En Medjugorje recuperó la paz tras la muerte de su hijo: alguien le hizo sentir que está en el cielo

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A lo largo de los 35 años transcurridos desde el inicio del fenómeno de Medjugorje, son numerosas las personas que han acudido a esta localidad de Bosnia-Herzegovina con una herida en el corazón que les robaba la paz y que allí, a los pies de la imagen de la Gospa, ha comenzado a desaparecer.

Es el caso, por ejemplo, de Ombretta Rossi, que refiere Gloria Callarelli en su blog En el nombre del Padre de Today.

Gloria conoció a Ombretta hace cinco años, justo cuando iba a Medjugorje para celebrar el trigésimo aniversario de las apariciones. Iba en el barco que cruza el Adriático desde Ancona, en Italia, hasta Split, en Croacia, una de las vías de acceso más sencillas para los italianos del centro de la península.

El Rosary Club
En cubierta iba un alegre grupo de mujeres con una camiseta del Rosary Club (clara evocación del Rotary Club, de fama paramasónica), esto es, Club del Rosario. Gloria se acercó a ellas y les preguntó por esta entidad. Ombretta se presentó y, para explicarle los orígenes, le contó su propia historia: la de una madre que pierde a su hijo en accidente de tráfico.

Filippo tenía 21 años. El sábado 25 de febrero de 2007 conducía su vehículo camino de la discoteca Pascià, en Riccione, al sur de Rímini. Le acompañaban tres amigos, con quienes acababan de cenar en Pesaro junto con los padres respectivos por el decimoctavo cumpleaños de uno de ellos: "Un clima de fiesta de absoluta normalidad y serenidad sin excesos", contó Ombretta.

En un momento dado, la lluvia hace patinar el coche, que se sale en una curva y se estrella contra un monovolumen donde viaja una familia al completo: padre, madre y dos niños, que quedan malheridos. Filippo y sus tres amigos, el chico de 18 años y un chico y una chica de 17, mueren en el acto.

"El dolor que sufrí fue devastador, de esos que te hunden en la sima más negra de la desesperación. La herida de mi marido y mía era aún más punzante por el sentido de culpa ante el trágico final de los otros tres chicos", confiesa Ombretta.

Medjugorje: la propuesta
Antonella, una amiga, viendo que su lamentable estado anímico no mejoraba con el transcurso de los meses, le sugirió ir a Medjugorje a mediados de junio.

La misma tarde que llegaron, se dirigieron junto a otros peregrinos hasta la Cruz Azul.

Allí Ombretta sufrió una gran conmoción: "Allí rompí a llorar en un llanto incesante, irrefrenable, con lágrimas pesadas como piedras que al fluir me iban aligerando de la pesadez insoportable en el estómago que sentía hasta entonces".

Cansada del viaje y de las emociones, Ombretta durmió profundamente aquella noche. Pero a la mañana siguiente le asaltó una duda: "¿Qué he venido a hacer aquí? Lo único que busco, lo único que deseo, es volver a ver a Filippo. Y eso es imposible". Pero se unió a los demás para ir hasta la colina de las apariciones.

A los pies de la Gospa
En ese lugar volvió a llorar rezando a la Virgen y aferrándose a una foto de su hijo. En un momento dado, siente que alguien la abraza: es una religiosa que la aprieta contra sí con dulzura y le transmite "un profundo sentido de confianza y de ternura". Después de mucho tiempo, se siente de nuevo en paz. Y justo entonces sucede algo extraordinario: Ombretta adquiere la plena conciencia de que existe la vida eterna y de que su hijo participa de ella.

Ese gozo dura unos minutos, pasado los cuales Antonella la llama para bajar. Ella ve alejarse a la hermana, que viste hábito de color gris perla y velo blanco. Ombretta quiere compartir con todos su alegría, y entonces comprueba que nadie ha visto a la religiosa, a pesar de que ella tiene grabado su rostro y sabe que ha sido tocada por alguien de carne y hueso. Ni siquiera la ha visto el sacerdote que guía espiritualmente al grupo, Marco de Franceschi, que admite que, sin embargo, no quitó el ojo de encima de Ombretta durante aquellos momentos porque le preocupaba su estado anímico y justo estaba rezando por ella, para que superase ese terrible dolor.

Gloria se sintió impactada por este relato, por la serenidad y firmeza de Ombretta al contarlo, por la intensa alegría que transmitía al recordar aquel momento.

El sentido de la pérdida: la conversión de otros
"Hoy comprendo que por medio de mi dolor por la desaparición de Filippo descubrí el amor de Dios, y muchas personas se han convertido. Ahora sé que él está verdaderamente bien y que sería egoísta querer tenerle aquí. El vacío de la ausencia física de mi hijo existirá siempre, me siento como amputada, como una madre a medias. Cuando alguien me dice que cuántos hijos tengo, le digo que dos, uno en la tierra y otro en el cielo, que vive espiritualmente junto a mí".

A partir de aquella peregrinación a Medjugorje, Ombretta empezó a frecuentar su parroquia de Santa María del Puerto en Pesaro. Rosy, una amiga, le regaló una coronilla del Santo Rosario, y entonces decidió fundar, junto con Stefania, la madre de Paolo, el chico que murió aquel fatídico día de su mayoría de edad, un grupo de oración, el Rosary Club.

Hoy son sesenta miembros y todas las mañanas del año, haga el tiempo que haga, de 6.10 a 7.30, antes de ir a trabajar, acuden a la playa de Pesaro y rezan el rosario caminando por la orilla.

Y en junio, de nuevo visita a la Gospa en Medjugorje. "Ombretta se despide confiándome esto", concluye Gloria: "La alegría de Dios que tengo en el corazón aumenta cada vez que se la doy a los demás".

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