Bernadette se «encerraba» tras su velo para rezar el Rosario: «Es mi pequeña capilla», decía a quienes querían verla orar

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Jennifer Jones interpretó a Bernadette en «La canción de Bernadette» (1943), de Henry King.

¿Cuáles fueron las motivaciones de Santa Bernadette Soubirous (1844-1879) después de las 18 apariciones de la Virgen que recibió en Lourdes entre el 11 de febrero y el 16 de julio de 1858? En la Positio, colección de documentos para su beatificación y canonización, todos los testigos señalaron dos: glorificar con su vida a Nuestra Señora y hacer penitencia y oración por la conversión de los pecadores.

Amar a la Virgen

«Mi única ambición es ver a la Virgen Santísima glorificada y amada», le oyó decir Maria Bordenave, quien añadió que «sus palabras, sus gestos, sus miradas, sus actitudes respiraban su amor y su devoción a la Reina del cielo». Otra testigo, Marta de Rais, recuerda que «su devoción hacia ella se manifestaba en la oración. ¡Había que oírle recitar el Avemaría! ¡Qué acento de piedad, sobre todo cuando pronunciaba estas palabras: ‘¡Pobres pecadores!’«. (El Avemaría, en francés, incluye ese «pobres» que no existe ni en latín ni en español.)

En el abril del centenario de las apariciones, la Revista de Espiritualidad de los carmelitas publicó un número especial en el que el padre José Vicente de la Eucaristía, OCD, tras un estudio pormenorizado de la Positio, concluía que todos los que depusieron en la causa, «sin excepción», hablaron de su «fervoroso y continuo rezo del santo rosario; era su libro y su arma».

Carlota Ramillon cuenta incluso un hecho significativo sobre la forma en la que lo hacía en el convento de Nevers, adonde había llegado en 1866 para allí ingresar en la Congregación de las Hermanas de la Caridad y de la Instrucción Cristiana y no regresar jamás a Lourdes: «Tenía una piedad tierna y filial a María; ésta se manifestaba sobre todo en el rezo del rosario. Se encerraba en su velo; muchas veces yo hacía señas a su vecina para que alzase dulcemente el velo de Bernardita y pudiéramos contemplarla a nuestro sabor mientras rezaba. En cierta ocasión, preguntada por qué calaba el velo de aquel modo sobre su rostro, respondió: ‘Es mi pequeña capilla; estoy mejor encerrada en mí‘».

Sufrir por la conversión de los pecadores

Esa forma en la que pronunciaba el «pobres pecadores» es una prueba de su cumplimiento de su segunda misión: que se volviesen a Dios quienes Le hubiesen dado la espalda. «La conversión de los pecadores era la gran preocupación de su vida», afirmó la madre Josefina Forestier.

Quien mejor podía saberlo, el padre D. Febvre, capellán del convento de Nevers, decía lo mismo: «Bernardita tenía la misión de vivir en su vida religiosa las enseñanzas oídas en Lourdes de labios de la Inmaculada: hacer penitencia, orar, mortificarse, sufrir por los pecadores. A mi modo de ver, ella realizó esta vocación: primero, por el sufrimiento físico, que no la abandonaba casi nunca; segundo, por el sufrimiento moral; tercero, por el sufrimiento espiritual«.

Santa Bernadette tuvo siempre muy mala salud, con asma crónica y vómitos de sangre, a los que añadir palpitaciones, reumatismo, caries (sufrimiento físico)… A esto se sumaron la excesiva severidad de sus superioras al juzgarla y dirigirla (sufrimiento moral), y una continua inquietud respecto a si estaba siendo fiel a las gracias recibidas (sufrimiento espiritual). Si alguien comentaba ante ella que tenía asegurada la vida eterna, siempre cortaba por lo sano: «Sí, sí… pero si me porto bien y cumplo fielmente con mi misión y sigo mi camino».

Alguien que había recibido del cielo dones tan señalados como recibir y transmitir unas palabras de la Madre de Dios, tenía claro el riesgo de la vanidad: «Bastaría un pensamiento de orgullo para hacerme perder el cielo que la Virgen me tiene prometido», declaró una vez.

Cumplir fielmente su misión fue, para la vidente de Lourdes, inmolarse por la conversión de los pecadores: «Ofrecía por ellos sus sufrimientos, sus Via Crucis, todos sus sacrificios… Hubiera querido convertir a todos los pecadores del mundo«, declaró en la Positio el canónigo Auguste Perreau. El teólogo censor de la causa de beatificación no dudó en afirmar al examinar toda la documentación que en su vida se revelaba «su deseo de ganar las almas a Cristo y de arrastrarlas a la imitación de las virtudes de la Madre de Dios, del mismo modo que ella se propuso como modelo a la Señora».

Pero lo que realmente dolía al alma de Bernadette era lo que sus biógrafos llaman «nostalgias del cielo«, que ella misma transmitió a una niña de cinco años que se acercó a su cama durante una de sus enfermedades y le preguntó si la Virgen era hermosa: «¡Oh, sí, angelito mío: tan hermosa, que una vez que se la ha visto, no se desea sino morir para verla de nuevo!»

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