El lazo entre el Viernes Santo y la Encarnación, una muestra de la conciencia cristiana sobre la vida no nacida

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La Anunciación de El Greco (1596).

A partir del Concilio de Nicea, en el año 325, el Domingo de Pascua se celebra el primer domingo posterior a la primera luna llena después del equinoccio de primavera (en el hemisferio norte) o de otoño (en el hemisferio sur). Es, por tanto, una fiesta movible, y con ella el Viernes Santo.

Ocasionalmente, el Viernes Santo puede caer en 25 de marzo, festividad de la Anunciación y Encarnación del Hijo de Dios. La última vez que eso sucedió fue en 2016, y no volveremos a verlo -otros lo verán, para ser más precisos- hasta el año 2157.

El sentido teológico de la coincidencia

Durante la Antigüedad cristiana, sin embargo, fue común considerar que la muerte de Jesucristo había tenido lugar un 25 de marzo. Un tratado del año 240, De Pascha Computus, lo explica porque la fecha de la Encarnación del Señor y la de su Muerte debían coincidir con la atribuida a la creación y pecado original de Adán. Y los antiguos martirologios señalaban para esa fecha, además, el pecado de Lucifer, el paso del Mar Rojo por el pueblo hebreo y la inmolación de Isaac por Abraham.

Es decir, todas las grandes fechas de la historia de la salvación y de la Alianza de Dios con los hombres se situaban ese día.

Hoy vemos la Navidad, junto a Pascua, como las grandes festividades cristianas del año, y aunque la Encarnación sigue siendo litúrgicamente una fiesta mayor, indudablemente ha ido perdiendo fuste social.

Que los primeros cristianos considerasen que Jesús (nuevo Adán) debía ser concebido en la misma fecha en la que Dios creó a Adán, y que la fecha de su muerte liberadora debía coincidir con la del pecado original esclavizador, tenía todo el sentido teológico.

Todo esto hizo que la mayoría de las naciones cristianas adoptasen el 25 de marzo como fecha oficial del Año Nuevo. No fue hasta la reforma del Calendario Gregoriano, que la Iglesia empezó a utilizar en 1582, cuando el Año Nuevo se trasladó al 1 de enero. Para entonces ya habían tenido lugar el cisma ortodoxo y la herejía protestantes, por lo que en esos ámbitos, reticentes a la autoridad papal, se mantuvo el inicio del año el 25 de marzo. Inglaterra no cambió hasta 1752 y Rusia hasta 1918, paradójicamente por obra de la Revolución Bolchevique.

El Redentor existía desde la concepción

Tanta ha sido, pues, en la historia, la importancia de la fecha de la Encarnación. Y tal vez no sea casualidad que la pérdida de esa importancia haya coincidido con un desprecio creciente a la vida del no nacido. Querámoslo o no, celebramos con mayor algarabía el nacimiento del Redentor que su concepción. La Epifanía del Señor, es decir, su manifestación al mundo, sigue a su Natividad, pero sabemos que en el seno de la Santísima Virgen ya vivía desde nueve meses antes el Verbo Encarnado. Así lo entendían los antiguos, al festejar ahí de forma totalmente natural el inicio de la Redención, pues sabían que desde ese día el Redentor ya existía.

De esta forma, el hilo que une la Redención que celebramos en Semana Santa con la Encarnación que celebrábamos hace solo unos días en plena Cuaresma es todo un canto a la humanidad y a la personalidad del nasciturus. ¿Tal vez ha de ser exaltando, viviendo y celebrando la festividad de la Encarnación tanto como nos sea posible, como los cristianos podremos convencer al mundo de la monstruosidad del aborto?

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