Queridos lectores:
«Calamidades afligen a la Iglesia (…), peligros la amenazan y asedian»: parece una advertencia pensada para hoy, pero la hizo el Papa León XIII en 1883, al inicio de su encíclica Supremi Apostolatus. Como remedio, su argumentación era clara: debemos «hacernos propicia a la Madre de Dios», porque «goza cerca de su Hijo de un favor y poder tan grande como nunca han podido ni podrán obtenerlo ni los hombres ni los ángeles». Por tanto, «ya que le es sobremanera dulce y agradable conceder su socorro a cuantos lo pidan, es de esperar que acoja cariñosa las preces de la Iglesia universal».
Esa ayuda de la Virgen se deja sentir más que nunca «cuando la violencia de los errores, el desbordamiento de las costumbres o los ataques de adversarios poderosos han parecido poner en peligro la Iglesia de Dios». León XIII pone como ejemplo el combate de Santo Domingo Guzmán contra la herejía albigense propagando el Santo Rosario: él previó, «por inspiración divina, que esta devoción pondría en fuga, como poderosa máquina de guerra, a los enemigos, y confundiría su audacia y su loca impiedad. Así lo justificaron los hechos».
Por ese y otros ejemplos (como la batalla de Lepanto, que también cita), «tenemos derecho a creer que, valiéndonos de la misma oración que sirvió a Santo Domingo para hacer tanto bien, podremos ver desaparecer asimismo las calamidades que afligen a nuestra época. Por lo cual excitamos vivamente a todos los cristianos a dedicarse pública o privadamente y en el seno de sus familias a recitar el Santo Rosario y a perseverar en este santo ejercicio».
Procesión de la Santísima Virgen del Rosario en Huambos (Perú).