El pasado sábado 1 de abril, el arzobispo polaco Henryk Hoser ofició en Medjugorje la misa del quinto domingo de Cuaresma y pronunció la homilía, que fue aplaudida en las dos ocasiones en las que transmitió su ánimo a los presentes en cuanto enviado especial del Papa para tomar decisiones pastorales.
Las palabras de monseñor Hoser tuvieron varios momentos de complicidad con los peregrinos, como cuando alabó indirectamente el espíritu cuaresmal que allí se vive: «Hemos rezado durante cuarenta días y seguimos rezando; hemos ayunado y seguimos ayunando; hemos sido más generosos hacia los hermanos y seguimos siéndolo. Esta espiritualidad de Cuaresma os es bien conocida aquí«.
También hizo referencia a la conversión que nos aleja del pecado: «La muerte del alma es mucho más grave [que la muerte del cuerpo] porque podemos morir para la eternidad. Por eso, cada vez que nos convertimos, cuando retornamos a Dios, que es la vida eterna, volvemos siempre al amor, porque Dios es amor. El amor misericordioso nos da la paz interior, la alegría de vivir».
Una conversión que tiene la fe como condición: «Antes de hacer milagros, Jesús pedía la fe. Esta fe abre nuestro corazón a la conversión mediante el sacramento de la misericordia, la confesión sacramental. Nuestro corazón se abre, se purifica, se llena del Espíritu Santo, de la Santísima Trinidad. Y si la Santísima Trinidad habita en nosotros, nos convertirmos en Templo de Dios».
María en nuestra conversión
Monseñor Hose destacó la figura de la Santísima Virgen en la Pasión: «Ella está cerca de Él, sufre con Él. La llamamos la Madre de los Siete Dolores, la Dolorosa. Su sufrimiento y su dolor crecen con los de Cristo hasta el pie de la Cruz. Fue testigo de su muerte terrible en la Cruz. Tomó entre sus brazos el cuerpo torturado y casi destruido de su Hijo. Pero también la tradición cristiana dice que María encontró a Cristo resucitado antes que María Magdalena».
«En la perspectiva de la Resurrección», continuó, «ella nos acompaña, participa en nuestros sufrimientos y dolores si los vivimos en la perspectiva de Cristo. Ella nos ayuda a salvarnos, a llegar a la conversión».
«Sobre todo aquí«, continuó, en un nuevo guiño a los peregrinos que abarrotaban el templo, «la llamamos Reina de la Paz. En la letanía de la Virgen, es la última de sus advocaciones como Regina [Reina]. María es Reina, la contemplamos en los misterios gloriosos del Rosario como Reina del cielo y de la tierra… Y le agradecemos su presencia constante junto a cada uno de nosotros. La Reina de la Paz introduce el fruto de la conversión en nuestros corazones».
Una intervención del cielo
«La paz está amenazada en todo el mundo», dijo el enviado del Papa recordando la frase de Francisco de que ya está en curso una Tercera Guerra Mundial por partes, y evocando el genocidio de Ruanda, anunciado por la Virgen, en unas apariciones que «ya han sido reconocidas», diez años antes de que tuviese lugar.
«Es precisamente en la perspectiva de la falta de paz como la veneración de la Virgen, tan intensa aquí, es tan importante para el mundo entero», dijo el prelado: «Recemos por la paz, porque las fuerzas destructivas hoy son inmensas. La familia se deshace, la sociedad se deshace, hace falta una intervención del cielo y la presencia de la Santísima Virgen María es una de esas intervenciones«.
«Difundid por todo el mundo la paz por la conversión del corazón», añadió: «El milagro más grande de Medjugorje son las confesiones, el sacramento de la reconciliación, del perdón y de la misericordia. Es el sacramento de la resurrección. Agradezco a todos los sacerdotes que vienen a confesar aquí. Hoy hay aquí cincuenta sacerdotes confesando, al servicio del pueblo de Dios. He trabajado muchos años antes en países occidentales, en Francia, en Bélgica… y puedo decir que la confesión ha desaparecido, la confesión personal ya no existe, salvo algunos casos. El mundo se seca, el corazón del hombre se cierra, el mal aumenta, los conflictos de multiplican».
«Los francisanos me han dicho que aquí vienen
peregrinos de ochenta países del mundo«, concluyó Hoser: «Significa que esta invitación [a la conversión] se ha difundido hasta los confines del mundo, como mandó Cristo a sus apóstoles. Hoy sois testigos del amor de Cristo, del amor de su Madre, del amor de la Iglesia. Que el Señor os refuerce y os bendiga».