En Estados Unidos se acaba de publicar la historia de conversión a la fe católica y de servicio a los más pobres en el Japón de postguerra de Satoko Kitahara, una mujer considerada por muchos como una “Madre Teresa de Japón”, aunque con la diferencia de murió joven.
La conversión de Satoko es tan asombrosa como la vida de entrega que vivió después, y en ella tiene un papel especial la Virgen María.
De familia rica, despidiendo kamikazes
Satoko era una joven de familia rica y de linaje prestigioso. Como tantas otras muchachitas, con las compañeras del colegio, había despedido con flores y banderitas a los adolescentes suicidas que partían volando a estrellar sus aviones llenos de explosivos contra los barcos norteamericanos, los famosos kamikazes (palabra que significa "viento de los dioses").
Había vivido esos años de orgullo nihilista, y el horror asombroso de las bombas atómicas y la inconcebible rendición declarada por el divino emperador Hirohito, quien recibía un culto religioso como descendiente de los dioses.
Había visto llegar al derrotado Japón a los odiosos extranjeros, los norteamericanos, y con ellos algunos de sus religiosos, misioneros del cristianismo, una fe extranjera, extraña, absolutamente ajena, la fe del enemigo.
Por sorpresa, la Virgen de Lourdes
En 1947 vagaba por las calles en un país arruinado y desconcertado, y llegó por casualidad a una iglesia católica japonesa, la primera que veía en su vida.
Ante la iglesia había una estatua barata, y no muy hermosa, de una mujer, con un manto y una túnica. Era la Virgen de Lourdes.
“Era la primera vez que veía una estatua de la Madre Bendita”, escribiría años después. “Algo, no sé qué, me atraía a entrar en la iglesia. Miré la estatua, sintiendo la presencia de una fuerza que atraía mucho que no podía explicar. Siempre había sentido una vaga pero fuerte nostalgia hacia lo Puro. No era algo que pudiera describir con palabras, pero era algo que ciertamente estaba en mí desde niña”.
Luego descubriría que ella había nacido en una fecha especial para los católicos: la Fiesta del Corazón Inmaculado de María, una fiesta de celebración de la pureza de la Mujer inmune a las acechanzas del demonio.
Hablando con unas religiosas
Satoko entró en la parroquia y habló con unas religiosas. Les preguntó por el lugar, por su función, por su religión y en general por el sentido de las cosas en un mundo sin sentido, un mundo de pobreza, de imperios desaparecidos, de dioses-emperadores que solo eran hombres, de tecnologías que podían destruir la vida humana…
Era un mundo de pecado y dolor, que necesitaba un Salvador: Jesucristo, el Hijo de María. En pocos meses de diálogo con las religiosas, y pese a la oposición de su familia, Satoko se bautizó.
Satoko reza con el Hermano Zenón
Después conoció a un misionero polaco, el Hermano Zenón, que había sido discípulo de San Maximiliano Kolbe y había llegado a Japón sin saber ni una palabra del idoma dispuesto a convertir todo el archipiélago. El fraile y la joven japonesa encajaron bien, y él la envió a servir a los más pobres en los barrios más miserables de Japón. Los llamaban los “pueblos-hormiga” y muchos veían a sus habitantes casi como semi-humanos, viviendo de la basura.
Murió a los 29, el rosario en sus manos
La comparación de Kitahara con Madre Teresa no es del todo adecuada porque la japonesa murió muy joven, el 23 de enero de 1958, con apenas 29 años, por un fallo en el riñón. El día de su muerte tenía el rosario en sus manos. Muchos ya entonces la consideraban una santa de heroica virtud en su caridad. Sólo llevaba 10 años de vida como católica.
Su historia la cuenta el padre Paul Glynn en el libro en inglés “The Smile of a Ragpicker: The Life of Satoko Kitahara Convert and Servant of the Slums of Tokyo”. Los críticos literarios alaban la capacidad del padre Glynn para describir la peculiar época en la que creció y vivió la joven Satoko.
Glynn ya exploró antes esa época y la fe católica en su biografía “Requien por Nagasaki”, sobre el científico, superviviente de la bomba atómica y converso al catolicismo Takashi Nagai.