Marcelo Van y el mes de María: un modo de vivir con la Virgen y un arma en los combates

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Álvaro Cárdenas, pbro. / Cari Filii

El joven vietnamita en proceso de beatificación Marcelo Van fue un niño que desde su más tierna infancia experimentó una relación extraordinaria y singular con nuestra Madre la Virgen. La gracia de intimidad que recibió, y que alimentó junto a su madre y a su familia, con su oración y con su piedad de niño, puede ser una ayuda hermosa para todos aquellos que hemos descubierto, estamos descubriendo, o queremos descubrir el papel que el Cielo le ha confiado a la Virgen en nuestras vidas. Su testimonio nos ayudará también a vivir este mes de la Virgen que comenzamos.

Un niño de pecho que descubre el amor de María

Desde su más tierna infancia, el pequeño Van recibe la gracia de experimentar en la fe la presencia amorosa y la protección tierna de María. Su madre de la tierra es quien le enseña a abrir su corazón, excepcionalmente sensible, a su Madre del Cielo. Antes de tomar el pecho, su madre le pide que se dirija a la Virgen. Así, aprende a hablar, y por tanto a relacionarse con la Virgen, al mismo tiempo que aprende a hablar.

Marcelo Van, niño.

El pequeño Van habla con ella, contempla sus imágenes y se conmueve interiormente sabiendo que tiene una Madre en el Cielo, que es también la Madre del pequeño Jesús.

El mes de mayo, mes de las flores, mes de la Virgen

La estación de la primavera, con su explosión de luz, de verdor, de hermosas flores, quedará hondamente grabada en su memoria. Disfruta con su padre haciendo paseos por el campo, contempla extasiado las flores, los insectos,  se deleita con el canto de los pájaros, y va con su hermana más mayor a buscar flores para ponérselas a la Virgen.

Así describe los días del mes de mayo, jalonados por su amor sensible y tierno a la Virgen: «Recuerdo todavía aquellos días de mayo en los que mi hermana me llevaba a recoger flores para ofrecérselas a la Virgen. ¡Los días de mayo! ¡Ah! Son los más hermosos de mi vida. En esos días la llovizna ha cesado, los prados están salpicados de flores y los paisajes son magníficos; la brisa sopla y parece traer un perfume delicioso que penetra en el corazón del hombre. Ese espectáculo tenía para nosotros un encanto irresistible. Todos los días, los campos nos ofrecían gozar de ese placer natural que los campesinos suelen llamar el atractivo encanto de la Virgen» (Autobiografía, 37).

El pequeño Marcelo percibe la hermosura y el encanto de la Virgen bajo el velo de la naturaleza florecida. Identifica el mes de mayo con el mes de María, como si percibiera intuitivamente el misterio de María que los poetas, los contemplativos y los místicos, descubren como “flor de las flores”, “jardín cerrado”, “huerto sellado”; jardín precioso de Dios, a quien el Cielo  ha querido colmar adornándola con la belleza inmarchitable de todas las gracias, primavera de la humanidad y principio de la creación renovada por  Dios, conjunto de todas las bellezas, de todas las hermosuras y de todas las delicias juntas, y nuevo paraíso en la tierra creado por la omnipotencia de Dios.

Así se expresa Marcelo Van: «Mayo es realmente el mes de María. Y nuestra buena Madre ha sembrado en la naturaleza la alegría y la belleza para invitarnos a amarla con un corazón agradecido. Qué acertada ha estado la Iglesia escogiendo este mes de mayo para dedicarlo a la Virgen María, ya que a la Virgen se la ha llamado Nuestra Señora de las Flores, la Madre bellísima. Según mi impresión personal, también he llamado al mes de mayo el mes de los ángeles lanzando flores, pues allí donde mirara, veía los campos llenos de flores abiertas. Bajo el cielo puro y suave del campo, mi hermana y yo, como dos mariposas alegres, saltábamos con el corazón desbordante de felicidad, recogiendo flores y cantando cánticos a la Virgen. Sentimientos vivos de afecto a Ella se grabaron profundamente en nuestros corazones. En los campos verdes, hemos podido recoger, junto a las flores, un amor ardiente a la Virgen» (Autobiografía, 38).

La hermosura de la Virgen, principio de su vocación

Esta belleza de María, que percibe bajo el manto de la Creación resucitada y florecida del mes de mayo –¡al que más tarde designará como el mes de “Madre”!–, le llevará a desear abrazar una vida de total consagración, como si quisiera ser una flor más en el jardín de Dios, que es la Virgen María, para con ella, como lo demostrará durante toda su vida y su juventud, ser una flor entregada totalmente en ofrenda y en sacrificio a Jesús, como lo hizo María.

Así expresa Marcelo Van su determinación de ser una flor para la Virgen y su deseo de consagrarse a Dios: «Personalmente tomé la resolución de ser una flor sin fruto para derramar mi fragancia ante el trono de María durante toda mi vida. Por eso la idea de entrar en religión se hacía cada vez más intensa en mí» (Autobiografía, 38).

El Hermano Marcelo Van, redentorista vietnamita, junto a su hermana. Van murió en 1959, a los 31 años de edad, en un campo de concentración comunista. El cardenal François-Xavier Nguyen Van Thuan, compatriota y coetáneo suyo, fue el primer postulador de su proceso de beatificación.

Es como si desde niño hubiera intuido de alguna manera el misterio de las almas que se han consagrado particularmente a Dios y el misterioso y profundo vínculo que tienen todas ellas con aquella cuya existencia ha sido una completa y total consagración a Dios desde el primer instante de su Inmaculada Concepción.

Con flores a María, entrega total a ella

Cada día de primavera, al caer la tarde, Marcelo Van y su hermana colocaban las flores que habían recogido en un recipiente e iban a la Iglesia a ofrecérselas a la Virgen. Su hermana, por estar inscrita en las Hijas de María, se ponía cada tarde su traje, parecido al de la Virgen, y participaba en la ofrenda de  las flores a la Virgen. El pequeño Marcelo deseaba también participar, pero no podía porque era algo reservado a las niñas. No pudiendo ofrecer sus flores a la María, se ofrecía a sí mismo como una viva flor, ofreciéndole a la vez sus buenos deseos e intenciones. Esa primera entrega consciente a la Virgen se convirtió para él en una fuente de alegría desbordante que le acompañó durante toda su joven existencia.

Así describe Marcelo Van esa primera entrega total que hizo de su vida a la Virgen: «Todos mis buenos sentimientos y mis buenas intenciones, las amontonaba en el altar de mi Madre María, la miraba con ternura, esperando que me aceptara como el tierno capullo de una florecita acariciada aún por la brisa del mundo. Pero, temiendo que algún día acabara marchitándose, la ofrecí desde la niñez para que, gracias a la protección materna de María, mi alma pudiera seguir guardando siempre su frescura hasta el fin de mi vida. Desde aquel momento, he sentido en mi corazón una alegría desbordante» (Autobiografía, 39).

El niño que “vivía con la Virgen”

El tiempo de su primera infancia es “el tiempo de la primavera” de su alma. Así lo expresa en su Autobiografía, tiempo de alegrías y de dulzuras, disfrutando de la hermosura de los campos en flor de su aldea, del amor de su familia, y del amor tierno y maternal de la Virgen.

De Marcelo Van se han publicado en español su Autobiografía y sus Coloquios con el Cielo.

La Virgen le atrae con una mirada llena de ternura y con esa misteriosa sonrisa que recibió en la fe, y que podría compararse con aquella otra sonrisa de la Virgen que curó a Santa Teresita.

Así concluye Marcelo Van la descripción de su entrega total a la Virgen de la que acabamos de hablar: «Tengo, pues, la certeza de que María me miró, regalando a mi alma una sonrisa misteriosa; y esta misma alegría es el testimonio del compromiso tomado por la Virgen de conservar en la flor de mi corazón una frescura permanente» (Autobiografía, 39).

La Virgen le asegura su presencia y su tierna protección. La Esposa del Espíritu Santo puede depositar en su corazón el don de la alegría, una “alegría desbordante”, que es el regalo que reciben los corazones dilatados en el amor.

Van experimentará esta excepcional cercanía de la Virgen en su vida, acompañándole, protegiéndole, consolándole y guiándoles en todos los instantes de su vida. Ella vivía con él y él con ella, como viven madre e hijo. La Virgen va formando interiormente el corazón de su pequeño hijo.

Así lo expresa Marcelo Van: «Puedo decir que vivía con la Virgen, manteniéndome sin cesar junto a ella. Por eso me cubría con su protección materna, infundiéndome amor por la vida tranquila de los santos, impulsándome a que volviera sin cesar hacia ella, alejando de mi alma todo sentimiento de tristeza» (Autobiografía, 73).

El testimonio de la relación que Marcelo Van mantuvo con la Virgen María, llegando a convertirse en una verdadera comunión de vida con ella,  nos invita en este mes de mayo a descubrir o a profundizar la relación que como Madre de los cristianos ella quiere tener con cada uno de nosotros, sus hijos,  y  de la relación con ella que cada uno de nosotros, confiados a ella por nuestro Señor desde la cruz, hemos de tener con ella para ser fieles al testamento que en la última hora Jesús, en la persona del discípulo amado, nos dejó: “Hijo, ahí tienes a tu madre” (Jn 19, 27).

María, Salud de los Enfermos, ruega por nosotros.

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