Han pasado 65 años desde que el 29 de agosto de 1953 en la casa de una joven pareja, Angelo Iannuso y Antonina Lucia Giusti, en la localidad siciliana de Siracusa, de una estatuilla que representaba el Inmaculado Corazón de María comenzó a brotar lágrimas. El misterioso lagrimeo se repitió varias veces desde el 29 de agosto hasta el 1 de septiembre.
En un principio, la joven mujer creyó que era víctima de una alucinación pero al cabo de un instante, comprobó que el fenómeno era real y que crecía en intensidad. Fue entonces que, asomándose a la calle, llamó a vecinos y familiares para que presenciasen el milagro. Cuando los vecinos estuvieron frente a la imagen y vieron lo que sucedía, se pusieron de rodillas y, llorando de emoción, comenzaron a rezar.
La noticia conmocionó a la ciudad y se difundió por toda Italia, razón por la cual el Arzobispo de Siracusa, Monseñor Ettore Baranzini, decidió someter el fenómeno al análisis de expertos. Los mismos arrojaron resultados positivos: eran lágrimas humanas.
«Son lágrimas de dolor»
El pasado domingo en el Santuario de Nuestra Señora de las Lágrimas, consagrado por San Juan Pablo II el 6 de noviembre de 1994, el Secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Pietro Parolin, celebró una misa con arzobispos y obispos de toda Sicilia. El mes pasado el relicario con las lágrimas fue recibido por el Papa Francisco en la capilla de la Casa de Santa Marta.
En su homilía, Parolin rememoró las palabras de Juan Pablo II en ocasión de su visita a Catania y Siracusa: “son lágrimas de dolor por cuantos rechazan el amor de Dios, por las familias separadas o que tienen dificultades, por la juventud amenazada por la civilización de consumo”.
Pero añadió -tal y como recoge Vatican News– que son también “lágrimas de esperanza que disuelven la dureza de los corazones, que se abren al encuentro con Cristo”. Para el purpurado, que recordó la próxima visita del Papa Francisco a Palermo, las lágrimas también nos dicen que María intercede por nuestra salvación.
Antídoto al sufrimiento
Volviendo sobre el Evangelio de Juan, el cardenal Parolin subrayó que todo bautizado debe mirar a María “para pedirle confianza y constancia para elegir el bien y rechazar las adulaciones envenenadas del mal”.
Sin embargo -afirmó- nuestros días están llenos de mensajes que enviar, tareas que realizar que “no están orientadas a Dios”. Existe el peligro del “triste apego a los bienes materiales”. “Las lágrimas de María son un verdadero antídoto contra la indiferencia y nos empujan a trabajar para aliviar el sufrimiento con iniciativas de paz, gestos y palabras responsables. Muestran que no puede haber lugar en el corazón del cristiano para el odio, sino sólo para los que sufren o están en peligro.