El pasado domingo se conmemoró en el Cerro de los Ángeles el centenario de la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús por parte del Rey Alfonso XIII el 30 de mayo de 1919. La devoción al Sagrado Corazón de Jesús estaba ya muy enraizada en toda la nación: «Reinaré en España, y con más veneración que en otras partes» había sido la Gran Promesa del mismo Jesús al Beato Bernardo de Hoyos en 1733. Y aquel acto la arraigó aún más.
Prueba de ello es el testimonio remitido a Cari Filii por los descendientes de su autora, «la abuela Leticia«, quien dejó escritos unos recuerdos que dan fe de la fidelidad del pueblo sencillo al Sagrado Corazón antes y después de la persecución religiosa desatada durante la Guerra Civil en la zona bajo control del Frente Popular.
Son dos documentos que reproducimos a continuación, que dan muestra de la entrañable devoción de los españoles de aquellos tiempos al Corazón de Jesús.
MEMORIAS DE LA ABUELA LETICIA
Primer documento [manuscrito] – Un granito de arena
Recordar: Qué hermosos son los recuerdos cuando estos tienen la dulzura de los Actos Cristianos.
Recuerdo que sostuve con una monjita de los Ángeles Custodios cuando me dio la idea de hacer la entronización del Sagrado Corazón del pueblecito montañés de San Martín de Ajo.
Me pareció hermosa y con gran entusiasmo puse manos a la obra; necesitaba quien me asesorase en una hermosa mañana del mes de mayo, me dirigí a la residencia de los Padres de los Sagrados Corazones, la visita en un precioso jardín lleno de sol y paz y que me parece recordar había una imagen del Sagrado Corazón que no me atrevo a afirmar si era real o imaginaria dada la emoción que me embargaba en aquellos momentos y en aquel hermoso lugar recibí las oportunas instrucciones.
Llegó el mes de julio y con él el momento de comenzar. Después de bendecir los cuadros de la imagen, comenzamos nuestra devota labor.
Este pueblecito contaba entonces con 120 vecinos y fueron 111 las entronizaciones que se realizaron y todas demandadas por ellos.
Empezamos las excursiones y a un monte, y a una alejada casa solitaria, apartada de todo bullicio. Uno de los días al subir a una cabaña situada en alta colina, nos sorprendió una tormenta, con qué contento íbamos bajo los truenos, relámpagos y lluvia, pareciéndonos que después de luchar con los elementos llegaríamos al cielo. Allí en aquella cabaña nos esperaban y recibieron con satisfacción, pues éramos portadores de la imagen que ellos anhelaban. El cabeza de familia hacía el ofrecimiento felicitándoles después por la dicha de tener al Señor como amo y rey del hogar.
Así seguimos nuestra peregrinación llenándonos de gran consuelo.
Salían por los callejos las mujeres preguntándonos cuándo le llevaríamos a su casa la divina imagen. En algunas nos recibían con velas encendidas y subíamos a la planta alta de la casa donde entonábamos cánticos religiosos.
Es admirable que durante los 13 meses que estuvo este pueblecito bajo el dominio rojo, ningún cuadro se quitó de su sitio, y como todos son iguales es muestra palpable del paso de aquella juventud que en los citados veranos dejaron tan piadoso recuerdo.
Hubo campesino de los que recibieron al Señor, que nos preguntaron: ¿Creen ustedes que vendrá el comunismo? Y antes de contestarles afirmaban “Si vienen no arrancarán este cuadro de aquí«.
Llegó el año 1936 y con él nuestra Cruzada Nacional y liberado ya Santander, aquel grupo de mujeres españolas que con tanto amor defendíamos y trabajábamos por nuestra patria en los lugares que nos correspondía, en hospitales, dando su sangre para los soldados en aquel ropero del Sardinero que en el año 1937 unió a varias damas, no pudo por menos de tener con ellas al Divino Sagrado Corazón hincadas de rodillas el 5 de agosto del 1938 implorábamos al Señor diciéndole Sagrado Corazón de Jesús os ofrecemos este pobre ropero en el que madres, hermanas y esposas de los que dieron su vida por ti y por España trabajamos con el mismo dolor, bendice Señor nuestra labor, y como divino maestro que eres guíanos, y que nuestras obras solo vayan a ti, y al consagrarnos a ti veamos aumentado el celo y amor al bien. Mándanos Señor la Paz y al Caudillo y sus soldados, ten misericordia de nuestros prisioneros y de hermanos que sufren en la zona roja, te lo pedimos en este día que vienes a presidir nuestro taller. Oh! Señor por tu madre Santísima concédenos lo que tanto anhelamos, que pronto toda España esté bajo tu reinado y que todos tus hijos alaben y bendigan tu Sagrado Corazón por los siglos de los siglos. Amén.
De aquel grupo de católicos hubo en nuestra Cruzada dos mártires, la monjita que nos dio la idea murió asesinada defendiendo su fe y uno de los jóvenes luchando en el frente por Dios y por España en el frente de batalla.
Segundo documento [mecanografiado] – Renovación y consagración del Sagrado Corazón de Jesús en el pueblecito montañés de Ajo (Santander)
Nunca estuvo olvidado de Dios aquel pueblecito: y leyendo estas líneas pronto os convenceréis de ello.
Ya en los años 1933 y 35 se hizo en él la Entronización del Sagrado Corazón de Jesús, y aunque el hogar del Señor está siempre en el corazón de sus hijos, en aquella ocasión se le ofrecía también la casa donde aprendimos a amar y respetar a nuestros padres, a gozar las puras alegrías de la infancia y a sufrir los dolores de la madurez, que siempre ennoblecen, porque ellos nos acercan a Dios.
Mas tarde, en el año 1943, se le erigió un pequeño Monumento en el atrio de la iglesia, y durante hermosa ceremonia, el señor Párroco, con sentidas palabras ofreció a Jesús aquella nueva prueba de amor.
Por último, en el actual, se hizo con toda solemnidad la Renovación y Consagración del Corazón Sagrado. El pueblo, casi en su totalidad, acogió en sus hogares al Divino Maestro, que habría de velar por ellos como dulce mensajero de paz.
Comenzó la fiesta un día de verano: el 23 de julio.
Aquella mañana, la mano del Señor se extendió, sin duda, sobre el dichoso pueblecito, abierta en paternal bendición. Por eso brillaban tan resplandecientes los cielos, y semejaban rezos los rumores del viento entre las ramas. Todo él estaba embalsamado por el perfume de hasta las mas humildes florecillas del campo y los frescos árboles se mecían mas erguidos que nunca, como si quisieran acercarse a su creador, sobre todo aquellos que bajo tupido arco de sus verdes hojas, cobijaban la Sagrada Imagen.
¡La Montaña entera debió sentirse transida de júbilo ante la Divina Presencia!
Mi pluma es demasiado torpe y humilde para expresar en la debida forma aquellos actos tan sencillos y puros, y por lo mismo, tan grandes. Porque los hechos se describen fácilmente, pero no así el lazo, la unión espiritual que reinó entre los confesores de Cristo y Cristo mismo, ni la emoción que hacia palpitar sus corazones abiertos; riendo unos con júbilo; otros llorando enternecidos por sus amados recuerdos. Pero con risas o con lágrimas, todos encontraron en su camino la Mano protectora: ella los bendijo y los consoló con el bálsamo de su inagotable misericordia, y al fin……¡quién sabe si serían los mas dichosos aquellos que supieron llorar!
Todos hicieron patente su devoción en el solemne triduo celebrado, y durante tres días que duraron las fiestas, el pueblo entero se congregó, fervoroso y recogido, ante la Cruz de hiedra que sostenía el Inmaculado Corazón, a cuyo pie hacían guardia tres encantadoras angelitos que nunca lucieron como entonces su condición de tales.
Junto a la Imagen del Redentor, pendía la Bandera Nacional. Dios y la Patria. El lema de los españoles.
Un corazón de grades dimensiones, formado por geranios rojos, dejaba caer perfume de lluvia de flores, que se unía a las que lanzaban al aire los angelitos presentes. Dorada orla de espigas la guarnecían, simbolizando así que en el Divino Corazón de Jesús está nuestro mejor alimento.
Por la noche, una impresionante procesión de antorchas recorrió el pueblo, y a mí me pareció que aquellas antorchas no eran tales, sino las almas mismas de sus portadores, que encendidas por amor a Cristo, iban iluminando, no las sombras de la noche, sino las de un mundo en pecado: uniendo a sus claros reflejos, las mas dulces palabras que nuestro labios pueden pronunciar: “Dios te Salve María…..”
El tercer día hubo misa solemne y Comunión general, que se celebró con gran fervor, así como la procesión que después de desfilar portando imágenes, formó el signo de la Cruz, estrella de nuestras vidas, ante el Monumento. Resultó doblemente hermosa por haber sido realizada por niñas que iban engalanadas de blanco, emblema de pureza, que aún lucía con más pujanza en sus almas inmaculadas.
Después, y mientras se cantaba Cristo Reina, Cristo Vence, ondearon en el aire multitud de banderas de los colores nacionales. En ellas figuraban los nombres de las familias del pueblo, como si quisieran testimoniarle que siempre estarían a su lado, aun cuando la agitasen vientos de adversidad; pero esto no necesitaba testimonio alguno; bastaba solamente recordar la sangre que como río generoso corrió por todo el suelo de España, mientra Dios bendecía amorosamente, una a una, las heridas gloriosas que la derramaban.
Finalmente. El sacerdote pronunció una sentida plática, en la que se mencionó a los caídos, héroes y mártires (cuyo recuerdo ha de ser eterno en la memoria humana) y con la que quedó hecha la renovación y Consagración del Sagrado Corazón de Jesús, entre los suaves acordes musicales de una plegaria.
Entra, Señor, en tu casa, así cantaban los fieles a su Amado Huésped.
Después besaron la cinta que pendía de la mano de la Imagen y que era sostenida por el Sacerdote, y en el aire se elevó, como blanca paloma, el Himno Eucarístico, el más grandioso de cuantos se han cantado. Al mismo tiempo, revolotearon en todas direcciones, profusión de octavillas. Que acaso llevaron a otros pueblos los nombres de Dios y de España.
Y entre tantas ofrenda, Jesús fue espigando y recogiendo aquellas que más habían de brillar ante su trono: las que le ofrecieron fe y caridad: y también le acogería piadosamente si algún arrepentimiento subió tembloroso a postrarse a sus pies, porque estos actos de exaltación, siempre llevan como consecuencia natural lo que más estima el Salvador; el despertar de aquellas almas que quizá hasta entonces miraron con indiferencia las manifestaciones sagradas. ¿Y qué mejor regalo puede hacerse al Divino Pastor que dirigir hacia Él a la pobre oveja perdida!
Un santo y legítimo orgullo puede ostentar el pueblecito montañés teatro de estas escenas: el haber sabido ofrecer a su Dios lo que hay de más sagrado y hermoso en la tierra: El hogar.