Tal vez sólo G.K. Chesterton ha sido capaz de ver en Charles Dickens (1812-1870), quien se distinguió durante toda su vida por el anticatolicismo militante propio del puritanismo victoriano, un católico «de corazón».
Pero en 2012, al cumplirse dos siglos de su nacimiento y siendo su vida y su obra son objeto de estudio académico y de atención mediática, salen a la luz hechos que permiten ver la boutade chestertoniana como algo no tan descabellado.
William Oddie, periodista que ha escrito un libro sobre la influencia de Thomas Carlyle (1795-1881), autor de Los héroes), en Dickens, rescata uno de esos momentos en un artículo en el Catholic Herald de 2012.
Elogios al Evangelio y la oración
Recuerda en primer lugar que la relación de Dickens con la religión no es unívoca. Fue muy antirreligioso en muchos puntos, y sin embargo en 1868 le dio un Nuevo Testamento a un hijo suyo que partía para Australia, haciéndole este comentario: «Es el mejor libro que se haya conocido en el mundo». Y le dio este consejo: «Nunca abandones tus oraciones de la mañana y de la noche. Yo nunca las he abandonado, y sé la tranquilidad que producen».
Y luego recuerda lo que le sucedió una noche de 1844 al autor de David Copperfield y Oliver Twist, algo que él contó por carta a su gran amigo John Forster, pero sobre lo que se ha escrito poco.
Fue un lunes, durante el sueño. «En un lugar indeterminado, sublime en su indeterminación, fui visitado por un Espíritu», escribe: «No vislumbré su rostro, ni recuerdo haber deseado vislumbrarlo. Llevaba un manto azul, como el de las Vírgenes de Rafael… Estaba tan llena de compasión y de pena por mí, que me tocó el corazón y le dije entre sollozos: «Por favor, dame alguna señal de que realmente me has visitado. Respóndeme sólo a una pregunta»».
¿La Virgen le sugirió convertirse?
Y esa pregunta era sobre la verdadera religión. Dickens quería saber cuál era: «¿Crees, como yo -le decía al Espíritu- que en realidad la forma de la religión no importa gran cosa si intento ser bueno? ¿O quizá la católica es la mejor?».
Y el Espíritu, «lleno de una esa ternura celestial hacia mí» -explica Charles, respondió: «¡Para ti es [la católica] la mejor!». Entonces Dickens se despertó.
«Las lágrimas corrían por mi cara, y me sentía exactamente como en el sueño. Y estaba amaneciendo», concluyó.
Dickens había interpretado durante el sueño que la visión correspondía a la hermana de su mujer, fallecida en 1837, a quien había apreciado mucho (aunque él mismo dice al describirla «que no se parecía a nadie que hubiera conocido antes»). Pero al mismo tiempo, en el sueño se veía un gran altar que había en su dormitorio donde en tiempos se había celebrado misa habitualmente, y además «se escuchaban las campanas de un convento«
«No sé», confesó a Forster, «si fue un sueño o fue realmente una visión». Pero si fue una visión, ¿pudo ser la Virgen, llena de ternura y compasión por su alma, quien le invitaba a hacerse católico? Así lo sugiere Oddie, buen conocedor de su obra y su pensamiento… y del de Chesterton, que pensaba lo mismo.