Miguel encontró a Cristo en Tierra Santa: «La primera vez que fui a Israel fue para celebrar el Orgullo Gay»

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Miguel Euscate.
Miguel Euscate se encontró con Cristo en Cafarnaum, gracias a una peregrinación a Tierra Santa a la que fue un poco forzado.

Uno de los testimonios más impactantes de Tierra Santa. El último peregrino es el de Miguel Euscate, un maquillador chileno que cuenta en la película su historia de conversión a orillas del lago Tiberíades. Una historia que adquiere particular relevancia ahora que en todo el mundo, y también en Jerusalén y en Tel Aviv, el lobby homosexualista celebra el Orgullo Gay.

Porque ése es el mundo que conocía Miguel. «La primera vez que fui a Israel fui a celebrar la fiesta del Orgullo Gay«, confiesa.

En busca de la masculinidad

Creció en una familia desestructurada, rota muy pronto porque su padre abandonó el hogar cuando su madre estaba embarazada. Creció con su madre y hermana, una tía y una prima, sin referencia paterna. Posteriormente, a partir de los 6 años, la nueva pareja de su madre empezó a maltratarle gravemente. «No quería para mí el modelo de hombre que veía en casa”, lamenta.

“Anhelaba aquello de lo que creía carecía, la masculinidad. Comencé a buscarla en otros hombres, ya siendo adolescente”, y así se inició en la vida gay: “Descubrí que podía ganarme el afecto de las personas en la medida que yo hiciera por complacer”.

Luego comenzó a coquetear con el alcohol y las drogas, “no por gusto sino por ser aceptado en el ambiente en el que me movía”.

De familia protestante, Miguel acudió al pastor de su iglesia para explicarle sus problemas, pero éste le respondió que «la Iglesia no era un sitio para prostitutas ni homosexuales»: «Ese fue el momento en el que me cerré completamente a la fe vivida dentro de una Iglesia, aunque en mi interior yo seguía pidiendo, seguía rezando«.

Su vida como homosexual activo continuó: «Caí en una especie de adicción al sexo, no había día que no estuviese con una persona».

Pero no veía ninguna razón para su vida y se sentía «desesperado». Así que un día, viendo que no tenía nada que perder, accedió a la propuesta que le hacía reiteradamente una persona «muy importante» en su vida, una mujer católica que le invitaba a peregrinar a Tierra Santa, a lo que él siempre se negaba. Conocía Israel por aquel Orgullo Gay al que había asistido, pero no había ido como peregrino a los Santos Lugares.

Un corte del testimonio de Miguel en ‘Tierra Santa. El último peregrino’.

Aquella vez, sin embargo, iba a ser distinto.

Conversión en Cafarnaum

«Lo primero que hago al abrir las ventanas de mi habitación, es ver enfrente el Mar de Galilea«, cuenta. No sabía lo cerca que estaba de Cristo en aquel enclave tan frecuentado por Él.

«La siguiente parada, y para mí este es el lugar de mi conversión, fue Cafarnaum, donde se proclama la palabra del milagro que Jesucristo obra en el paralítico. Lo que ocurre ahí es algo muy similar a lo que a mí me ocurre», recuerda. Todos esperaban un milagro de Jesús, pero antes de eso él le dice al paralítico: «Tus pecados son perdonados» (Mt 9, 1-8).

«En ese momento me di cuenta de que toda la vida había estado buscando ese perdón. Yo no era capaz de perdonarme de muchísimas cosas que había hecho, pero con esa palabra entendí que lo que necesitaba era eso», cuenta Miguel.

Dice que el sacerdote con el que se confesó, que finalmente sería su padrino, «se ganó el cielo ese día» porque estuvo tres horas escuchándole: «Yo no paré de sacar todo lo que tenía. A partir de ese momento comienzo a vivir otra peregrinación y a descubrir en cada lugar que Dios iba desmontando esta parálisis, y comienzo a caminar en una comunidad católica».

«Quien te perdona lo imperdonable te ama»

Ya de regreso, su madre y su hermana, que le daban «por perdido», ven tal cambio en él que su hermana se anima: «Quiero ir allí donde vas tú», le dice.

«El 7 de noviembre de 2014 nos bautizamos juntos en la iglesia. Fue una fiesta», celebra ahora.

Desde ese momento, Miguel sintió la necesidad de conocer a su padre, lo buscó y lo encontró en Perú. Se fue hasta allá y descubrió que tenía cuatro hijos de otra relación. Pero descubrió también otra cosa: «Que ese perdón tan profundo que yo había sentido en Tierra Santa tenía que darlo también a él. Me pude poner enfrente de él y decirle que estaba todo perdonado y que podía morir en paz porque conmigo no tenía nada».

Y es porque, concluye, «quien te perdona lo imperdonable te ama. Y a mí Jesucristo, al perdonarme lo imperdonable, me hizo sentir tan profundamente amado por Él que el agradecimiento era todo lo que me movía».

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