Estados Unidos vivió este jueves -el cuarto jueves de noviembre, como manda la tradición- el Thanksgiving Day o Día de Acción de Gracias, una celebración cuya existencia han dado a conocer gracias al cine y la televisión, pero que, a diferencia de Halloween, no han exportado ni tiene implantación ni arraigo en otros países.
La gratitud sigue estando muy presente
Este año se desplazaron con este motivo más de 55 millones de norteamericanos, aproximadamente una sexta parte de la población. Y la línea es ascendente desde la crisis económica de 2008, salvo el parón por los confinamientos y restricciones globales de 2020-21.
Lo que demuestra la buena salud de este festejo, el más popular en el país, con un 79%, seguida de cerca (78%) por la Navidad. Por comparar: Pascua lo celebra el 70%, Halloween el 68% y Nochevieja el 67%.
No es una sorpresa que, como Navidad, el Día de Acción de Gracias sea considerada una fiesta eminentemente familiar: es la motivación del 67% de quienes la viven. Se trata de volver al hogar familiar o de acoger en él a los que están fuera.
Sin embargo, también con un 67% figura la causa original del Thanksgiving: dar gracias. Un día para la gratitud, que al parecer se vive como tal.
Ese agradecimiento es en su origen, y sigue siéndolo para una mayoría creyente, religioso. Cuando lo celebraron los peregrinos por primera vez en 1621 fue para dar gracias a Dios por la buena cosecha. Y ya tenía un precedente, establecido por el conquistador español Juan de Oñate en 1598, estableciendo un Día de Acción de Gracias, específico para ello, con una misa.
La actitud correcta
Dar gracias es también una actitud cristiana ante la vida. «Dad gracias en toda ocasión: esta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros», dice San Pablo a los Tesalonicenses (1 Tes 5, 18). Hemos recibido mucho del Señor, dones sobrenaturales que no merecemos: como la fe y la Iglesia para custodiar el depósito de la fe, la gracia y los sacramentos como su fuente, la oración y las formas de hacerla agradable a Dios usando palabras suyas en el Padrenuestro…
Y hemos recibido mucho de los demás, pues nadie es tan grande ni tiene tanto que no deba a otro u otros la mayor parte de lo que es o tiene.
Gracias, Señor, por tu Madre
Pero si de algo deberíamos dar gracias a Dios los cristianos no un día, sino todos los días y cada minuto, es del regalo de su Madre. «Las glorias de María» que ensalzó San Alfonso María de Ligorio o «las bienaventuranzas de María» que detalló el obispo Laureano Castán Lacoma no son glorias ni bienaventuranzas que ella reclame para sí: son glorias y bienaventuranzas para nosotros, en orden a Él.
Es propio de una madre quemarse en favor de sus hijos sin pedir nada a cambio, ni siquiera la gratitud. A veces se sacrifican e inmolan incluso en exceso o sin necesidad, solo por necesidad propia de expresar amor y dedicación. ¿Acaso será menos la madre de Dios que las madres terrenales? Y si el agradecimiento ha de estar en proporción al bien recibido, ¿cuál no le deberemos a la Santísima Virgen, si es doctrina común -y muchos reclaman su proclamación como dogma- que todas las gracias nos vienen por su cauce?
«Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad», dice San Pablo (1 Tim 2, 3-4). Ahora bien, como los hombres no pueden salvarse a sí mismos, esta afirmación del apóstol, en traducción teológica, quiere decir que Dios da a todos los hombres las gracias necesarias para su salvación. Para unos serán muchas. Para otros serán pocas. Pero para todos, si las aceptamos, serán suficientes para llegar al Cielo.
Si Nuestra Señora es la mediadora de todas esas gracias, quiere decir que nadie se ha salvado ni se salvará nunca si no es por un don recibido de sus manos. ¿No habría entonces que besarlas todos los días con gratitud proporcional al beneficio?