Manuela Vargiu es una joven religiosa de las Misioneras de Jesús Crucificado, conocida por su portentosa voz, lo que le ha llevado a dar numerosos conciertos. Y ella misma reconoce abiertamente que nunca habría sido monja si no hubiera tenido un encuentro profundo con Cristo, a través de la Virgen María, justo en un momento muy oscuro de su vida en el que se ocultaba de Dios dejándose llevar por la noche y las discotecas de la costa de Cerdeña.
Ella siempre había sido católica pero su objetivo en la vida pasaba por formar una familia y enfocar su ayuda a los demás trabajando para Médicos Sin Fronteras. Pero Dios quería otra cosa, lo que a Manuela le costó un tiempo comprender.
La música formó parte de su vida desde muy niña y siendo adolescente aunque no estaba en ningún grupo parroquial, se enganchó a sus actividades dirigiendo el coro de niños. “Todo lo que era música siempre me atrajo y me ayudó a alabar a Dios”, recordaba en una entrevista que recoge la versión italiana de Aleteia.
Vida de fe pero con el freno de mano echado
Llevaba una vida como la del resto de jóvenes de su edad y salía con sus amigos, que no frecuentaban la parroquia. “Vivía mi fe pero de una manera que no tuviera que implicarme demasiado. Me escondía detrás de la imagen de una chica buena para no hacer lo que me pidiera el Señor”, contaba Manuela.
En su vida empezó a aparecer un fuerte conflicto interno, pues sentía una atracción hacia Jesús, pero a su vez trataba de alejarse por miedo a que le pidiera más. Y tras un retiro parroquial sentía al Señor muy cerca, pero el miedo se apoderó de ella.
Entretanto, Manuela acabó el instituto, se echó un novio y empezó a estudiar Medicina, para así cumplir su sueño de trabajar para Médicos sin Fronteras. Sin embargo, la confusión en su vida la llevó a tirar todo por la borda. Antes de un examen de Anatomía dejó sus estudios y después rompió con su pareja.
Huyendo de Dios
Queriendo también romper todo lazo con Dios, tomó la decisión drástica de vivir la vida completamente opuesta a la que llevaba. Pasó todo el verano de discoteca en discoteca, y noches enteras sin dormir entre fiesta y fiesta por la costa de Cerdeña.
Ahora habla de que “el ruido del mundo fue una manera de ocultarme porque generalmente el Señor elige hablar en el silencio, y en consecuencia escogí el ruido para no escuchar, pero también para desafiarlo, porque de hecho le desafié: ‘Señor, ven a buscarme en el ruido del mundo si realmente estás ahí’. Y fue hermoso porque en realidad el Señor me buscó discretamente, dejándome libre”.
Sin embargo, esa nueva vida pronto empezó a dejar en la joven italiana una enorme sensación de vacío, hasta el punto de no aguantar más. Entonces decidió ir a una iglesia para pedir a Dios que volviera a estar junto a ella.
La providencial llegada de Lourdes a su vida
Un día en la parroquia le pidieron que diera su testimonio en un evento en un pabellón poliderportivo. Aceptó y además cantó una canción. Curiosamente, en ese acto estaba el secretario general de la Unitalsi (Unión Nacional Italiana para el Transporte de Enfermos a Lourdes), que quedó impresionado de su voz y sus palabras.
Entonces pidieron a Manuela que reprodujera este mismo testimonio y su canción durante una peregrinación con enfermos en Lourdes. “Junto antes de partir recé a Nuestra Señora y le pedí que pusiera su mano sobre mi cabeza para que me señalara el camino. Ella cumplió mi deseo”.
Estaba encantada en Lourdes, donde pudo cantar ante la Virgen y donde pidió ir con los auxiliares para poder servir a los enfermos.
Durante el día dedicado a la celebración penitencial, Manuela sintió una imperiosa necesidad de confesar, pero al estar sirviendo a los enfermos no pudo participar. Por la noche pidió a un obispo allí presente si le podía confesar a la mañana siguiente. Sin embargo, se mostró accesible en ese mismo instante, y frente a la gruta de la Virgen. Estuvieron una hora y media hablando, y terminó con el sacramento de la reconciliación.
La confesión rompió su coraza
Esa confesión y la intercesión de la Virgen desencadenaron en Manuela una chispa que le hizo arrojar fuera la apatía y el miedo que la habían atenazado toda la vida. “La gracia del sacramento de la confesión rompió la parálisis de mi corazón”, cuenta ella.
Ahora dar un salto al vacío ya no le daba miedo. Ya no veía oscuridad sino los brazos de Dios y supo que Él siempre la había estado acompañando.
Poco tiempo después, ya libre de las cadenas ingresó en la comunidad religiosa de las Hijas de Jesús Crucificado en Tempio Pausania (Cerdeña). Finalmente fue plenamente feliz. “Mis padres supieron más tarde cuál fue mi elección. Sufrieron mucho pero luego vi la gracia del Señor en sus corazones. El día de mi consagración, mi padre me dijo: ‘Estoy feliz si esto es lo que te hace feliz’”.
María, Reina de las familias, ruega por nosotros