Una Asociación de Investigadores de Cádiz (ADIP) está estudiando los sucesos de Maremoto del 1 de noviembre de 1755 en Cádiz, que relatamos a continuación.
Eran las nueve y media de la mañana del día 1 de noviembre de 1755.
Cádiz había amanecido con una tensa calma, como un día más de todos los Santos en los que los vivos se acordaban de los muertos. Todo estaba preparado para las sesiones litúrgicas correspondientes.
En ese momento la tierra empezó a temblar, cada vez más, hasta el extremo de mover los edificios con vaivenes.
El temblor duró unos diez minutos, que se hicieron interminables y que causaron el pánico en la población, creando confusión, llantos y lamentaciones, pero al sosegarse calmó los ánimos de una población, al confirmarse que el temblor de tierra sólo había causado la ruina de casas que ya lo estaban.
El terremoto se había sentido de manera atroz en Lisboa, en Portugal, causando grietas de cinco metros en dicha ciudad, y provocando la muerte en la misma de unas 90.000 personas.
La hipótesis más aceptada es que el epicentro estaba en la zona de fractura Azores- Gibraltar, al norte del banco Gorringe. Una superficie del fondo marino equivalente a un círculo de 300 km de radio bajó unos 30 metros durante el terremoto.
Se sintió este temblor en casi toda la península, pero el problema no fue sólo el terremoto. Tras la tempestad vino la calma y, luego, otra vez la tempestad. El mar se retiró precipitadamente, y volvió con una fuerza impresionante.
Las furibundas olas alcanzaron en el litoral gaditano los 15 metros de altura según nos cuentan los cronistas frente a los 5 metros que alcanzaron en Portugal.
Arrasó completamente la zona litoral de la Costa de la Luz, adentrándose en la Bahía de Cádiz. Pequeñas poblaciones como Conil desaparecieron literalmente del mapa, mientras otras como Sanlúcar tuvieron gran cantidad de víctimas humanas.
En Cádiz al divisarse las olas parecía que iban a destruir por completo la ciudad. Nos cuenta Adolfo de Castro que el agua entró por la Caleta, e inundó las calles y casas situadas en sus cercanías, tras haber destrozado la muralla que le hacía frente.
Dice el mismo que hubo poca mortandad porque la mayoría de las personas subieron a las azoteas. Por la Puerta de Sevilla y por la del mar también entraron las olas, pero no con la fuerza que lo hicieron por la Caleta
En la salida de Cádiz se juntaron los mares por el arrecife que conectaba con la Isla de León, pereciendo ahogados todos los que iban huyendo en el camino.
Los religiosos del convento de Santo Domingo expusieron al público la imagen de la Virgen del Rosario con el rostro vuelto a la Bahía.
Retirada por primera vez el mar, Antonio Azlor, gobernador de la ciudad, dispuso que no se permitiese la salida de la ciudad por Puerta de Tierra por si se repetían las embestidas del mar.
Manuel Boneo, capitán de granaderos del regimiento de Soria, que se hallaba de guardia en la Puerta de Tierra, al ver como la multitud en el caos corría a huir de la ciudad y sabiendo que iban a perecer, cerró la Puerta de la ciudad y, además, puso a sus tropas en guardia bayoneta en mano para resistir al pueblo que huyendo de un peligro se podía adentrar en otro peor, la muerte segura en el arrecife de salida de la ciudad.
Se estima que el mar llegó a la ciudad unos 78 minutos después del terremoto, así sobre las 11 y 10 llegó la primera ola, la segunda lo hizo a las 11 y 30, la tercera a las 12, la cuarta a las 12 y 35, y la quinta a la 13 y 15.
Más o menos la cantidad de muertos se cifra en unos 200 en la ciudad entre los que salían por el arrecife y los que perecieron en la parte de la Caleta.
El gobernador Antonio Azlor en una carta a su sobrino el Duque de Villahermosa describiría el hecho como el mejor bosquejo que puede hacerse del día del juicio.
Los dominicos que ya habían puesto a la Virgen del Rosario de cara a la Bahía también expusieron el Santísimo en la Custodia desde las ventanas del convento de Santo Domingo.
El obispo Fray Tomás del Valle, publicó un edicto exhortando a los fieles a dar muchas gracias a Dios y a la Virgen.
Las actas capitulares hablarían de la intervención divina de la Virgen del Rosario desde el 4 de noviembre cuando vuelven a establecerse sesiones.
Pero sin duda, el hecho que más llama la atención se produjo en el barrio de la Viña, en los restos de la Capilla que Fray Pablo de Cádiz había fundado en 1691 con la donación de terrenos por parte de María de Peñalva, cuando el fraile estableció quince Rosarios en Cádiz, siendo esta capilla encomendada al primero, el de la Encarnación.
La capilla había sido totalmente destruida en 1754 en un incendio y sólo quedaban en pie un horno donde se celebraba de vez en cuando misa, y una sacristía adyacente, donde se guardaban las principales pertenencias de la cofradía que se había fundado en la misma, ya entonces denominada de la Palma.
En los momentos de los hechos el padre Bernardo de Cádiz y su ayudante Francisco Macías se encontraban oficiando misa.
Pendón de la Virgen de la Palma ante
el cual se retiraron las aguas
Cuando se producen las llegadas de las olas son muchas las personas del barrio que corren a buscar cobijo y a implorar a la divinidad dentro de la sacristía.
Al ver ambos clérigos lo que pasaba decidieron poner su destino en manos de la Virgen de la Palma, sacando el estandarte de la cofradía y el crucifijo que tenían en sus dependencias.
Cuentan las crónicas que el padre Bernardo y el capellán Macías clavaron el estandarte en mitad de la calle y con el grito de “Hasta aquí y no más, Madre mía” las olas fueron retrocediendo.
Fue tanto el impacto en la ciudad que al poco tiempo se colocó una placa en dicha calle en la que aún se puede leer:
“En el año mil setecientos cincuenta y cinco, primer día de noviembre, la tierra en violentos vaivenes de un temblor se estremecía enfureciendo al mar sus movimientos por los muros de Cádiz se subía preparando el horror, ansias y males, el último castigo a los mortales. Un sacerdote saca fervoroso el guión de la imagen de la Palma; De aquí no pases, dice al mar furioso; y al punto al mar se vuelve y todo calma. Por este caso tan notable y prodigioso esta ilustre hermandad, con vida y alma de Dios y de María, en honra y gloria gratitud erigió esta memoria”.
En 2009, el hermano de la Archicofradía de la Palma, José Luis Ruiz encontró dentro del Archivo de la misma varios documentos en los que se recogen los hechos por escrito tan sólo tres días después del fenómeno, que nunca había sido divulgado con anterioridad y que confirma “la autenticidad” de los hechos.
Se puede leer entre los documentos como la Junta se reúne un mes y medio después y decide que la fecha de salida de la Virgen se instaure en cada día 1 de noviembre y no en el 26 de diciembre como se hacía anteriormente.
Desde principios de Agosto del actual 2014, la Asociación para la Difusión e Investigación del Patrimonio Cultural de la Provincia de Cádiz (ADIP) en colaboración con la Archicofradía de la Palma, se está dedicando al estudio de todos los documentos que contiene el archivo, para ubicar históricamente y de manera científica este hecho y llevar a cabo una publicación con la documentación en facsímil y una edición modernizada, contando también con un estudio artístico de la actual iglesia y un estudio histórico.
De momento se encuentran en la labor de catalogación de los documentos, esperando tener para el 260 aniversario de los hechos listo el trabajo, al que intentarán unir una exposición permanente en la sede de la Cofradía con los hechos del maremoto que se titulará “Hasta aquí, Madre Mía”.
Si la Virgen actuó, o si fue fruto de la casualidad, es cuestión de fe, pero seguro que los viñeros que vivieron el hecho en sí, tal y como se recoge en las actas, no tuvieron más remedio que justificarlos por la intervención divina de la misma, a la que Cádiz desde entonces venera, siguiendo los hechos vivos en la memoria colectiva de la ciudad.