El 21 de noviembre, la liturgia de la Iglesia latina celebra la fiesta de la Presentación en el Templo de la Santísima Virgen María.
El escritor Jesús Sánchez Adalid (autor de novelas como "El mozárabe", "La alcazaba" y "Félix de Lusitania"), sacerdote adscrito a la Concatedral de Santa María La Mayor de Mérida, explica en la prensa extremeña que los orígenes de esta fiesta “hay que buscarlos en una piadosa tradición que surge de un antiquísimo documento, el escrito apócrifo llamado “Protoevangelio de Santiago” (que no fue, desde luego, escrito por ningún Santiago bíblico).
Se trata de un texto escrito hacia el año 150 centrado en la infancia de la Virgen María, y después en otros hechos de su vida, que llegó a tener mucha difusión en Oriente.
Aunque no es un texto canónico ni inspirado por el Espíritu Santo varias cosas que explica fueron aceptadas como tradición piadosa por las iglesias antiguas.
Por ejemplo, este texto fue usado por Orígenes en el año 254 para señalar que, según el escrito, los "hermanos de Jesús" en realidad eran hijos de José, de un matrimonio anterior. La imagen de San José como hombre anciano que aparece en muchos iconos nace de este texto, por ejemplo.
Este "Protoevangelio de Santiago" explica también que la Virgen María fue llevada a la edad de tres años por sus padres San Joaquín y Santa Ana.
"Allí, junto a otras doncellas y piadosas mujeres, fue instruida cuidadosamente respecto la fe de sus padres y sobre los deberes para con Dios”, explica Sánchez Adalid.
Icono de la Presentación de la Virgen; con halos de santo en la cabeza, sus padres San Joaquín y Santa Ana; ella, como niña; el sacerdote que la recibe sería San Zacarías
Como de tantas cosas de la vida de Jesús, de María, de los santos, dice el sacerdote y escritor extremeño Sánchez Adalid “hallo una enseñanza en este precioso relato para mi corazón”.
Él, con su imaginación de novelista, imagina así la escena:
»Imagino cómo llegaría ella al Templo, de la mano de sus padres. De la mano de Joaquín, llena de fuerza y confianza, sujeta la manita tierna de la niña; y Ana, su madre, está feliz…
»Con su inocencia, jamás perdida, y su ternura, exquisitamente multiplicada en años venideros, va acercándose la pequeña al lugar del que tanto le han hablado, y va aprendiendo a reconocer y adorar al Dios eterno de sus amados padres y sus antepasados.
»Por estas cosas de la imaginación, descubro a una María niña, débil, alegre…
»Va subiendo las escalinatas… Al llegar al último peldaño distingo, a una prudente distancia, a la anciana profetisa Ana…, que mira a la niña de ojos dulces, belleza serena y sonrisa de cielo.
»Y Ana guarda ese rostro en su corazón…, pues el rostro de María es inolvidable.
»¡Nadie puede olvidarte, Madre! Una vez que se te ha conocido, no es posible el olvido. No te apartes de mí, María. Ayúdame, sostenme, acércame a Dios.