Un convincente canto a la maternidad, con María como modelo, texto ganador de los Premios Cari Filii

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Las madres que enseñan a rezar a sus hijos son también puertas del Cielo para ellos.

Desde Córdoba (Argentina), María Agustina Buteler participó en los Premios Cari Filii 2019 con un trabajo que finalmente obtendría el Primer Premio en la categoría Letras, tal como se anunció el pasado jueves en el acto de entrega de los galardones, presidido por Juan Antonio Reig Pla, obispo de Alcalá de Henares.

Éste es el escrito con el que María Agustina, madre de familia, ganó el concurso.

La Bendita Maternidad de María

Éste es un tema sobre el que he reflexionado mucho últimamente, ya que como madre observo azorada los ataques que en el mundo se dirigen contra la maternidad, presentándola como una esclavitud indeseable, que nos impide a las mujeres desarrollarnos profesionalmente y exige de nosotras sacrificios que sólo nos hacen descender en la escala comparativa con el hombre, quien, por cierto, no está obligado a soportar tan pesada carga.

Ante semejantes argumentos, que se escuchan en todos los ámbitos de la vida, que envenenan la convivencia pacífica de nuestras familias, y  con los que nos hemos acostumbrado a convivir, existe un antídoto poderoso al que los cristianos debemos recurrir con más frecuencia que nunca, que es la Bendita Maternidad de María. Este es el antídoto que nos purifica la visión a la hora de contemplar esa sublime misión que Dios le ha dado a la mujer de acoger y custodiar la Vida.

La Maternidad de María, sin duda, estuvo rodeada de incertidumbres y obstáculos aparentemente insalvables; no fue, precisamente, comodidad y confort lo que experimentó María en su vida de  madre y esposa, y, paradójicamente, la suya fue la maternidad que más frutos dio a lo largo de todas las épocas de la humanidad. Y no sólo fue grande por sus frutos, sino porque a partir de aquel feliz acontecimiento, María se convirtió en Puerta del Cielo, nueva Arca de la Alianza y en el más eficaz canal de comunicación entre el Cielo y la tierra, entre Dios y los hombres.

No resulta  para nada casual que desde que la humanidad ha dejado de mirar a Dios, y particularmente desde que las mujeres hemos dejado de mirar a María como el mejor y más perfecto modelo a seguir, las cosas se han puesto bastante feas… nuestros hijos  han quedado huérfanos, y en el mundo crece un vacío que parece imposible de llenar, porque si la mujer no ocupa los múltiples lugares que por derecho y deber le corresponden, nadie podrá ocuparlos.

Sin embargo la desesperanza no debe prevalecer, porque “donde hubo pecado, sobreabundó la Gracia”, y nuestra Madre tiene toda la potestad de llenar con su amor y su bendita presencia los lugares vacantes que las mujeres hemos dejado, casi sin darnos cuenta. Ella, como Madre de afligidos, nos está indicando el camino y la puerta por la que debemos pasar, que es la puerta estrecha del verdadero amor y de la entrega sin límites a los demás, pero también la puerta que nos conduce a la felicidad más plena y duradera ya desde esta vida temporal. Vale decir, si Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida, María es la Puerta que nos introduce en ese camino, por ella debemos pasar los cristianos, y a ella tenemos que aspirar quienes hemos decidido seguir al Divino Maestro. Si deseamos recorrer tan noble camino, nunca deberíamos perder de vista la puerta que hacia allí nos conduce.

Pero en este especial enfoque sobre la crisis que atraviesa la humanidad que, en mi opinión, solo se puede entender a partir de la creciente sub-valoración de la maternidad y de la familia, y del combate que contra ambas se ha desatado en distintos ámbitos sociales, las mujeres somos ineludibles protagonistas, que para bien o para mal debemos librar una dura batalla.  Quienes hemos decidido estar en el victorioso bando de María, debemos mirarla constantemente, porque sólo ella sabe cómo ganar esta encarnizada guerra cultural.

Y no podría ser de otra manera, porque ¿quién es capaz de hablar el lenguaje del amor de manera más concreta? Ella, que puso el corazón en cada acto de amor hacia su Divino Hijo, que se sintió dichosa en el momento de la Anunciación aunque las perspectivas eran más que preocupantes,  que lo arropó y lo cobijó cuando Jesús era un pequeño niño, y que permaneció a los pies de la cruz con profundo dolor y tristeza, pero también con una indescriptible fortaleza, ella aprendió a la perfección el lenguaje del Amor, el lenguaje de Dios.  Y sin ninguna duda esta lucha, probablemente decisiva, sólo podrá ganarse con la fuerza del verdadero amor.

Es hora de que las mujeres se pongan de pie, no ya para reclamar merecidos derechos, ni para reivindicar los puestos más altos, sino para señalarle al mundo la Puerta, la única Puerta que nos llevará a la libertad y paz tan buscadas y tan difíciles de encontrar. Esa Puerta es María, no hay otra. La abnegación y la entrega heroicas, unidas a la humildad más profunda nos conducirán a una segura y abrumadora victoria, una victoria que nadie podrá quitarnos. Sin duda el mundo nos seguirá gritando al oído mensajes camuflados de feminismo, en donde lo que en verdad prevalece es el egoísmo más descarnado,  la codicia  desenfrenada de dinero y de poder, a partir de la cual los niños, los maravillosos niños, son sólo un obstáculo, una piedra en el camino… hacia el abismo. Pero jamás debemos dejarnos seducir por tan viles mentiras. La maternidad es el don más precioso que Dios le ha dado a la mujer, y es lo más valioso que la mujer le puede aportar a esta caótica humanidad. La maternidad, en todas sus dimensiones, es una prueba irrefutable del amor de Dios a los hombres. Es tiempo de que los cristianos, los cristianos verdaderos, nos postremos ante la sublime maternidad de María y proclamemos a una voz que María es Puerta del Cielo; es Reina porque antes fue Madre, y  esa  Bendita Maternidad salvará al mundo.

María, Puerta del cielo, ruega por nosotros.

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