La mejor manera de preparar la Asunción es… la Inmaculada, de la mano del San Maximiliano Kolbe

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Maximiliano Kolbe, con miembros de la Milicia de la Inmaculada y uno de sus instrumentos de apostolado: la bicicleta con la que recorrían los caminos para propagar la devoción a María.

La víspera de la festividad de Nuestra Señora a los Cielos es la festividad de uno de los santos más marianos del siglo XX: San Maximiliano Kolbe (1894-1941), que murió en el campo de concentración de Auschwitz un 14 de agosto al ofrecer su vida en lugar de la de un padre de familia, Franciszek Gajowniczek. Así que no hay nada mejor para preparar la Virgen de agosto que meditar las consideraciones sobre nuestra madre de este fraile franciscano polaco canonizado como mártir por San Juan Pablo II el 10 de octubre de 1982.

Kolbe había fundado en 1917 la Milicia de la Inmaculada precisamente para santificar el mundo por medio de María: puesto que «todo el fruto de nuestro trabajo apostólico depende de la oración», él proponía una oración toda unida a Nuestra Señora para conquistar las almas y evangelizar los corazones, para la cual la devoción mariana era el medio más eficaz.

Así lo justificaba en una alocución radiofónica de 1925: «Si alguien ha caído en el pecado, se ha enfangado en el vicio, ha despreciado las gracias de Dios, no sigue el buen ejemplo de los demás, no presta atención a las saludables inspiraciones y se hace así indigno de nuevas gracias… ¿debe entonces desesperar? ¡No, jamás! Porque Dios le ha dado una Madre, una Madre que, con un corazón tierno, vigila cada uno de sus actos, cada una de sus palabras, cada uno de sus pensamientos. Ella no mira si él es digno de la gracia de la piedad. Como ella es esencialmente Madre de Misericordia, aunque no se la llame se apresura a ir allí donde más miseria hay en las almas. Así es: cuanto más sucia está un alma por el pecado más se manifiesta la Misericordia divina, cuya personificación es precisamente la Inmaculada. He aquí por qué luchamos por todas las almas: para que reine la Inmaculada. Porque  si ella penetra en un alma, aunque esté llena de miseria y envilecida por los pecados y los vicios, no permitirá que se pierda y, a no tardar, obtendrá para ella las gracias de la luz para la inteligencia y de la fuerza para la voluntad, a fin de que salga de su ceguera y se levante».

Por eso San Maximiliano Kolbe creó la Milicia de la Inmaculada, considerando que María era «camino obligado» para llegar a Jesús, lo cual convertía la consagración personal a ella, en el espíritu de San Luis María Grignon de Montfort, como el medio más seguro de salvación.

Fray Abel García-Cezón, asistente nacional de la Milicia de la Inmaculada en España, ha hecho esta misma vinculación en un mensaje de este mismo 14 de agosto, invitando a celebrar la Asunción «como nos sugiere el mismo San Maximiliano: mirando a María, invocando a María y renovando nuestra consagración a ella para que siga disponiendo de nosotros cada día más». Porque, continúa, «celebrar la Asunción supone vislumbrar en nuestra vida de cada día, aun en medio de grandes luchas, oscuridades y desvelos, un signo de esperanza cierta que sabe a victoria, a triunfo (¡no a ilusión o a quimera!), para nosotros y para nuestro mundo, tan marcado en nuestros días por la desesperanza, el miedo y la incertidumbre: ‘Al final, mi Corazón inmaculado triunfará’ (apariciones en Fátima)».

«Frente a la devastación moral y la propagación del mal (bajo capa de bien y de progreso)», concluye el padre García-Cezón, «fray Maximiliano y el resto de fundadores intuyen que hay un remedio: la Inmaculada y, junto a ella, un gran movimiento eclesial de espiritualidad mariana y misionera, una Milicia, para indicar que hay un combate que librar por el bien, por la belleza, por la santidad. Sí, queridos ‘mílites’: este combate por el bien sigue abierto y la lucha es ingente. Lucha contra el pecado, contra la mediocridad, contra las nuevas ideologías contrarias a la verdad del hombre, contra el abandono de Dios, contra la tibieza, contra la indiferencia y el egoísmo, etc. San Maximiliano, desde la celda del amor de Auschwitz, nos asegura que con la Inmaculada se puede vencer la oscura fascinación del mal y vivir la plenitud de la caridad, que es lo que nos hace felices de verdad».

La Inmaculada, pues, en la víspera de la Asunción, como «adelantada» cuatro meses: un legado más del santo polaco que hizo verdad que «nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13). Se cumplió con su muerte lo que la Virgen le había anunciado cuando solo tenía diez añosle ofreció entonces dos coronas, una blanca y otra roja, símbolos respectivos de la pureza y del martirio. Él eligió las dos.

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