En el convento de San Elías de Pennisi (Italia), Fray Pío [el santo Padre Pío de Pietrelcina – nota de Cari Filii] experimentó por primera vez el fenómeno de la bilocación. La noche del 18 de enero de 1905 -narra él mismo-, mientras se encontraba en el coro, recogido en profunda oración, se sintió trasladado a una casa señorial de la ciudad de Údine, donde estaba muriendo un hombre y naciendo una niña.
El caso, curioso por decir lo menos, lo puso por escrito el joven Pio a indicación de su director espiritual y, pasados los años, se cruzaría este testimonio con el de Giovanna Rizzani, la segunda protagonista de la historia…
"Hace días- escribe Fray Pío- me sucedió un hecho insólito: Mientras me encontraba en el coro con Fray Anastasio, eran como las 23 horas del día 18 del mes en curso (enero de 1905), de pronto me encontré lejos en una casa señorial donde el padre moría mientras nacía una niña. Se me apareció entonces la Santísima Virgen María que me dijo:
Le contesté a la Virgen:
Este escrito fue cuidadosamente guardado por el director espiritual del Padre Pío, el sacerdote Agostino de San Marco in Lamis.
Luego al conocer que los hechos se habían corroborado, lo confió al cuidado de la niña de quien se trataba el testimonio de Padre Pío, Giovanna Rizzani… nacida en Údine, el 18 de enero de 1905, mientras su padre –miembro de la Masonería- moría.
Tras la muerte del señor Gian Battista Rizzani, su joven viuda Leonilde tomó a su hija recién nacida y se trasladó a Roma con sus papás. Allí, la pequeña Giovanna creció educada cristianamente.
Giovanna Rizzani a los 18 años
Una tarde del verano de 1922 Giovanna, ya convertida en adolescente, se dirigió a la Basílica de San Pedro para confesarse. No se veía sacerdote alguno en los confesionarios, pero de improviso se le cruza un joven sacerdote capuchino quien bajo la petición de Giovanna acepta confesarla. Ingresó, recuerda la chica, en el segundo confesionario, situado a la izquierda, entrando a la Basílica. Al finalizar la confesión… “lo esperaba para besarle la mano. Pero del confesionario no salió nadie, ¡porque no había nadie!”.
(Ni en 1905 u otro año, estuvo padre Pío en Udine, cerca de Venecia. Tampoco en 1922 salió ni un solo día de San Giovanni Rotondo).
En sus vacaciones de verano de 1923, narra Giovanna, fue con una tía y dos amigas a S. Giovanni Rotondo, para conocer al sacerdote de quien tanto se comentaba, Padre Pío.
Era el atardecer. El corredor que llevaba de la antigua sacristía a la clausura del convento estaba abarrotado de gente, pero Giovanna se encontraba en primera fila. El Padre Pío, al pasar, la miró y le dijo: “Yo te conozco, naciste el día en que murió tu padre”, y le dio a besar la mano, bendiciéndola.
Al día siguiente, en el confesionario, lo oyó decir: “¡Hija mía, por fin estás aquí! Hace años que te estoy esperando…”
Giovanna respondió: “Padre ¿qué quiere de mí? Yo no lo conozco. Es la primera vez que vengo a S. Giovanni Rotondo. Acompaño a mi tía. Quizás está en un error, me confundió con otra muchacha”.
“No, no me equivoco -le respondió el Padre Pío- ni te confundo con otra muchacha. Tú ya me conoces. Me encontraste el año pasado en la Basílica de San Pedro en Roma”.
Ante el asombro de Giovanna, ella recuerda que el padre le explicó que aquél confesor en el Vaticano era él. Luego para su asombro le habló de la encomienda que sobre ella recibió mientras estuvo presente durante la muerte de su padre…
“Fuiste confiada a mi cuidado por la Santísima Virgen María”, fueron las palabras del santo sacerdote.
Fuentes: Franciscanos.org / Libro “San Pío de Pietrelcina, Cireneo de todos”, citados en Portaluz