El primer domingo después del Domingo de Resurrección se celebra la Divina Misericordia, una devoción que comenzó gracias a una santa polaca, Faustina Kowalska, y que se extendió por todo el mundo gracias a un Papa polaco, San Juan Pablo II.
El Pontífice polaco anunció esta nueva fiesta tras la canonización de Santa Faustina en el año 2000, y para ello concedió indulgencias plenarias a los fieles de cara al domingo de la Divina Misericordia.
Una indulgencia plenaria es una gracia que concede la Iglesia Católica, por los méritos de Jesucristo, María y todos los santos, para borrar la pena temporal que queda como consecuencia del pecado.
Ésta se puede obtener una indulgencia plenaria yendo a una iglesia el Domingo de la Divina Misericordia “con un espíritu completamente desprendido del afecto por un pecado, incluso un pecado venial”, y participando en las oraciones celebradas en honor de la Divina Misericordia, como puede ser la Coronilla de la Divina Misericordia, la Adoración Eucarística y la confesión.
Los fieles también pueden visitar el Santísimo Sacramento expuesto o en el sagrario, y rezar el Padre Nuestro, el Credo y una devota oración a Cristo. El ejemplo de oración devota que se da en el Decreto de 2002 es “¡Jesús, en ti confío!”.
Para recibir la indulgencia, también se deben cumplir las tres condiciones habituales de confesarse, recibir la Sagrada Comunión y orar por las intenciones del Santo Padre. Si bien es apropiado que los dos sacramentos se reciban el mismo día, la Iglesia permite que se reciban hasta unos 20 días antes o después del día en que se realiza la obra de la indulgencia.
Qué es la Divina Misericordia
La devoción en la Iglesia por la Divina Misericordia nace de las revelaciones recibidas por Santa Faustina Kowalska durante la década de 1930. La mística religiosa recogió en un diario personal, con cerca de seiscientas páginas, todos los mensajes sobre la Segunda Venida y la misericordia de Cristo.
Santa Faustina recibió durante su vida mensajes proféticos de Cristo. Estos mensajes incluyen revelaciones sobre la infinita misericordia de Dios – acuñada la «Divina Misericordia» – y su obligación de difundir el mensaje al mundo.
A la edad de 18 años, Faustina, que ya desde muy pequeña sentía vocación por la vida consagrada, pidió a sus padres, sin éxito, poder ingresar en un convento. Ante la negativa de sus progenitores, Faustina decidió entregarse a los placeres del mundo. Un día, durante un baile, vio a Jesucristo Crucificado que le preguntaba: «Helena, hija mía, ¿hasta cuándo me harás sufrir; hasta cuándo me engañarás?». Faustina abandonó la fiesta y corrió a la iglesia más cercana, donde, después de pedir perdón, escuchó de Jesús: «Ve inmediatamente a Varsovia; allí entrarás en un convento». Tras ser rechazada por algunos centros religiosos, por su extrema pobreza, finalmente ingresó en 1925 en la Casa Madre de la Congregación de las Hermanas de Nuestra Señora de la Misericordia.
Faustina tuvo la primera revelación de la Divina Misericordia en su celda, el 22 de febrero del año 1931. A partir de ahí se repetirían periódicamente estos mensajes que serían recogidos en un diario personal, gracias las indicaciones de su confesor, el beato Michał Sopoćko.
Durante sus últimos años de vida, santa Faustina tuvo que soportar todo tipo de sufrimientos tanto espirituales como corporales. Falleció el cinco de octubre de 1938, a los 33 años, de los que trece fueron vividos en diferentes conventos de la orden.
Fue Juan Pablo II el que dotó a esta celebración de la importancia que hoy tiene para el orbe católico. La devoción del santo polaco por la Divina Misericordia se remonta a cuando era joven y trabajaba en unas canteras, cuyo camino pasaba junto al Santuario de la Misericordia.
En 1980, tras años de estudio de los escritos personales de Faustina Kowalska, el entonces Papa publicó su carta encíclica Dives in Misericordia relanzando la devoción sobre la misericordia divina. En ella señala: «es conveniente que volvamos la mirada a este misterio: lo están sugiriendo múltiples experiencias de la Iglesia y del hombre contemporáneo; lo exigen también las invocaciones de tantos corazones humanos, con sus sufrimientos y esperanzas, sus angustias y expectación».
Yo también soy devota y amo profundamente La Divina Misericordia. Gloria a nuestro Santo papá «amigo» que rescató la imagen y fe. Gloria a Dios.