El Papa Francisco declaró el pasado 24 de abril “venerable” a la valenciana afincada en Madrid Amparo Portilla Crespo, madre de 11 hijos que murió a causa de un cáncer de pulmón en 1996, y a la que ahora Roma reconoce sus virtudes heroicas.
Ya sólo necesitaría un milagro por su intercesión para ser declarada beata. A los 12 años de edad, perdió a su padre, encarcelado y asesinado en 1937 durante la Guerra Civil. A los 25 años, casada con Federico Romero, se mudó a Madrid y se volcó en su familia cada vez más numerosa, como «trabajadora infatigable, siempre alegre y generosa, dando a los demás permanente ejemplo de vida cristiana”. Tuvieron 11 hijos y no les faltaron las penurias económicas. También buscaba volcarse con «los más desprotegidos, pobres, enfermos o apartados de Dios», según los promotores de su beatificación.
En Madrid llegaría a ser líder nacional de la Obra Apostólica Familiar, un movimiento católico familiarista que en 1966 se refundaría, junto con otros, en el actual Movimiento Familiar Cristiano. Participaba en programas de televisión hablando de la vida familiar y matrimonial.
Murió en su casa en la madrugada del 10 de mayo de 1996 “mirando en sus últimos días una imagen de Virgen de los Desamparados y dejando en todos los que la conocieron su profunda y auténtica vida cristiana”. Su cuerpo descansa en la Cripta de la Almudena en Madrid.
Precisamente, uno de los aspectos de su vida de fe más fuertes fue su gran devoción a la Virgen María. Así lo atestigua su familia y la gente que la conoció bien.
Como buena valenciana amaba a la Virgen de los Desamparados. Además, en cada bautizo de sus 11 hijos tras el sacramento, como si se tratara de saldar una deuda, ofrecía su hijo a la Virgen. Además, quiso que todas sus hijas llevaran nombres de advocaciones marianas y hasta le puso Asunción a su primera hija porque en el año 1950 se declaró el dogma de la Asunción de la Virgen a los cielos.
Amparo oyó en una ocasión que sería bueno que cada familia tuviera una advocación propia de la Virgen y pensó que la de su familia fuese la Virgen del Romero. Cuando se enteró de que ya existía una en Cascante (Navarra), acudió con frecuencia a visitarla. En una ocasión la familia Romero, incluidos hermanos y tíos, se reunieron en su santuario, en un encuentro que los más de cincuenta peregrinos llamaron «Romerada».
“A mi madre le gustaba visitar santuarios dedicados a la Virgen. En cada uno tenía encomendado a un hijo y al pasar a su vera, de camino a cualquier parte, renovaba la encomienda a la Virgen. Es como si tuviera otra familia, unida a la geografía de las iglesias marianas”, cuenta uno de sus hijos en la web dedicada a su madre.
Del mismo modo, su familia recuerda que “como madre buscaba en la Virgen la protección que ella también procuraba a sus hijos, y al comenzar los viajes solía acudir a Ella para que nos protegiera bajo su manto, ‘como una madre arroparía a sus hijos para protegerlos’, decía. Le dio mucha alegría cuando en 1963 fueron por primera vez a veranear a Riaza y descubrió que la patrona era la Virgen del Manto, devoción a la que había recurrido tantas veces”.
Por otro lado, sus allegados cuentan que la preocupación de Amparo por los demás era como una onda expansiva, familia, amigos, vecinos, conocidos, todos los hombres; y cuando veía o sabía de alguna catástrofe acudía enseguida a la intercesión de la Virgen para que tuviera compasión y ayudara a esas personas que sufrían.
“Esa devoción vital le hacía reconocer en todas las advocaciones marianas a la Virgen. Todas le gustaban: Mater, en su infancia, y la Virgen de los Desamparados, advocación especialmente misericordiosa, le acompañaron siempre, pero sin exclusivismos ni fanatismos. Al final de su vida tuvo delante continuamente una imagen de esta Virgen. La novena de la Inmaculada del año 1995 la hicimos leyendo las oraciones recogidas en un libro de su colegio. Fue antes de someterse a un tratamiento de radiaciones en la cabeza y se encontraba bastante delicada. En el mes de mayo de 1996, rezando la salve 5 días antes de morir, repetía bajito al terminar: ‘¡Madre de misericordia, Madre de misericordia!’”, relata su familia.
Le gustaba repetir: «Para las madres y para Dios todos somos hijos únicos». Había experimentado ese amor exclusivo a cada hijo, y exclusivo de Dios hacia ella. También se consideraba, del mismo modo, hija de la Virgen.
“Mayo era su mes, el de la Virgen, el mes de las flores. Nació el 26, en este mes es su santo, el 6 hizo la primera comunión, le impusieron la medalla de hija de María y también en este mes el Señor quiso llevársela, como una muestra de su amor hacia ella. Cuando se acercaba Mayo, intuí que la Virgen se la llevaría durante este mes junto a sí, como un signo, como un guiño de su amor hacia ella”, concluyen sus hijos.
María, Salud de los enfermos, ruega por nosotros.