El 17 de enero de 1871, la Virgen María se apareció en Pontmain, una aldea al noroeste de Francia. Apenas a 40 kilómetros de allí, el ejército francés se retiraba hacia la ciudad de Laval tras la desastrosa derrota de Le Mans sólo cinco días antes: 7.000 muertos o heridos, 22.000 prisioneros, 50.000 desertores. Había desaparecido la mitad del Ejército del Loira, y los presagios para el país en su guerra contra Prusia no podían ser peores, ni mayor la desmoralización popular, ante la inminente caída de la Bretaña.
Pero… "lo sobrenatural se manifiesta en Francia cuando se encuentra al borde del precipicio, lo que sitúa a nuestro país un poco aparte de los demás", explica Hervé Courau, abad benedictino de Notre Dame de Triors, en la meditación de la novena de este año: eso sí, "honor onus, que decían los antiguos, esto es, un mayor honor implica una mayor responsabilidad".
Así lo sintieron los videntes y los no más de cien habitantes del pueblo, que culminaban un día corriente de atención al ganado y a las cosechas. A partir de las seis de la tarde, dos niños primero, y luego otros cuatro (Eugene y Joseph Barbadette, Françoise Richer, Jeanne-MarieLebosse, Eugenie Friteau y Augustin Boitin), ven encima de un granero, en la plaza de la iglesia, una Señora que sonríe dulcemente. Poco a poco se van acercando los habitantes de Pontmain, hasta congregarse una cincuentena de personas, incluidos el párroco y dos religiosas.
Pero sólo los niños ven a María sonreír y la escuchan, hasta que en un momento dado ella cae a tierra "en humildad", dicen los niños: "En humildad, es decir, en tristeza", apostilla Dom Heré Courau. El sacerdote pide silencio y alguien le sugiere que le pida algo a la Virgen.
"¡Pero si no la veo! ¿Qué voy a decirle? Recemos…", contesta el cura. Y ésa era la clave. Mientras los fieles rezan rosarios y letanías y entonan cantos marianos, a cada oración la Señora insiste: "Rezad, hijos míos. Dios os lo concederá pronto. Mi Hijo se deja conmover".
Y ¿qué le pedían aquellas gentes? Justo lo que sucedió. Tres días después los prusianos detenían su avance y se retiraban. El 28 se firmó el armisticio que puso fin a un año de guerra franco-prusiana, que marcaría los destinos de Europa central hasta la Primera Guerra Mundial. Más allá de interpretaciones políticas sobre el acontecimiento, llegaba la paz, y una paz que impidió una derrota aún mayor de los franceses.
Hervé Courau, abad de Nuestra Señora de Triors, recuerda que la eficacia de la oración es el gran mensaje de la Virgen en Pontmain.
¿Qué conclusión extrae el abad de Triors? "Pontmain es un agujero perdido, pero la verdadera Francia se la juega allí donde los medios de comunicación no llegan, estando su futuro con Dios en su fidelidad a los gestos de la vida cotidiana, dejando el largo plazo a la Providencia, que ve más allá de nuestras prudencias, sobre todo cuando éstas han enloquecido…".
Son las singularidades de Pontmain, que continúan congregando cada 17 de enero en el lugar a miles de devotos. Singularidad porque todo el pueblo vio y creyó en el instante, y porque el objeto de la aparición (la eficacia de la oración para "tocar" el corazón de Cristo, como Él mismo enseñó: "¿Qué padre hay entre vosotros que, si un hijo le pide pan, le dé una piedra?", Lc 11, 9-13) se cumplió en muy poco tiempo, poco más de una semana, lo que tardó en concluir la guerra.