Miriam Cairós es una joven canaria que vivía alejada de Dios, cuya “gasolina” era el odio y el resentimiento por una vida teóricamente envidiable pero que encontraba vacía. Y sin saber cómo acabó en Medjugorje donde vivió una experiencia que cambió su vida y donde gracias a una oración de liberación encontró la paz tras haber probado en varias ocasiones la magia, especialmente la santería cubana.
En una entrevista con el programa Cambio de Agujas de la Fundación Euk Mamie, Miriam relata esta impresionante experiencia que le ha cambiado la vida y que ahora tiene como centro a Dios.
De este modo, esta joven afirma que proviene de una familia católica y que había recibido los sacramentos hasta la confirmación, momento que coincidió con la adolescencia y con el alejamiento total de la Iglesia. Fue precisamente en ese momento cuando también empezaron los problemas.
«Mi gasolina era el odio»
Las malas compañías la llevaron a meterse “en temas oscuros”, entre ellos el mundo de las drogas. Y según se iba junto más con estas personas peor era la relación con sus padres. “Gritaba, rompía cosas… mi gasolina era el odio. Me alimentaba de eso”, explica esta joven que ahora tiene 29 años.
Pero además, empezó a coquetear con la magia, concretamente con la santería cubana debido a uno de estos amigos que la practicaba. La primera experiencia le ocurrió durante una madrugada en la que había bebido bastante. En su coche, por tradición familiar, llevaba colgado un rosario y de repente reventaron las bolas.
“Me dio miedo, pensé que me habían echado un mal de ojo. Llamé a mi amigo el de la santería, que llamó a su santero”, relata Miriam. “Había que hacer algunas cosas con agua, huevos, ron… Seguimos los pasos y pasaron cosas muy raras. Este chico lo había hecho más veces y lo que pasó esta vez no era normal. Había que pasarse un huevo por el cuerpo y me estalló sin ningún motivo”, añade. El santero les hizo realizar otra serie de acciones y también fueron extrañas.
Miriam afirma que se fue porque se asustó mucho.
Del vacío a Medjugorje
Mientras tanto, en su día a día el sinsentido crecía y se pasaba el día llorando. Ella afirma que “estaba con un vacío que intentaba llenar”. Fue entonces cuando sus padres la invitaron a que les acompañara en una peregrinación a Medjugorje.
El primer “cachete” de la Virgen –afirma ella- se produjo en la ida a este lugar mariano. Para no escuchar a las personas que iban en la peregrinación iba con los cascos para aislarle. Entonces se hizo un juego. Se repartieron papeles con los nombres de todos los peregrinos del autobús y al que le tocase a cada uno sería la persona por la que rezaría especialmente.
“Cogí el papel, lo abrí y para mi sorpresa me tocó mi querida madre. Cerré el papel, me aguanté como si no pasara nada. De 60 personas me tocó ella…”, recuerda Miriam. En aquel momento pensó que “tenía que rezar por ella… era mi madre. Fue una cachetada de cariño de la Virgen”.
Sin embargo, su actitud no cambió y seguía sin soportar los cantos y oraciones, por lo que decidió escribir a una amiga. “No soporto esto”, le decía. Y me dijo mi amiga que no creía: ‘¿y por qué no rezas?’. Me quedé pensando y vi que el problema lo tenía yo”.
Sin saber por qué, Miriam acabó diciendo a su amiga: “Creo que en Medjugorje voy a ser vulnerable. Algo me va a pasar allí’. Me quedé pensando… y empecé a llorar”.
Pero entonces ocurrió otro hecho extraño que rodeaban a Miriam. En el mismo momento que dijo esto y rompió a llorar, su madre la agarró y le dijo que sentía como si un bicho le rodeara el cuello. La realidad es que le salieron unas ronchas en el momento. “Llámame loca pero creo que algo salió de mí y pasó delante de mi madre”, cuenta. Y su madre sintió que ese supuesto “bicho” llegaba desde Miriam.
La confesión
Entonces llegaron a Medjugorje y decidieron ir a confesar. Miriam se animó. Y encontró a un sacerdote que hablaba español que le hizo gestos para que se acercara. Ella pensaba que la llamaba por su atuendo y sus tatuajes, pero no. Llevaba desde su confirmación sin confesar.
Ella afirma que en la confesión “le quería contar lo basíco. Tampoco nada del otro mundo, pero no sé por qué acabé contándole todo. No le noté sorprendido, y me dijo que rezara tres Ave María. Pero le dije que no, porque me he negado siempre a rezar.
Pero mientras esperaba a que su madre confesara se puso a mirar al cielo y como si alguien la empujara empezó a recitar las oraciones. Y cuando dijo el último amén rompió a llorar. Desde entonces todo lo que le decían lo hacía al momento.
Una presencia extraña
El siguiente paso en este proceso se produjo durante la supuesta aparición de la Virgen. “Cuando llegamos allí estaba lleno. Me subí a un muro y estaban todos rezando el Rosario y esperé. Se hizo el silencio y noté en mi pecho un miedo, una presencia horrible, me asusté mucho. Me aferré al rosario que me habían dado. Y seguidamente empezó a escuchar gritos y gemidos. Yo estaba muy asustada. Eran personas poseídas”, recuerda.
Esta joven afirma convencida de que “aquí está la Virgen y el mal no podía con la presencia de la Virgen. Esto impresiona”. Además, ella todavía se acordaba de esa sensación “horrible” durante la aparición.
Ya en el hotel se fue a duchar y entonces volvió a notar “esa misma presencia como de miedo”. En la cena estaba bloqueada y únicamente miraba a la puerta por si aparecía el sacerdote que la había confesado. De hecho, estaba confesando y salió fuera a esperarlo.
Cuando apareció, Miriam se puso a llorar y le contó lo que había pasado. Muy serio, el sacerdote dijo a Miriam que subiera a una habitación, también sus padres y otro matrimonio.
Una oración de liberación
“Llegamos a la habitación y dijo a todos que rezaran. Empezó a rezar por mí. Y según empezó a rezar noté que el cuerpo me temblaba. No lo controlaba y empezaba a llorar. No controlaba lo que pasaba pero era consciente”, relata.
A continuación, el sacerdote inclinó la cabeza de la joven hacia atrás. “Recuerdo que seguía temblando y en un momento sentí que me ponía un crucifijo en la frente y notaba como si me estuviera apretando. Me relajé poco a poco y cuando abrí los ojos me preguntaron qué había sentido. Dije lo del crucifijo que me estaban clavando. Pero me dijo que sólo me lo puse encima”.
Desde entonces, Miriam reconoce que su vida “ya no es la misma” desde aquella peregrinación a Medjugorje. Ahora –añade- “todo tiene otro sentido. Intento poner a Dios en el centro. Me queda mucho por aprender. Antes había un vacío, tenía playa, trabajo, montaba a caballo pero faltaba algo, pero ahora todo se va encajando”.