nada sabemos de su infancia y juventud; podemos suponer que recibió aquella estricta formación dada por los indigenas prehispánicos, con la que formaban a sus niños como hombres honrados, amantes de su patria y de sus dioses.
Se casó con una india llamada Malintzin y con ella tuvo descendencia. Se ganaba la vida con su trabajo como agricultor y, posiblemente, alfarero.
Su vida hubiera transcurrido sin pena ni gloria y hoy sería un perfecto desconocido si no le hubiera tocado vivir el hecho histórico de la conquista. En 1521 los españoles toman la gran Tenochtitlán y truncan el desarrollo de una cultura indígena que se encontraba en pleno desarrollo. Esto hace de nuestro protagonista un hombre de dos mundos. La hispanidad le da la oportunidad de vivir una nueva forma de existencia.
Su sí al nuevo Dios
A Cuauhtlatoatzin no debió gustarle la invasión de su patria por los españoles. Pertenecían a un mundo totalmente diferente al suyo. Además, eran violentos y ambiciosos.
Hombre piadoso, sufrió por la caída de sus dioses y por la destrucción de sus templos. ¿Qué fue lo que lo atrajo a la fe de Cristo? No lo sabemos. Quiero pensar que fue el testimonio de santidad de los primeros misioneros, franciscanos, que llegaron a nuestras tierras. Uno de ellos era tan pobre que los indios lo llamaron “el pobrecito”, es decir “Motolinía”. El mismo nombre que se le da a san Francisco, el pobrecito de Asís.
Cuauhtlatoatzin fue bautizado en Tlatelolco hacia 1524, junto con su esposa y su tío y recibieron los nombres cristianos de Juan Diego, Lucía y Juan Bernardino. Juan Diego dijo su “sí” a Dios con tal convicción que se dedicó fervientemente a hacerse santo. Sabemos que él y su mujer decidieron vivir en perfecta castidad después de su bautismo como signo de su entrega a Dios. Querían amarlo con el corazón completo.
A la muerte de su esposa, hacia 1529, Juan Diego deja Cuautitlán y se va a vivir con su tío anciano a Tulpetlac. Podemos pensar que lo hizo para cuidar a su anciano tío, pero también podemos suponer que se mudó porque Tulpetlac está más cerca geográficamente de Tlatelolco a donde Juan Diego quería acudir semanalmente a la santa doctrina que daban los padrecitos, servidores de nuestro Señor. La escena está preparada y el protagonista listo para vivir una de las páginas más bellas de nuestra historia: el milagro del Tepeyac.
Desde el cielo una hermosa mañana
El sábado 9 de diciembre de 1531, cuando Juan Diego se dirige a la santa doctrina, muy de mañana, al llegar al cerrito del Tepeyac comienza la historia que todos conocemos: la visita de la Madre de Dios a nuestra patria. Después, ya nada sería igual. Después de las apariciones de la Santísima Virgen, Fray Juan de Zumárraga eligió el sitio, al pie del Tepeyac, donde se construyó de prisa una pequeña capilla de adobe en donde se colocó la imagen impresa en la tilma de Juan Diego.
Los indios de Cuautitlán le construyeron al vidente una casita junto a la capilla de la Virgen.Todavía se guarda memoria de esta habitación humilde: cuando vayan ustedes a la Basílica de Guadalupe, busquen la Iglesia Vieja de los Indios y allí, junto a ella, señalada con una cruz y una fuente, se encontraba la choza de adobe de Juan Diego, convertido en guardián de la imagen sagrada.
Allí vivió santamente el resto de sus días convertido en sacristán, catequista y misionero hasta 1548 en que voló al cielo a lado de “la más querida de sus hijas”, la Santísima Virgen de Guadalupe. Fue enterrado en la capilla de la Virgen junto a su tío Bernardino que había muerto unos años antes.
Modelo de cristiano
Admiramos en san Juan Diego su deseo de agradar a Dios, su valentía y el no dejarse vencer por las circunstancias. Podemos imitar el gran amor que tuvo a la Virgen y cómo se convirtió en su mensajero, no sólo ante el obispo, sino ante todos sus hermanos indígenas a los que narró el gran acontecimiento. Juan Diego es un modelo de vida para todos nosotros y un aliento para los indios que así se ven aceptados como iguales, al menos, en la Iglesia.
¿Existió o no?
Ha habido siempre una oposición muy fuerte a las apariciones de la Virgen de Guadalupe, ya no digamos a la existencia de Juan Diego; la historia se ha ido encargando de responder a cada una de las dudas sobre el acontecimiento guadalupano, de tal manera que tantos ataques tan sólo han servido para que estemos más convencidos de la veracidad de las apariciones. La canonización de Juan Diego aceptada por el Papa Juan Pablo II después de un estudio minucioso de las pruebas de su existencia, es una garantía de la seriedad de la tradición que los mexicanos hemos conservado a través de los siglos.
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El Nuncio en México aprovechó la fiesta para proponer el mensaje de santidad de San Juan Diego.
Al celebrar este martes 9 de diciembre la fiesta de san Juan Diego en la Antigua Capilla de Indios, en el Tepeyac, Mons. Christophe Pierre, nuncio Apostólico en México, pidió que el testimonio de san Juan Diego siga impulsando la construcción de la nación mexicana, promueva la paternidad entre todos sus hijos y favorezca la reconciliación de México con sus orígenes, valores y tradiciones.
“El mensaje que Dios nos ha hecho llegar con la presencia de Santa María de Guadalupe, y por medio de san Juan Diego, debe también iluminar nuestras mentes y alentar nuestros corazones en estos tiempos difíciles que nos toca vivir, para que la incertidumbre o la indiferencia no nos gane y aplaste”, expresó. Y llamó a los mexicanos a no esperar con los brazos cruzados a que las cosas cambien por sí solas.
El Nuncio Apostólico destacó las virtudes cristianas y la fe sencilla del santo indígena: “su esperanza y confianza en Dios y en la Virgen, su caridad, su coherencia moral, su desprendimiento y pobreza evangélica”.
Dijo que al llevar una vida de ermitaño junto al Tepeyac, el santo indígena fue ejemplo de humildad, y por ello la Virgen lo escogió entre los más humildes para esta manifestación condescendiente y amorosa como es la Aparición Guadalupana.
Consideró que san Juan Diego, al acoger el mensaje cristiano sin renunciar a su identidad indígena, descubrió la profunda verdad de la nueva humanidad en la que todos están llamados a ser hijos de Dios en Cristo. “Así facilitó el encuentro fecundo de dos mundos y se convirtió en protagonista de la nueva identidad mexicana, íntimamente unida a la Virgen de Guadalupe, cuyo rostro mestizo expresa su maternidad espiritual que abraza a todos los mexicanos”.
Pidió tener “la valentía de allanar las colinas de odio, de rencor, de la insolencia, y animémonos a saber llevar consuelo a los desiertos donde reina la pobreza, el dolor y el sufrimiento, y que la sencillez nos lleve a hacer cosas que nos unan; hay que luchar y trabajar frente al mal, viviendo en esperanza, un imperativo para todo hijo de María de Guadalupe… porque el Cristiano que pierde la esperanza pierde el sentido mismo de su existencia”.
Finalmente, exhortó al pueblo de Dios que peregrina en México a que, a ejemplo de san Juan Diego, “sean consoladores de nuestros hermanos, especialmente de aquellos que viven en la tristeza, en el dolor y en la desesperación”.
El Nuncio Apostólico celebró la Eucaristía en sustitución del Card. Norberto Rivera Carrera, quien se encuentra en Roma para concelebrar con el Papa Francisco la Misa de la Virgen de Guadalupe el próximo 12 de diciembre.
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La devoción guadalupana estos días se extiende incluso a Jordania, uno de los primeros países que albergó comunidades de cristianos hace dos mil años.
Una réplica de tamaño natural de la Virgen de Guadalupe será venerada en Amman, capital de Jordania, país que acoge a miles de refugiados de Siria e Irak, que se han visto obligados a huir por la persecución religiosa.
La imagen de la Virgen Morena que fue donada al sacerdote palestino Carlos Kahill, por el movimiento social católico “Unión de Voluntades”, que colocará en el templo María Madre de la Iglesia, que él resguarda en Jordania.
Junto la imagen de la Santísima Virgen de Guadalupe, la primera en entrar a un país musulmán, también se colocará una que piedra de las canteras naturales del Cerro del Tepeyac que le fue entregada al P. Kahill en la Basílica al finalizar la Misa de consagración de la Oficina de Ayuda a la Iglesia que Sufre-México a la Virgen Morena.
El sacerdote quedó conmovido al recibir el invaluable regalo, comentó que pondrá en un lugar especial la Virgen de Guadalupe para su veneración, este 12 de diciembre, expresó el Padre Kahill, en el marco de una Misa celebrada en la Parroquia de Nuestra Señor del Sagrado Corazón conocida como la Votiva, en su visita a México.
“¡Viva María!, todos somos hermanos y como cristianos perseguidos oramos a la Madre Dios por su protección y que llene de gracia a todos quienes sufren injusticias y sufrimientos”, dijo el sacerdote al agradecer las oraciones del pueblo mexicano por los hermanos perseguidos a causa de su fe en Oriente Medio.
En su homilía el padre Kahill, originario de Belén, expresó que “los cristianos no pueden estar tristes y es necesario orar por los hermanos perseguidos que viven fuera de sus casas y han perdido todo por luchar por su fe y amor a Dios”.
Relató que que varias ciudadanos de Irak fueron expulsados de sus casas; “les dieron 24 horas para salir de este país y no les permitieron llevar pertenencia alguna, ni siquiera medicinas a los enfermos. En las peores condiciones tuvieron que caminar decenas de kilómetros en el desierto ancianos, mujeres y niños, sin embargo, ellos han preferido renunciar a todo con tal de conservar su fe”.
Además pidió que en este tiempo de Adviento, se dedique una oración diaria por la paz del mundo y de los cristianos, “ofrezcan un pensamiento de apoyo y aliento no sólo por aquellos que sufren violencia o discriminación religiosa sino desde lo político y social. Oren en esta Navidad por los que no tienen nada sólo a Dios”.
Durante su visita a México el padre Carlos Kahill, compartió sus experiencias como cristiano perseguido y secuestrado por la intolerancia religiosa del fundamentalismo islámico, y exhortó a los fieles “no tener miedo por las tribulaciones de la fe sino llevarlas con alegría y ánimo como lo hizo Jesucristo”.
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Por último, reproducimos el mensaje del arzobispo de México con motivo de la Celebración de la Virgen de Guadalupe.
Virgen de Guadalupe, ¡ruega por México!
por el Cardenal Norberto Rivera Carrera
Santa María de Guadalupe es la mujer mestiza que realiza una perfecta inculturación del Evangelio, Ella es quien lleva en su inmaculado vientre a Aquel que es el Amor, fuente de la unidad. Por ello, es de gran importancia que en nuestros días se conozca el mensaje de unidad y de amor de nuestra Reina del Cielo, de nuestra Morenita, cuyo mensaje está centrado en Jesucristo. Ella es la estrella de la evangelización, en esta nueva evangelización, que nos guía a ese amor pleno y total del Señor del universo.
La importancia de su mensaje ha sido proclamada por los Papas desde hace siglos. Por ejemplo, cuando el Papa Benedicto XIV concedió, en 1754, Misa y Oficio propio para festejar a Santa María de Guadalupe los días 12 de diciembre, y manifestó la famosa frase: “Non fecit taliter omni nationi”, Dios no hizo nada igual con ninguna otra nación.
En el siglo pasado, el 12 de octubre de 1945, el Papa Pío XII proclamó: “Y así sucedió, al sonar la hora de Dios para las dilatadas regiones del Anáhuac. Acaban apenas de abrirse al mundo, cuando a las orillas del lago de Texcoco floreció el milagro. En la tilma del pobrecito Juan Diego –como refiere la tradición– pinceles que no eran de acá abajo dejaban pintada una imagen dulcísima, que la labor corrosiva de los siglos maravillosamente respetaría.”[1]
También el Papa san Juan XXIII, el 12 octubre de 1961, declaró: “«la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios, por quien se vive», derrama su ternura y delicadeza maternal en la colina del Tepeyac, confiando al indio Juan Diego con su mensaje unas rosas que de su tilma caen, mientras en ésta queda aquel retrato suyo dulcísimo que manos humanas no pintan. Así quería Nuestra Señora continuar mostrando su oficio de Madre: Ella, con cara de mestiza entre el indio Juan Diego y el obispo Zumárraga, como para simbolizar el beso de dos razas […] Primero Madre y Patrona de México, luego de América y de Filipinas;[2] el sentido histórico de su mensaje iba cobrando así plenitud, mientras abría sus brazos a todos los horizontes en un anhelo universal de amor.”[3]
El Papa Pablo VI, en otro 12 de octubre, pero del año 1970, exclamó “La devoción a la Virgen Santísima de Guadalupe, […] sigue conservando entre vosotros su vitalidad y su valor, y debe ser para todos una constante y particular exigencia de auténtica renovación cristiana.”[4]
El Papa san Juan Pablo II dijo: “Desde que el indio Juan Diego hablara de la dulce Señora del Tepeyac, Tú, Madre de Guadalupe, entras de modo determinante en la vida cristiana del pueblo de México.”[5] Asimismo, declaró con gran fuerza la perfecta evangelización que nos ha sido donada por nuestra Madre, María de Guadalupe: “Y América, –declaró el Papa– que históricamente ha sido y es crisol de pueblos, ha reconocido «en el rostro mestizo de la Virgen del Tepeyac, […] en Santa María de Guadalupe, […] un gran ejemplo de evangelización perfectamente inculturada». Por eso, no sólo en el Centro y en el Sur, sino también en el Norte del Continente, la Virgen de Guadalupe es venerada como Reina de toda América.”[6]
En torno al Papa Benedicto XVI, nos encontramos en Aparecida, y en el Documento final, cuyo redactor fue el entonces cardenal Bergoglio, se proclamó: “[María], así como dio a luz al Salvador del mundo, trajo el Evangelio a nuestra América. En el Acontecimiento Guadalupano, presidió, junto al humilde Juan Diego, el Pentecostés que nos abrió a los dones del Espíritu.”[7] Y más adelante: “Todos los bautizados estamos llamados a «recomenzar desde Cristo», a reconocer y seguir su Presencia con la misma realidad y novedad, el mismo poder y afecto, persuasión y esperanza, que tuvo su encuentro con los primeros discípulos a las orillas del Jordán, hace 2000 años, y con los «Juan Diegos» del Nuevo Mundo.”[8]
Y, ahora, el Santo Padre Francisco, el 11 de Diciembre de 2013, víspera de la fiesta de Santa María de Guadalupe, recordó que la Virgen María, “cuando se apareció a san Juan Diego, su rostro era el de una mujer mestiza y sus vestidos estaban llenos de símbolos de la cultura indígena. Siguiendo el ejemplo de Jesús, –continuó el Papa– María se hace cercana a sus hijos, acompaña como madre solícita su camino, comparte las alegrías y las esperanzas, los sufrimientos y las angustias del Pueblo de Dios, del que están llamados a formar parte todos los pueblos de la tierra”. El Santo Padre continuó proclamando la universalidad y actualidad de la imagen y del mensaje guadalupano: “La aparición de la imagen de la Virgen en la tilma de Juan Diego fue un signo profético de un abrazo, el abrazo de María a todos los habitantes de las vastas tierras americanas, a los que ya estaban allí y a los que llegarían después. Este abrazo de María señaló el camino que siempre ha caracterizado a América: ser una tierra donde pueden convivir pueblos diferentes, una tierra capaz de respetar la vida humana en todas sus fases, desde el seno materno hasta la vejez, capaz de acoger a los emigrantes, así como a los pobres y marginados de todas las épocas. Una tierra generosa”.
Este 12 de diciembre de 2014, Fiesta de Santa María de Guadalupe, marcará la historia. Los grandes festejos Guadalupanos en la Basílica de San Pedro serán una realidad gracias al Papa Francisco quien presidirá la Eucaristía y nos llenaremos de alegría al concelebrar con él. La Pontificia Comisión para América Latina, presidida por mi hermano Marc Ouellet, desarrolló la organización, asimismo las distintas conferencias sobre el Acontecimiento Guadalupano y el Rosario del Amor Guadalupano serán coordinadas por nuestro Instituto Superior de Estudios Guadalupanos.
Ciertamente, todo esto conlleva una gran responsabilidad en esta tierra bendita en donde nos proclamamos “guadalupanos” al manifestar con la vida misma este mismo amor que une y abraza a todo ser humano, especialmente al más necesitado, pues todos somos hermanos, con la misma dignidad de ser parte de la única familia de Dios. La Virgen de Guadalupe, la Morenita, la mujer mestiza de la unidad y del amor, nos lleva a todos en el hueco de su manto en el cruce de sus brazos.
[1] Pío XII, «Alocución Radiomensaje», 12 de octubre de 1945, en AAS, XXXVII (1945) 10, pp. 265-266.
[2] Nuestra Señora de Guadalupe es declarada Patrona de Filipinas el 16 de julio de 1935. Cfr. Pío XI, Carta Apostólica «B. V. Maria sub titulo de Guadalupa Insularum Philippinarum Coelestis Patrona Declaratur», en AAS, XXVIII (1936) 2, pp. 63-64.
[3] Juan XXIII, «Ad christifideles qui ex ómnibus Americae nationibus Conventui Mariali secundo Mexici interfuerunt», por el 50° aniversario del, Roma a 12 de octubre de 1961, en AAS, LIII (1961) 12, pp. 685-687.
[4] Pablo VI, «Mensaje Radiotelevisivo», 12 de octubre de 1970, en AAS, LXII (1970) 10, p. 681.
[5] Juan Pablo II, «Alocución a los obispos de América Latina» Primer viaje Apostólico a México, México, D. F., a 27 de enero de 1979, en AAS, LXXI (1979) 3, p. 173.
[6] Juan Pablo II, Ecclesia in America, No 11, p. 20.
[7] DA, 269.
[8] DA, 549.