La primera vez, nació frente a la torre de la Tía Tomasa. Se crió entre el Pumarejo y San Lorenzo. Miembro de una saga de macarenos agnósticos, obreros del Moscú sevillano, creció sin padre, pues éste murió súbitamente cuando su madre aún lo llevaba en su seno.
Al cumplir los dieciocho, le cogió del monedero a su santa dos mil pesetas para apuntarse en la Macarena. Nunca ha salido de nazareno porque no tuvo dinero para comprarse la túnica. Salió por primera vez de armao en 1992. En la Centuria fue ascendiendo hasta formar en la tercera fila de la escuadra de gastadores. Salió por última vez en 2012, el año que volvió a nacer.
El 23 de septiembre sufrió un paro cardiorrespiratorio que lo dejó en coma. El noventa y nueve por ciento de su cerebro dejó de funcionar.
Inexplicablemente, doce días después despertaba. Su curación se atribuye a un milagro de la religiosa de las Hermanas de la Cruz, la Madre María de la Purísima, por el que será canonizada en 2015. Se llama Francisco José Carretero Díez. Para los macarenos: Er Carre.
-Una mujer va a ser santa por su causa. ¿Por qué cree que el milagro lo hizo con usted y no con otra persona?
-No lo sé. La verdad es que yo no soy precisamente un meapilas. Hace por lo menos veinte años que no me confieso. Es verdad que mi madre siempre le ha rezado, como le rezan todas las madres, al Señor de Sevilla, a la Virgen de la Esperanza y a Sor Ángela de la Cruz, porque en mi casa se le sigue diciendo Sor Ángela.
-¿Cómo es eso de morirse?
-No lo sé, porque no me di cuenta, ni ahora tampoco me acuerdo. Sé lo que me han contado, que estaba en el bar, era ya casi la hora de cerrar y estábamos recogiendo. Noté que me faltaba el aire, me fui para la cocina y me senté en una silla. Entré en coma y me desperté doce días después. De lo único que he conseguido acordarme es que el jueves antes estuve en el Vizcaíno tomando una cerveza con una amiga.
-¿Dónde diría que estuvo durante esos doce días que permaneció en coma, llegó a ver el famoso túnel, la luz y todo eso?
-Yo el túnel ése no lo he visto. Lo que vi fue como si la cofradía estuviera de regreso por el Arco y la Resolana y mucha gente entrando en la Basílica, aunque la gente no iba vestida de nazareno. Era como una manifestación. Había gente a los lados viendo la cofradía y, por medio, en vez de los nazarenos, gente.
-¿Usted también entró en la Basílica, qué pasaba allí para que hubiera tanta gente?
-Sí entré e hice lo mismo que hago cada vez que entro. Siempre voy primero a rezarle al Señor de la Sentencia, luego a la Virgen del Rosario y termino con la Virgen de la Esperanza. Bueno pues esa vez me fui al altar del Señor de la Sentencia, pero el altar estaba tapiado. Después miré al altar de la Virgen del Rosario y también estaba tapiado.
»¿Esto qué es?, me pregunté. Y en ese momento, la Virgen de la Esperanza, que estaba en su altar vestida con un manto rojo y una saya blanca, me dijo hablando como hablan las macarenas viejas: ´¿Tú qué coño haces aquí?´ Eso me dijo a mí la Virgen de la Esperanza. Haga el favor de ponerlo como le he dicho.
»La Virgen me hablaba como las macarenas viejas: ´¿Te quiere í ya de aquí, que hasta los setenta y cinco años no tienes que venir? Y me lo dijo así, echando las manos por delante. ´Que te vayas de aquí ya´.
-Usted es bético. ¿Le decepcionó ver a la Esperanza de rojo y blanco?
-Habría lavado el manto verde y lo tendría tendido.
-¿Qué le contestó, si es que pudo hacerlo?
-Sí, claro. Me acuerdo que le dije: ´mire usted´, yo hablándole a la Virgen de usted, ´yo lo que hago es seguir a la gente´. Y ella volvió a decirme: ´que te vayas ya, que no quiero verte por aquí hasta que tengas setenta y cinco años´.
-Vaya carácter el de la Esperanza.
-Yo le voy a decir una cosa: es la única mujer que me hace agachar la mirada. Soy incapaz de mirarla a los ojos. Me pasaba ya antes de ocurrirme esto. Ante ella, me corto. Es la única mujer en mi vida que ha conseguido eso. Es inexplicable, lo sé, pero no puedo sostenerle la mirada.
-¿Dice usted que había mucha gente en la Basílica?
Lleno a rebosar. Pero su aspecto era extraño, con los ojos claros, como en la película esa del Pueblo de los Malditos… y se movían como autómatas en medio de un silencio total. Un silencio sepulcral.
-Ojú. Con esa pinta, esa gente seguro que había ido p´allá.
-Sí, palmeras total. Todos estaban palmeras, pero palmeras de chocolate y huevo. Todos, menos yo. Y yo diciendo, ´haced el favor, dejarme paso que me voy´.
-¿Eso que me está contando, está seguro de haberlo vivido, no fue un sueño?
-Completamente. Seguro. No fue un sueño. Lo viví.
-¿Cómo fue el momento del despertar?
-Fue sobre las diez o las once de la mañana. A mí me iban a desenchufar ese mismo día. Mi novia me ha contado que por la tarde me iban a pasar a la séptima u octava planta, donde están, como yo digo, los desechos de tienta. En la UCI había una enfermera y, casualidad o causalidad, resulta que se llamaba Esperanza. La muchacha se puso a cantar aquello de Francisco Alegre, corazón mío, de Juanita Reina y se ve que yo sonreí. La mujer se dio cuenta y llamó corriendo al médico. Fíjese que me iban a llevar para arriba esa tarde. El médico le dijo: ´sigue cantando´ y entonces fue cuando abrí los ojos.
-¿Qué fue lo que vio?
-Mucha gente a mi alrededor. Y allí estaba Ignacio Guillermo, el capitán de la Centuria, que entonces no lo era, que trabajaba en el hospital y al que habían mandado llamar. Me preguntó si yo sabía quién era y le dije: sí, mi capitán.
Virgen de la Esperanza Macarena de Sevilla
-¿Después de aquella experiencia, cómo fue el reencuentro con la Virgen?
-Uf. Fue complicado. Me habían dado el alta en noviembre, ya era diciembre y estaba de besamanos. Me abrieron el pasillo central y me dejaron la Virgen entera para mí. Yo no estoy acostumbrado a esas cosas.
-¿Y estaba como usted la había visto?
-Sí, pero con el manto verde, je je.
-¿Cree que podrá volver a salir de armao?
-Lucho por ello. Algunos me dicen que me meta un ratito, pero si salgo es para hacerlo de pitón a rabo, de mármol a mármol. Sueño con ello todos los días. Me veo saliendo de mi casa de la calle Feria camino de la Basílica, escuchando el tambor de Hidalgo mientras se abren las rejas para salir al bando, entrando en San Lorenzo y en la estrechez de Feria, cruzando la frontera del barrio.
-Indudablemente, esta experiencia le habrá cambiado.
-Sí, totalmente. No se puede correr tanto. De aquí a la mar, todo es tierra.
-¿También ve la muerte de otra manera?
-Sí, antes me daba pánico y ahora es algo que está ahí. Antes era muy supersticioso, ahora no me importa ir al cementerio o cruzarme con un tuerto.
-¿Entonces, Dios existe?
-Yo no sé si Dios existe, la que existe seguro es la Virgen de la Esperanza. Seguramente Dios también existirá. Lo que sí puedo decirle con certeza es que ahí arriba hay algo.