Así vivió la Virgen María la Pasión de Cristo, según las visiones de la beata Ana Catalina Emmerich

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La Virgen sufrió lo indecible por la horrenda muerte que dieron a su hijo

Ana Catalina Emmerich (1774-1824) fue una humilde religiosa que tras ser sirvienta y costurera ingresó a los 28 años en un convento agustino. Allí experimentó en su cuerpo los estigmas de Cristo y aunque incluso llegó a ser perseguida en vida finalmente fue beatificada por Juan Pablo II en 2004.

Pero además de los estigmas, esta religiosa tuvo unas visiones asombrosas en las que pudo ver tanto la vida de Jesús, desde su nacimiento a la Pasión como la vida de la Virgen María. Estas visiones son revelaciones privadas y no añaden nada al depósito de la fe pero sí ofrecen a la contemplación del Misterio.

Precisamente, Mel Gibson se basó en las visiones de la beata Ana Catalina Emmerich para realizar la película cumbre de su carrera La Pasión de Cristo.

Entre las muchas visiones que tuvo, esta beata también vio cómo vivió la Virgen María la muerte de su hijo y relata los terribles sufrimientos de la madre de Jesús, su impotencia y su ejemplo ante la injusticia. Todo lo que vio la religiosa está plasmado por escrito después de que el escritor Clemente Brentano lo copiase literalmente tras escucharlo a la beata.

En español, las visiones de Emmerich están recogidas en el libro La amarga Pasión de Cristo (Voz de Papel). A continuación ofrecemos algunos extractos de este libro que muestran a la Virgen María durante la pasión. Así lo vio y así lo contó la beata alemana:

«He visto las mejillas de la Santísima Virgen pálidas y descarnadas, la nariz fina y larga, sus ojos casi tan rojos como la sangre de tanto llorar. Es maravilloso e indescriptible lo sencilla, recta y lisa que aparece. Después de llevar toda la noche errando desde ayer, con sustos, angustias y lágrimas, por el valle de Josafat y la muchedumbre de las calles de Jerusalén, sus vestidos están totalmente ordenados y no parecen desarreglados; no hay un solo pliegue de su vestido que no esté lleno de santidad; todo en ella es llano y sencillo, serio, puro e inocente».

Más adelante, la beata cuenta cuando María y el resto de mujeres llegan al Calvario:

«María y sus amigas van al Calvario Después de que la Santísima Virgen tuvo su doloroso encuentro con Jesús con la cruz a cuestas, se desplomó sin conocimiento. Juana Cusa, Susana, Salomé de Jerusalén y Juan, el sobrino de José de Arimatea, la volvieron a meter en la casa, empujados por los soldados. La puerta se cerró entre ella y su Hijo amado, maltratado y abrumado. El amor y el deseo ardiente de estar con su Hijo y de padecer todo con Él y de no abandonarle hasta el fin le dieron fuerza sobrenatural, y sus acompañantes se apresuraron a ir con ella, veladas, hacia la casa de Lázaro en la zona de la puerta de la Esquina, donde las otras santas mujeres se habían reunido con Marta y María, todas deshechas en lágrimas y lamentos. Con ellas había también algunos niños. De allí salieron diecisiete al camino de la Pasión de Jesús.

»Las vi llegar al foro decorosamente embozadas, muy serias y resueltas, imponiendo respeto con su duelo, sin preocuparse de las mofas del populacho. Besaron el suelo donde Jesús cargó la cruz y luego hicieron todo el camino de la Pasión del Señor, venerando todos los lugares donde había padecido. Al andar, María y las mujeres que estaban iluminadas más hondamente procuraban pisar en las huellas de Jesús. La Santísima Virgen dirigía las paradas y trayectos de este Viacrucis, mientras a la vez lo veía y sentía interiormente. Grabó vivamente en su alma todos los lugares, decía a sus acompañantes cuáles eran los lugares sagrados e incluso contó los pasos.

»De este modo la devoción más conmovedora de la Iglesia se escribió por primera vez en el corazón maternal de María con la espada que había profetizado Simeón. De sus santos labios pasó a sus compañeras y de éstas ha llegado hasta nosotros. Es el santo regalo de Dios al corazón de su Madre, que desde allí se propaga a los corazones de sus hijos, la tradición de la Iglesia. Cuando una lo ve como yo, tales regalos parecen más vivos y más santos que cualquier otro.

»Los judíos veneran mucho todos los sitios donde han ocurrido hechos amados y santos; no olvidan una piedra de un acontecimiento importante; erigen estelas, hacen peregrinaciones y van a rezar allí. El culto del santo Viacrucis, el camino sagrado de la cruz, no fue instituido por hombres a consecuencia de un propósito deliberado, sino que tuvo su origen bajo los mismos pies de Jesús, en la naturaleza de los seres humanos y en las miras de Dios para su pueblo a través del más fiel amor de Madre.

»Entonces el grupo de las santas mujeres llegó a casa de Verónica y se metió en ella porque, en ese momento regresaba Pilatos por la calle desde la puerta de la Ejecución con su caballería y doscientos soldados. En casa de Verónica, las santas mujeres contemplaron entre lágrimas y gemidos el chal con la cara de Jesús y admiraron la misericordia de Dios para su fiel amiga. Salieron y se llevaron la jarra de vino con especias que no habían dejado que Verónica diera a Jesús, y todas juntas fueron con Verónica a la puerta de la Ejecución y el Gólgota. Por el camino se les incorporaron buenas personas conmovidas, entre las que había cierto número de hombres; iban por la calle de forma indeciblemente conmovedora y ordenada; era una comitiva casi tan grande como la de Jesús, exceptuando al pueblo que corría tras ella.

»No se pueden expresar los padecimientos de María en este camino y sus desgarradores dolores al ver el lugar de la ejecución y subir al Calvario; eran los dolores internos de Jesús y, además, el sentimiento de quedarse atrás.

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»Magdalena estaba deshecha, vacilante y como ebria de dolor, como si pasara de un tormento a otro, iba de la mudez a los lamentos, de la rigidez a retorcerse las manos, de quejarse a amenazar. Las demás tenían que esconderla, sostenerla, protegerla y amonestarla.

»Subieron al Calvario en tres grupos, por el lado occidental, por donde la subida es más suave, y cada grupo quedó a distinta distancia de la valla del círculo. La Madre de Jesús, su sobrina María Cleofás, Salomé y Juan llegaron hasta el mismo círculo; María, María Heli, Verónica, Juana Cusa, Susana y María Marcos estaban algo más lejos arropando a Magdalena, que no se podía contener; y las otras siete estaban algo más retiradas. La mayoría de las buenas personas estaban entre unas y otras y mantenían el enlace entre los tres grupos. Los fariseos a caballo se agrupaban en distintos lugares alrededor de la cruz, y en las cinco entradas de la valla había soldados romanos.

»¡Qué imagen para María ver el sitio del suplicio, la cruz horrorosa en aquella prominencia del terreno, los martillos, las cuerdas, el mazo de clavos terribles, y los verdugos deformes, trabajando, yendo y viniendo, medio desnudos, blasfemando y como borrachos en medio de todo aquello! La ausencia de Jesús prolongaba el martirio de su Madre; sabía que todavía estaba vivo, anhelaba verlo y temblaba porque cuando lo viera estaría en indecibles tormentos».

Después de la muerte de Jesús y cuando la Virgen ya vivía en Éfeso con el apóstol Juan, María quiso volver a Jerusalén. La beata Ana Catalina Emmerich lo cuenta así, tal y como lo recoge el libro La vida oculta de la Virgen María:

«Después del tercer año de estancia aquí, María tenía grandes ansias de ir a Jerusalén, y Juan y Pedro la llevaron allí. Me parece que se habían reunido allí varios apóstoles. Vi a Tomás. Creo que era un concilio y que María los asistía con sus consejos.

»A su llegada, por la tarde ya oscurecido, vi que antes de entrar en la ciudad, visitó el Monte de los Olivos, el Calvario, el Santo Sepulcro y todos los santos lugares de los alrededores de Jerusalén. La Madre de Dios estaba tan triste y conmovida por la pena que apenas podía tenerse de pie, y Pedro y Juan la tenían que llevar sosteniéndola bajo los brazos.

»Ella todavía vino otra vez aquí [a Jerusalén] desde Éfeso, año y medio antes de su muerte, y entonces la vi visitar los santos lugares con los apóstoles, embozada y otra vez por la noche. Estaba indeciblemente triste y suspiraba continuamente «Oh, hijo mío, hijo mío».

Cuando llegó a la puerta trasera del palacio donde se encontró con Jesús desplomado bajo el peso de la cruz, María cayó al suelo sin sentido, conmovida por el doloroso recuerdo. Sus acompañantes creyeron que se moría».

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