El cardenal Juan José Omella, arzobispo de Barcelona y presidente de la Conferencia Episcopal Española desde el pasado 3 de marzo, considera una «hermosa iniciativa» la consagración conjunta de España y Portugal al Sagrado Corazón de Jesús y al Inmaculado Corazón de María que tendrá lugar este miércoles 25 de marzo a las 19.30 horas (hora peninsular española, 18.30 en las Islas Canarias y en Portugal) en la basílica de Nuestra Señora del Rosario de Fátima.
«Hermoso acto de unión»
Así lo ha calificado en una carta dirigida este domingo a todos los obispos diocesanos, proponiéndoles unirse a él desde sus respectivas sedes y difundir la convocatoria entre sus fieles: «Sería bueno que diésemos esta información a través de los medios de los que se dispone en cada diócesis y animásemos a la gente a que se una al rezo del Rosario y al acto de Consagración a la Virgen. Nos ha parecido hermoso ese acto de unión con la Conferencia Episcopal Portuguesa poniéndonos todos bajo la protección de la Virgen de Fátima a la que tanta devoción se le tiene en nuestras comunidades cristianas. Seguimos pidiendo al Señor por las víctimas de la pandemia, por sus familiares y por todos los que generosamente están exponiendo sus vidas para ayudar a vencer esta situación tan dolorosa».
Dos obispos españoles, José María Gil Tamayo, de Ávila, y Manuel Herrero, de Palencia, se encuentran actualmente ingresados por coronavirus, aunque inicialmente su estado no reviste gravedad.
Los actos serán transmitidos en directo por Radio María y por los dos grandes medios audiovisuales de que dispone la conferencia episcopal, Trece (televisión) y COPE (radio).
Portugal y España, naciones con raíces espirituales y culturales comunes derivadas de su historia católica (reforzada entre 1580 y 1640 con la unidad política durante los reinados de Felipe II, Felipe III y Felipe IV), se encuentran particularmente unidas por el mensaje de Fátima. Las apariciones de 1917 a Lucia dos Santos, San Francisco Marto y Santa Jacinta Marto en Cova de Iria tuvieron una continuidad en los mensajes a Sor Lucia en Pontevedra (1925) y Tuy (1929), durante la época en la cual la futura monja carmelita fue religiosa dorotea en España, antes de su regreso a Portugal en 1946.
Los portugueses, los primeros
Cuando el Cielo pidió la Consagración del mundo en 1929 por todos los obispos en unión con el Papa, Sor Lucia preguntó por qué debía hacerse al Inmaculado Corazón de María. Nuestro Señor le contestó: «Porque quiero que toda mi Iglesia reconozca esa consagración como un triunfo del Corazón Inmaculado de María, para después extender su culto, y poner al lado de la devoción de mi Divino Corazón, la devoción de este Inmaculado Corazón«.
El 13 de mayo de 1931, el obispo de Leiria, José Alves Correia da Silva, y todos los demás obispos portugueses cumplieron esa petición respecto a su país y consagraron Portugal al Inmaculado Corazón de María, siendo los primeros en hacerlo.
En una carta dirigida al Papa Pío XII algunos años después, Sor Lucia le expresó su confianza en que aquella consagración libraría a Portugal de la Segunda Guerra Mundial, como así fue: «Si es que en la unión de mi alma con Dios no soy engañada, Nuestro Señor promete, en atención a la consagración que los Excelentísimos Prelados Portugueses hicieron de la Nación al Inmaculado Corazón de María, una protección especial para nuestra Patria durante esta guerra, y que esta protección será la prueba de las gracias que concedería a las otras naciones si como ella se le hubiesen consagrado».
Francisco y Jacinta, víctimas de la pandemia
La consagración que van a hacer ahora los prelados españoles y portugueses se dirige a una calamidad distinta a la guerra: el coronavirus. Una situación a la que tampoco es ajena la historia de Fátima.
En efecto, en estos días se está recordando el precedente que para la actual pandemia supone la epidemia de «gripe española» de 1918, la cual, a diferencia de la gripe normal, afectó sobre todo a niños y jóvenes. En solo un año mató a una cantidad de personas estimada entre 20 y 40 millones, y entre sus víctimas estuvieron dos de los videntes, Francisco y Jacinta, fallecidos en 1919 y 1920, respectivamente, por complicaciones respiratorias con origen en dicha enfermedad.
Lucia, sin embargo, a pesar de su débil salud, ni siquiera se contagió. La Virgen, quien había anunciado a sus primos que morirían pronto, le dijo a ella que viviría un tiempo largo, y le explicó por qué: «Jesús quiere servirse de ti para hacerme conocer y amar. Él quiere establecer en el mundo la devoción a Mi Inmaculado Corazón». Lo cual también se verificó, y así pudo asistir a la beatificación de sus primos por San Juan Pablo II el 13 de mayo de 2000 y al desvelamiento del Tercer Secreto, antes de morir en 2005 a los 97 años de edad.