El 18 de diciembre, el Dicasterio para la Doctrina de la Fe dio a conocer la declaración Fiducia supplicans, complementada el 4 de enero con una Nota de Prensa aclaratoria. Ambos textos definen un nuevo tipo de bendiciones «no litúrgicas ni ritualizadas», caracterizadas como «breves» (incluso «muy breves»), «espontáneas» y «pastorales», que podrían recibir «parejas en una situación irregular» (como «divorciados en una nueva unión») o «parejas del mismo sexo».
El cardenal Víctor Manuel Fernández, prefecto del dicasterio, insistió en varias entrevistas sobre la cuestión en que lo que se autoriza bendecir no es a las personas (lo cual no supondría ninguna novedad), sino a las parejas en sí mismas, aunque no se bendeciría la unión que da lugar a la pareja, sino solo la pareja.
La Iglesia reacciona
Esta difícil distinción, o la misma posibilidad de que una bendición impartida por un sacerdote en nombre de toda la Iglesia no sea litúrgica, ha suscitado la reacción de cardenales que han denunciado la declaración como «blasfema» (cardenal Gerhard Müller, antepredecesor de Fernández) o «herética» (cardenal Robert Sarah, prefecto emérito del Dicasterio para el Culto Divino), de conferencias episcopales enteras que se han negado a aplicarla (como todas las del África subsahariana) o de obispos individuales en todo el mundo que la han considerado cuanto menos como innecesaria, inapropiada o contradictoria.
Lo que está claro, porque así lo afirmó enseguida el jesuita James Martin, investido por Francisco como intérprete oficioso de sus intenciones en relación a los grupos LGBT (Martin celebró con entusiasmo este documento), es que «la declaración abre la puerta a bendiciones no litúrgicas de parejas del mismo sexo, algo que antes estaba vetado a obispos, sacerdotes y diáconos… Desconfiad de la respuesta ‘Nada ha cambiado’… Es un cambio importante… Ayer, como sacerdote, se me prohibía completamente bendecir a una pareja del mismo sexo. Hoy, con algunas limitaciones, puedo hacerlo«.
De hecho, se apresuró a hacerlo él mismo para ejemplificar lo aprobado y bendijo a una pareja gay.
Confusión y escándalo
El núcleo de todas las críticas es que, de una forma u otra, lo que va a resultar bendecido es el pecado que da origen y mantiene unidas a las parejas bendecidas. Fiducia supplicans habla de evitar «formas graves de escándalo o confusión entre los fieles», pero todo cuanto ha sucedido en la Iglesia en el último mes y medio ha repercutido en «confusión» y «escándalo».
«Confusión», porque de hecho, además de la Nota de Prensa oficial del dicasterio, el cardenal Fernández ha creído necesario conceder media docena de entrevistas para aclarar su alcance y contenido.
Y «escándalo», porque por primera vez desde 1968 con la encíclica Humanae Vitae de Pablo VI sobre la regulación de la natalidad, se ha asistido a una partición de la Iglesia en dos a todos los niveles de su jerarquía. Con la diferencia de que los sectores hostiles a la doctrina de la Iglesia atacaron en aquella ocasión el documento que salía de la Santa Sede, mientras que ahora son sus defensores.
Garabandal: «Camino de la perdición»
Retrotraerse a los años 60 trae inevitablemente a la memoria las apariciones que en aquellos años tenían lugar en el pueblo de Garabandal (Cantabria, España). Allí, la Virgen habría formulado el 18 de junio de 1965 una advertencia sobre un mal que aquejaba a la jerarquía y parece haber despertado de nuevo en la persona de los impulsores de esta declaración: «Antes la copa se estaba llenando, ahora está rebosando. Los sacerdotes, obispos y cardenales van muchos por el camino de la perdición y con ellos llevan a muchas más almas«.
Es el mal que han señalado en Fiducia supplicans los críticos que han ahondado más en su consecuencia más dramática: la confirmación de personas concretas en una vida objetivamente apartada de la ley de Dios, con consecuencias desastrosas para sus almas. El cardenal Müller lo señalaba sin rodeos: «Al bendecirse a la pareja, se bendice a la relación pecaminosa en sí misma. Ahora bien, Dios no puede enviar su gracia sobre una relación que se opone directamente a Él, y que no puede ordenarse en un camino hacia Él… Por eso, aun cuando se realizara esta bendición, su único efecto sería confundir a las personas que la reciben o que asisten a la bendición, que pensarían que Dios ha bendecido lo que Él no puede bendecir».
La bendición, explica el purpurado alemán, tiene un significado propio que todo el mundo entiende sin los distingos teológicos y canónicos que hace la declaración. «La predicación de la Iglesia no puede separar signos y palabras» porque están «intrínsecamente unidos», añade Müller, y «la gente sencilla… es la más vulnerable a ser engañada por un signo que contradice la doctrina, pues capta intuitivamente el contenido doctrinal del signo«.
Por su parte, el cardenal Sarah recordó que «la verdad es la primera de las misericordias que Jesús ofrece al pecador«, y que «la oración de la Iglesia no se le niega a nadie, pero no puede jamás desviarse para convertirse en una legitimación del pecado, de la estructura de pecado o incluso de la ocasión próxima de pecado«. Y recuerda que «bendecir las uniones homosexuales como si fuesen legítimas» suscita «error, escándalo, dudas y decepciones», por lo que los obispos que lo promueven «ignoran u olvidan la severa advertencia de Jesús contra quienes escandalizan a los pequeños«: «Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí más le valdría que le colgasen una piedra de molino al cuello y lo arrojasen al fondo del mar» (Mt 18, 6).
El Castigo
Ese efecto de mantenimiento de las almas en el pecado, por la vía de una bendición a la pareja indisociable para «la gente sencilla» de la bendición al pecado mismo, y su efecto de arrastre al pecado para otras almas por la vía de su normalización, es el que, en el mensaje del 19 de junio de 1962 en Garabandal, anunciaba «el Castigo«, porque «el mundo está peor, hay que cambiar mucho y no ha cambiado nada».
Y no ha cambiado porque permanece indiferente al pecado. «Hay que hacer muchos sacrificios, mucha penitencia«, habría dicho Nuestra Señora el 18 de octubre de 1961: «Tenemos que visitar al Santísimo con frecuencia. Pero antes tenemos que ser muy buenos. Si no lo hacemos nos vendrá un castigo. Ya se está llenando la copa, y si no cambiamos, nos vendrá un castigo muy grande».
¿Han sido Fiducia supplicans y sus consecuencias la gota que hace desbordar el vaso?