El anillo nupcial de la Virgen: una historia de devoción plagada de situaciones rocambolescas

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Peregrinos en la catedral de Perugia en una ostensión del anillo nupcial de la Virgen María.

El anillo nupcial de la Virgen ha vivido una peripecia rocambolesca de robos y extrañas coincidencias, hasta llegar a una batalla entre Chiusi y Perugia para adueñarse de él. Cuenta la historia Rino Cammilleri en Il Timone:

La Señora del Anillo

Cada año, en la catedral de Perugia/Perusa, dedicada a San Lorenzo, tiene lugar una ceremonia singular. Es más, no una, sino tres veces al año: el 29 y 30 de julio y el 12 de septiembre, fiesta del Nombre de María (instituida en recuerdo de la victoria sobre los turcos en Viena, en 1683). Los peruginos la llaman la «Bajada del Anillo» [«la Calata dell’Anello»] porque se trata, ni más ni menos, que de la ostensión (para quien no sabe latín: mostrar a todos) del anillo nupcial de la Virgen.

Sería justo el anillo que San José le dio a su esposa con ocasión del matrimonio (evidentemente, era costumbre en Israel). Se trata de una joya en calcedonia, una gema de cuarzo purísimo y translúcido con estriaciones entre el rosa, el gris perla y el azul. La reliquia, según los milagros que se han transmitido, parece ser que es especialmente eficaz para los problemas de la vista.

Se le ha dado el nombre de «Bajada» porque los fieles ven bajar desde el techo de la catedral un cofre situado a ocho metros de altura, con catorce cerraduras (más adelante, tras conocer la historia, se entenderá el porqué de estas precauciones), para las que se necesitan el mismo número de llaves para abrirlas.

Algunas de las llaves que guardan el cofre del anillo. Foto: Il Sentiero di Armenzano.

Una vez abierto el cofre, aún no se ha acabado: el Anillo está custodiado dentro de un relicario de cobre y planta que está dentro del cofre.

El sueño del judío

La historia empieza en el Año de Gracia de 983 ó 985, cuando un orfebre de Chiusi/Clusi (hoy en la provincia de Siena), llamado Ranieri, le compró la joya a un mercader judío. Tras una serie de sucesos imprecisos pero inquietantes, el orfebre sospechó y obligó al judío a decirle qué tenía de especial ese anillo. Este, entre la espada y la pared, confesó que se había deshecho de él por miedo: se le había aparecido en sueños la Señora venerada por los cristianos y le había regañado precisamente a causa de ese objeto; era su anillo de casada y él no lo había respetado como era debido. El judío, por seguridad, había decidido venderlo a un cristiano para quitárselo de encima.

Ranieri no dio mucho crédito al relato (¿un judío que decía que estaba vendiendo ni más ni menos que el Anillo de la Virgen?) y metió el anillo en una caja de caudales. Se olvidó de él durante muchos años hasta que un día su único hijo murió prematuramente. Destrozado por el dolor, lo estaban enterrando cuando el muerto se levantó, le reprochó a su padre la escasa consideración que mostraba hacia el famoso anillo y se volvió a tumbar para siempre. Ranieri, esta vez asustado de verdad, se acordó de lo que le había dicho muchos años antes el judío, comprendió que ese anillo tenía que ver realmente con la Virgen y decidió donarlo al convento local de Santa Mustiola (una mártir del siglo III, patrona de Chiusi) porque era evidente que era un objeto sagrado.

Entre Perugia y Chiusi

Ahora bien, según la leyenda, Mustiola, prima del emperador Claudio el Gótico, había recibido en regalo el famoso anillo de su marido Lucio, martirizado bajo el emperador Aureliano. Mustiola, flagelada porque era cristiana, huyó atravesando el lago sobre su manto (y cada 3 de abril, al amanecer, sobre el agua se ve la estela que ella dejó) antes de que la alcanzaran y la asesinaran.

El anillo después había pasado de mano en mano, pero no trajo suerte a quienes nunca tomaron en cuenta su carácter sagrado. Por ejemplo, a una condesa que por vanidad quiso presumir de él se le quedó el dedo paralizado; sólo sanó cuando la mujer pidió perdón a la Virgen.

Durante siglos, el anillo que los frailes custodiaban constituyó la devoción principal en Chiusi. Pero la noche del 23 de  julio de 1473,  un franciscano inglés (o alemán) llamado Winter robó la reliquia (en una época tan cristiana como la Edad Media, las reliquias eran lo más valioso del mundo). Lo suyo no fue sólo anhelo, sino también venganza: había sido acusado de apropiarse de algunos cálices, por lo que había sido arrestado y puesto en el cepo. Estuvo cuarenta días en la cárcel; fue liberado por falta de pruebas. Pero sus hermanos estaban convencidos de que él era el ladrón. De ahí la venganza contra toda la ciudad.

El hombre se dirigió a caballo hacia Asís, donde tenía la intención de refugiarse. Pero estaba oscuro y había niebla. Siguió adelante, a ciegas, y en lugar de llegar a Asís llegó a Perugia. En esa época la solemne ostensión del anillo se llevaba a cabo, en Chiusi, el 3 de agosto. Hasta esa fecha la ciudad no se dio cuenta del clamoroso robo. En Perugia el ladrón fue acogido por un amigo, Luca delle Mine, al que le contó todo. Este, sabiendo que toda la ciudad de Chiusi perseguiría incansablemente al hermano Winter, decidió que lo mejor era entregar la reliquia al concejo.

El perugino tuvo que ir cuatro veces a los Priores para que le creyeran. De hecho, todos conocían la fama del anillo, pero ¿cómo podían estar seguros de que era el verdadero? Nunca nadie lo había visto de cerca lo suficiente como para reconocerlo. Mientras tanto, la noticia se había difundido y llegó a Chiusi, cuyas autoridades pretendieron que se les devolviera. Pero las autoridades de Perugia decidieron que una reliquia tan importante significaría prestigio y riqueza (llegada de peregrinos, aumento del comercio y donaciones a las iglesias). Decidieron conservarla. Es más: a Luca delle Mine le dieron un premio de doscientos florines, una asignación vitalicia a sus hijos y la exención de impuestos durante tres generaciones.

«Boda de la Virgen», de Jean Baptiste Wicar (1762-1834), en la catedral de San Lorenzo en Perugia (Italia).

Final feliz

A Chiusi no le quedaba más remedio que declarar la guerra. Así, estalló entre Chiusi y Perugia la llamada Guerra del Anillo (Tolkien no ha inventado nada). Ambas ciudades se dirigieron al papa Sixto IV para hacer valer sus respectivos derechos. Si embargo, mientras los ejércitos luchaban, el Papa no sabía cómo resolver la cuestión. Lo hizo el Cielo, porque sus hijos estaban batallando, en el fondo, por exceso de devoción.

El esqueleto de Santa Mustiola se mostraba a la veneración de los fieles en la catedral de Chiusi hasta que fue ocultado con una cubierta. Imagen: Pregunta santoral.

Al año siguiente, en Chiusi se descubrió el lugar donde estaba enterrada Santa Mustiola, la primera portadora del anillo (y segunda después de su propietaria, la verdadera Señora del Anillo), la patrona perdida desde hacía siglos. Por consiguiente, Chiusi tuvo una reliquia igual de importante para venerar,  y aceptó que Perugia se quedara con el anillo. Pero pidió que el ladrón fuera castigado acorde al delito. Perugia no se lo entregó, porque habría acabado ahorcado. Sin embargo, aceptó meterlo en la cárcel de por vida. Y el hermano Winter experimentó en su propia piel que, verdaderamente, quien tenía algo que ver con el anillo y no lo trataba con el merecido respeto, acababa mal.

Traducción de Elena Faccia Serrano.

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