El mes de mayo, tradicionalmente dedicado a la Virgen, finalizó el pasado sábado. Es costumbre en el Vaticano terminarlo con una oración en la reproducción de la gruta de Lourdes que hay en los Jardines Vaticanos. Allí acudió por la tarde el Papa León XIV, a una vigilia llena de recogimiento y alegría.
La vigilia la ofició el cardenal Mauro Gambetti, Vicario General de Su Santidad para la Ciudad del Vaticano y arcipreste de la Basílica de San Pedro. Se empezó con el rezo del santo rosario, que comenzó en la Iglesia de San Esteban de los Abisinios (detrás de la Basílica vaticana) y finalizó en la gruta de Lourdes, tras una procesión con antorchas y velas. A lo largo del recorrido, los fieles meditaron los Misterios Gozosos, contemplando los momentos clave de la infancia de Jesús, desde la Anunciación hasta el hallazgo en el Templo.

En la gruta, acompañado por fieles, religiosos y miembros de la Curia, el Santo Padre reflexionó sobre la fe en comunidad. «Nos hemos reunido bajo el manto maternal de María, como un solo pueblo en camino», dijo el Papa.
El Pontífice citó a san Juan Pablo II al recordar que el Rosario es una oración de «fisonomía mariana y corazón cristológico», que resume en sí toda la profundidad del mensaje del Evangelio. Inspirado por la Palabra de Dios, el Papa alentó a los fieles a mirar la vida como un itinerario de fe, un camino que, al igual que el recorrido realizado esa noche, debe estar guiado por la alabanza, la esperanza y la obediencia a Dios.
«Pidamos al Señor la gracia de alabarlo cada día, ‘con la vida y con la lengua, con el corazón y con los labios, con la voz y con la conducta’, como nos enseñó san Agustín», recordó León XIV, invitando a evitar las disonancias y a que «la lengua esté en armonía con la vida, y los labios con la conciencia».

En un gesto de gratitud, el Santo Padre expresó su reconocimiento especial a las Hermanas Benedictinas del Monasterio Mater Ecclesiae, cuya oración silenciosa y constante «sostiene la vida de la Iglesia universal», afirmó.
«Que la alegría de este momento crezca en nosotros y nos impulse a servir con fidelidad», concluyó Prevost, antes de impartir su bendición final, confiando a María a cada uno de los asistentes.