La Virgen es «nuestra casa», proclama el cardenal Cobo en su primera celebración de la Almudena como arzobispo

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2006
El cardenal Cobo, durante la misa de la Almudena en Madrid.
El cardenal Cobo, durante la misa de la Almudena en Madrid.

Al haber tomado posesión de la diócesis el pasado 8 de julio, el cardenal José Cobo (quien recibió la púrpura el 30 de septiembre) vivió este jueves por primera vez como arzobispo de Madrid la festividad de Nuestra Señora de la Almudena, patrona de la capital de España.

El Voto de la Villa

En la misa, celebrada en la explanada de la catedral que le está consagrada junto al Palacio Real, el alcalde José Luis Martínez-Almeida formuló el tradicional Voto de la Villa a la Virgen, a la que pidió protección para su nuevo obispo, para que «nunca le falte la fuerza y sabiduría para sacar adelante la tarea que la Iglesia le ha encomendado».

El primer voto de la Villa de Madrid a la Virgen de la Almudena se realizó en 1438, cuando la ciudad se vio asolada por la peste. Otro momento clave del vínculo entre la ciudad y su patrona fue en 1646, cuando se la sacó en procesión para poner fin a tres meses de intensas lluvias que se detuvieron al poco tiempo. La Real Esclavitud de la Almudena solicitó entonces al concejo municipal realizar un voto solemne por las gracias recibidas, que no han cesado desde su aparición milagrosa en las murallas que rodeaban la villa, donde había sido escondida durante la Reconquista para evitar su destrucción por los invasores musulmanes.

75 años de la Coronación

En su homilía, el prelado habló de la María como alguien que «nos reúne», es decir, «abraza a nuestras diócesis  y  a nuestros vecinos y vecinas, a nuestros servidores públicos que nos acompañan, y a cuantos sueñan con un nuevo cielo y una nueva tierra donde nuestro Dios siga haciendo despuntar su plan de amor». Ella «indica el camino para encarar el presente y construir ese futuro de fraternidad y convivencia en Dios«.

La misa de la Almudena se celebró a los pies de la catedral que le está consagrada en Madrid.
La misa de la Almudena se celebró a los pies de la catedral que le está consagrada en Madrid.

Se da la circunstancia de que este año se cumple el 75º aniversario de la coronación canónica de la imagen, que tuvo lugar el 10 de noviembre de 1948 por el entonces patriarca de las Indias Occidentales y obispo de Madrid, Leopoldo Eijo y Garay, quien le impuso una corona fabricada por el platero madrileño Juan José García con las aportaciones de anillos, sortijas, pendientes, diamantes y otras joyas de los madrileños.

«Que una ciudad tenga a su patrona nos habla de una historia compartida… de la que todos somos herederos«, subrayó Cobo, con «su importancia durante la repoblación cristiana de la sociedad en tiempos de la Reconquista o el papel que ha tenido  en la sociedad católica de los últimos siglos en que la devoción mariana ha tenido tanta relevancia».

Nuestra Madre, nuestra casa

Pero la Virgen María no es solo una devoción histórica y colectiva, es también un refugio individual, dijo el arzobispo: «¿No os ha pasado que a veces nos encontramos con gente que quizás no tiene clara la fe, pero sin embargo a María le tiene una devoción incontestable? Creo que lo que ocurre es que María refleja la acogida y aceptación que todos necesitamos. Contemplemos por un momento lo que  el Evangelio nos presenta: ese calvario en el que Jesús se dirige a Juan y a su madre. En Juan nos podemos ver cada uno  hoy . Con nuestros pies de barro, con nuestras luces y sombras, con nuestras heridas y cicatrices… En este mundo donde vivimos tan presionados por la exigencia, donde no se permite el más mínimo error… Juan, que con los otros ha huido, ahora se encuentra con un Jesús que, sin embargo, no le pide más de lo que puede dar. No le reprocha los pasos inciertos. Sencillamente le dice, señalando a María: ‘He ahí tu casa’”.

«‘Conmigo estáis en casa’, dice María en cada momento», insistió el cardenal Cobo: «María os espera, como a Juan, en cada parroquia o comunidad cristiana, como lo hace en esta catedral… [Ella] nos enseña a sentir que todos estamos ante la mirada amorosa del mismo Dios… El rostro de María refleja, para creyentes y hasta para no creyentes, el amor incondicional, la esperanza invencible, la aceptación real de lo que somos. Y si nos podemos reconocer bajo el manto de la misma madre, entonces quizás podemos empezar a mirarnos como hermanos y hermanas… sin exigirnos perfecciones imposibles, pero capaces de comprender que todos necesitamos protección, acogida, refugio y hogar».

«María, madre buena, ruega por nosotros  y por este Madrid que se pone, como Cristo, en tus brazos», concluyó.

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