Con la Presentación de la Virgen, Dios la preparó «para su misión de ser la Nueva Eva»

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La Virgen Niña o la Niña María es una devoción muy arraigada, incluso fuera de las fechas de la Presentación, como en el caso de la Procesión de la Virgen Niña que se celebra en septiembre en Ampuero (Cantabria).

Con la festividad de la Presentación de la Virgen, que se celebra este jueves, la Iglesia nos invita a contemplar «cómo la Providencia prepara a María para su misión de ser la Nueva Eva», señala el sacerdote Jesús Luis Sacristán en COPE.

Según una tradición que se remonta a tiempos apostólicos, la niña María, fue llevada al Templo por sus padres, Joaquín  y Ana, para que integrara el grupo de doncellas que allí eran consagradas a Dios e instruidas en la piedad. El apócrifo Protoevangelio de Santiago cuenta que allí el sacerdote, al recibirla, exclamó: “El Señor ha engrandecido tu nombre por todas las generaciones, pues al fin de los tiempos manifestará en ti su redención a los hijos de Israel”. Y «el Señor derramó gracia sobre la niña, quien danzó, haciéndose querer de toda la casa de Israel”, añade el texto.

El inicio de esta celebración de la Presentación de la Virgen data del año 543 con la Dedicación de la Iglesia Santa María la Nueva en Jerusalén. En 1372 el Papa Gregorio XI la introdujo en Aviñón, donde residía durante el cisma que dividió la Iglesia en aquella época. Posteriormente el Papa Sixto V (1585-1590) la extendió a toda la Iglesia.

El 21 de noviembre de 1953, el Papa Pío XII instituyó este día como la Jornada Pro Orantibus, para rezar por las comunidades de clausura. En ese sentido, Francisco pidió en 2014 que se aprovechase esta ocasión «para agradecer al Señor por el don de tantas personas que, en los monasterios y en las ermitas, se dedican a Dios en la oración y en el silencio activo, reconociéndole aquella primacía que sólo a Él le corresponde”, y de la que es modelo la Virgen, llena de gracia desde su concepción.

«Este día admirable para todos los creyentes», concluye el padre Sacristán, «nos recuerda la cantidad de dones con que el Altísimo llenó a María. Precisamente Ella cuando entone el Magníficat en casa de Zacarías e Isabel, proclamará: ‘El Poderoso ha hecho obras grandes por mí’. Pero ya antes de la Visitación, cuando el Arcángel Gabriel le anuncia que será la Madre del Salvador, le saluda como llena de Gracia».

Cuando, ya como madre de Jesucristo, María acudiese al templo a presentar a su hijo, en anciano Simeón también pensó en ella al profetizar los dolores de la Pasión: «Éste ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones» (Lc 2, 34-35).

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