Chiara Corbella perdió a dos bebés y dio su vida por el tercero: la Virgen la acompañó siempre

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Palabra edita en español la historia emocionante de Chiara Corbella. Se titula Nacemos para no morir nunca. Chiara nunca pronunció esa frase, pero la conocía, porque su marido Enrico la había escuchado a los 15 años a un enfermo terminal de cáncer de huesos y él la repetía a menudo, como parte de su vida espiritual y cotidiana. Ella la compartía con su vida.

Se conocieron en Medjugorje
Chiara y Enrico se conocieron en Medjugorje en verano de 2002. Él acudió en un viaje con su grupo de Renovación Carismática. Ella estaba de vacaciones en Croacia con unas amigas del instituto, y su madre pertenecía a una comunidad carismática llamada Corazón de Jesús.

Desde niña tenía la costumbre de rezar al menos 15 minutos cada día con su hermana Elisa, dos años mayor. Su padre trabajaba en el sector turístico y eso les permitía acceder a viajes con cierta facilidad.

Ella tenía 18 años. Vio a Enrico, que tenía 23, y se gustaron. Ella, que nunca había salido con un chico y había rechazado a varios, pensó: "Este chico es para mí". Ahí empezó un noviazgo que duró seis años hasta que se casaron.

Hubo un momento en su noviazgo en que parecía que iban a romper, pero Chiara volvió a Medjugorje discutiendo con Dios para recuperarlo o al menos para pedirle explicaciones a Dios. "Vuelvo a Medjugorje y me lo explicas", le retaba al Señor.

En el monte Podbrdo sintió una gran paz y la sensación de que Dios le decía "Espérate y fíate". Con esa paz se reconcilió con Enrico, y en diciembre de ese mismo año tomaban un mismo director espiritual, el padre Vito. Él les acompañaba en una marcha con los franciscanos con etapas de 20 kilómetros cuando Enrico pidió a Chiara casarse.

La primera bebé, anencefálica
Su primer gran golpe llegó con su primer bebé, a los pocos meses de casarse. En la ecografía Chiara, a sus 24 años, veía a la pequeña Maria Grazia Letizia chupándose el dedo, dando pataditas… pero sin caja craneal. Era anencefálica y moriría al poco de nacer.

Chiara se sintió identificada con la Virgen María: un hijo especial, que moriría bajo su mirada, y con el peso de anunciarlo a su marido, que aún no lo sabía. Como María, temía el riesgo de ser repudiada.

Ahí Chiara aprendió a tratar a Dios como una persona con sus propios planes, no como alguien a su servicio.

Enrico, cuando supo de la niña, dijo: "No te preocupes, es nuestra hija, la acompañaremos hasta donde podamos".

Fue un embarazo feliz, molestado sólo por quienes les sugerían el aborto o dejaban caer que su hija no era realmente una hija o una niña. Había sufrimiento, pero también felicidad. Mucha gente entendió que era una niña especial con padres especiales, en un círculo que generaba amor.

A veces Chiara quería ser invisible para no tener que repetir la historia de la niña, pero su barriga era especialmente grande: "me obligaba a hablar de al gloria de Dios", decía ella.

En cuanto la niña nació, con su corazón aún palpitante, el padre Vito la bautizó. Se hicieron fotos: Chiara estaba orgullosa de su primera hija. Cuarenta minutos después, ella murió.

Fue hermoso, dicen aún hoy todos en la familia. En el funeral del bebé, dos días después, Enrico tocó la guitarra y Chiara el violín, ambos de blanco. Enrico repartió un recordatorio con la imagen de la Virgen con el Niño.

El segundo bebé, sin piernas
Después llegó el segundo bebé, Davide Giovanni. En las primeras ecografías parecía que tendría graves deformaciones de brazos o piernas. Ellos se prepararon para un bebé con discapacidad, estudiando la historia de Nick Vujicic, un joven sin brazos y sin piernas que es un ejemplo de superación. Su aparición en la hermosa película corta El Circo de las mariposas les conmovió.

Pero después se comprobó que las malformaciones serían más graves aún: falta de riñones, de vejiga, pulmones débiles… El niño moriría enseguida.

Al ver el diagnóstico, ofrecieron a su hijo en oración en la iglesia de Santa Anastasia de Roma, donde hay adoración perpetua. "No lo entiendo pero lo acepto", era su oración. Peregrinaron a Turín para ver la Sábana Santa, y en ese viaje oraron mucho a la Virgen, entregándose a ella. Cuando nació el niño, vivió 38 minutos, rodeado de padres y abuelos. El padre Vito lo bautizó. De nuevo, lo despidieron con una alegría especial.

Tercer bebé… y cáncer
Deseando un nuevo hijo, visitaron en oración las 7 basílicas jubilares de Roma y en Santa María la Mayor oraron a la Virgen pidiendo un nuevo bebé. Pocos días después se les concedió. Recibieron la noticia con esperanza y alegría.

Pero entonces se diagnosticó a Chiara un terrible cáncer en la lengua. Los tratamientos contra este cáncer podían poner en peligro al bebé. Había que retrasarlos hasta que naciera el niño.

Chiara, ya muy enferma y dañada en la boca, el ojo, la garganta… pero con un alma cada vez más fuerte

Chiara se negó incluso a adelantar el parto, no quería poner a su pequeño en riesgo de ser un prematuro dependiente de la incubadora aunque muchos niños salen adelante así. Insistió en esperar a las 34 semanas de gestación. Se enfadaba con los médicos que insistían en hablar del “feto”, en vez de llamarlo por su nombre: Francesco.

El niño nació sano y una amiga que había dado a luz esos días le dio el pecho, mientras Chiara se sometía a tremendos tratamientos. La enfermedad y los efectos secundarios la afectaban en la boca, el cuello, a la hora de comer…

Bautizaron al niño en la parroquia cerca de su casa, dedicada a la Virgen de Guadalupe. Después, en el día de la Anunciación, lo confiaron a la Virgen en el santuario franciscano de Porziuncola.

Enfermedad junto a la Virgen
Llegó el momento en que Chiara empeoró mucho, y fue hospitalizada. En el hospital rezaba por sus compañeros enfermos, por chicas que no aceptaban sus propias enfermedades. Al ver acercarse los últimos días, los esposos se repitieron sus votos matrimoniales.

Ella dijo: “No me digáis cuanto tiempo me queda, quiero vivir el presente”. Pensaba que si le daban alguna fecha o plazo el demonio la podría tentar con más fuerza.

Fallando todo lo humano, decidieron ir a Medjugorje, el lugar donde se habían conocido. Lo anunciaron por e-mail a muchos conocidos pidiendo oraciones “para vivir santamente esta prueba”. Muchas personas, cientos, se apuntaron a esa peregrinación por acompañarlos.

Allí, frente a la estatua de la Virgen en el Podbrdo, Chiara rezó sonriente con una mano apoyada en la reja.
Su madre le organizó un encuentro con Iván, que dice recibir mensajes de la Virgen.

– Si tuvieses la posibilidad de irte pronto con la Virgen, ¿te irías? –preguntó Chiara a Iván.

– Sí –dijo él.

– Gracias- respondió ella, y no preguntó más.

En ese viaje, en la capilla de la Comunidad del Cenáculo, repitieron de nuevo sus votos matrimoniales. A todos los peregrinos les dijeron: “Queríamos que viniéseis para entregaros nuestro secreto… que sin María, nada de lo que hacemos sería posible”.

Enrico, el joven viudo de Chiara, comparte el crecimiento espiritual que fue acompañarla en sus dolores y esperanzas como matrimonio

De vuelta a Roma en mayo, mes de María, fueron recibidos por el Papa Benedicto XVI en una audiencia pública. Eran 30 segundos. “Santo Padre, nuestro hijo Francesco ha nacido porque Chiara ha pospuesto el tratamiento, ahora ella es una enferma terminal”, le dijeron. El Papa Benedicto se emocionó y abrazó a la chica.

Pasó sus últimos momentos rodeada de amigos en la fe y de su familia en oración, que con el padre Vito rezaban los salmos que se rezan cuando los peregrinos se acercan a Jerusalén. Murió con 28 años.

La vistieron con su traje de novia y una multitud pasó a ver sus restos. El funeral tuvo lugar el 16 de junio, fiesta del Inmaculado Corazón de María. Acudió el cardenal Vallini, vicario del Papa para la diócesis de Roma. “Lo que Dios ha preparado a través de ella, no lo podemos perder”, dijo. Sus amigos Simone Troisi y Cristiana Paccini, que la acompañaron, escribieron los detalles, numerosos, emocionantes y espirituales de ese  itinerario de amor en Nacemos para no morir nunca.

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