En mayo de 1967, el Papa Pablo VI viajaba a Fátima con motivo del 50 aniversario de las apariciones y el 25 aniversario de la Consagración del mundo al inmaculado corazón de la Virgen.
En ese viaje aprovechó para presentar su Exhortación apostólica Signum magnum, sobre la necesidad de venerar e imitar a la bienaventurada Virgen María, "Madre de la Iglesia y ejemplo de todas las virtudes".
A pesar de que uno de los indeseados frutos del Vaticano II, tal y como reconoció años más tarde el entonces cardenal Joseph Ratzinger, fue una cierta pérdida de la devoción mariana en la Iglesia, el Papa que capitaneó y concluyó el Concilio, Pablo VI, fue uno de los más firmes defensores y promotores de la protección de la Virgen a la Iglesia del tercer milenio.
De hecho, por su expreso deseo el Concilio concluyó el 8 de diciembre, Fiesta de la Inmaculada Concepción, y no dejó de encomendar a María los frutos de aquel gran acontecimiento eclesial.
Una de aquellas ocasiones fue la que protagonizó, en mayo de 1967, durante su viaje a Fátima, en Portugal, con ocasión del 50 aniversario de las apariciones de la Virgen a los tres pastorcitos de Cova de Iría, y de los 25 años de la consagración del mundo al Inmaculado Corazón de María, tal y como la Señora había pedido en Portugal.
Pablo VI con Sor Lucía en Fátima en 1967
Advertencia profética
Pablo VI pidió ante todo por la Iglesia, con una advertencia que resultaría profética ante los posibles desvíos del Concilio Vaticano II: «Nuestra primera intención es por la Iglesia: la Iglesia una, santa, católica y apostólica. Queremos orar por su paz interior. El Concilio Ecuménico [que se había clausurado hacía sólo un año y medio] ha despertado una gran cantidad de energía en el seno de la Iglesia, ha abierto visiones más amplias en el ámbito de su doctrina, ha llamado a todos sus hijos a tener un conocimiento más claro, una más íntima colaboración y un apostolado más enérgico. A Nos, nos preocupa que tanto beneficio y tanta renovación se conserven y crezcan más. ¡Cuanto daño se haría si una interpretación arbitraria y no autorizada por el magisterio de la Iglesia transformase este renacimiento espiritual en una inquietud que disolviese su estructura tradicional y constitucional, que sustituyese la teología de los verdaderos y grandes maestros por ideologías nuevas y particulares diseñadas para eliminar de la norma de la fe todo aquello que el pensamiento moderno, muchas veces falto de luz racional, no comprende o no acepta, y que cambiase el ansia apotólica de caridad redentora, en aquiescencia ante las formas negativas de la mentalidad profana y de las costumbres del mundo! ¡Cuánta decepción causaría nuestro esfuerzo de aproximación universal, si no ofreciésemos a los hermanos cristianos, todavía separados de nosotros, y a los hombres que no poseen nuestra fe el patrimonio de verdad y de caridad del que la Iglesia es depositaria y distribuidora, en su sincera autenticidad y en su original belleza».
Estatua del ahora beato Pablo VI en el Santuario de Fátima
Por una Iglesia viva, verdadera, unida y santa
Ante estas sospechas de infidelidad dentro de la Iglesia del postconcilio, el Santo Padre reclamó el auxilio de la Virgen, en el mismo lugar en el que la Madre de Dios se había aparecido a los hombres para recordarles la importancia de ser fieles a Cristo: «Queremos pedir a María -seguía Pablo VI- una Iglesia viva, verdadera, unida, y santa. Queremos orar para que las esperanzas y energías, suscitadas por el Concilio, puedan traernos, en larguísima medida, los frutos del Espíritu Santo, que la Iglesia celebra el día de Pentecostés y del cual proviene la verdadera vida cristiana; esos frutos enumerados por el apóstol Pablo: caridad, alegría, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza (Gálatas 5, 22 ). Queremos orar para que el culto y la adoración a Dios, hoy y siempre, conserven su prioridad en el mundo, y su ley dé forma consciente a las costumbres del hombre moderno. La fe en Dios es la luz suprema de la humanidad; y esta luz no sólo no debe apagarse en el corazón de los hombres, sino al contrario, debe re-encenderse en mitad de ellos, para el estímulo de su ciencia y su progreso».
Fátima, protectora de la Iglesia
Pablo VI aprovechó el viaje al santuario de Fátima (www.santuario-fatima.pt) para poner la Iglesia al amparo de María, y para recordar a los católicos que la Virgen es el «ejemplo de todas las virtudes», y a quienes los fieles le deben un culto sentido y medido. Lo hizo a través de su Exhortación apostólica Signum magnum, que presentó precisamente en ese 13 de mayo de 1967.
En el documento, como más tarde pudo leerse, Montini explicaba que «María es la Madre espiritual perfecta de la Iglesia», no sólo por el mandato de Jesús en la Cruz, sino que también es «madre espiritual mediante su intercesión ante el Hijo».
La Virgen es «la educadora de la Iglesia, gracias a lo fascinante de sus virtudes», pues «la santidad de María es un luminoso ejemplo de perfecta fidelidad a la gracia».
Para rebatir la supuesta mariolatría que algunas ramas protestantes criticaban en la Iglesia, el Papa mostraba cómo el ejemplo de María aparece en las páginas del Antiguo Testamento, del Evangelio y de la Historia de la Iglesia, y, cómo es «esclava del Señor desde la anunciación hasta su gloriosa asunción» y cuál y cómo es, por tanto, el culto y la gratitud que la Iglesia le debe a la Madre.
Además, y aprovechando la festividad de Nuestra Señora de Fátima, Pablo VI explicaba el mensaje mariano «de invitación a la oración, a la penitencia y al temor de Dios» e invitaba «a renovar, personalmente, la consagración al Corazón Inmaculado de María», pues «nos conforta la certeza de que la excelsa Reina del Cielo y Madre nuestra dulcísima, no dejará de asistir a todos y cada uno de sus hijos, y no retirará de toda la Iglesia de Cristo su patrocinio celestial».