Las grandes objeciones contra la devoción a la Virgen, respondidas con sencillez y claridad

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El padre Guillaume de Menthière, en una de las conferencias cuaresmales que daba antes del incendio de la catedral de Notre Dame.

Guillaume de Menthière, de 57 años, es sacerdote diocesano de París, donde fue ordenado en 1991. Actualmente es canónigo de la catedral de Notre Dame (donde predica las conferencias cuaresmales), profesor en el histórico Colegio de Bernardinos (escuela catedralicia) y cura de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Passy.

Y, además, prolífico autor, con decenas de libros en los que explica y defiende la fe, como el que consagró en 2014 a la vida de la Virgen María: María de Nazaret.

Precisamente sobre Nuestra Señora fue entrevistado recientemente en el portal L’1visible, donde respondió a las grandes objeciones que suelen plantearse contra la devoción católica a la Madre de Dios.

¿Existió la Virgen María?

Puesto que, evidentemente, María es la madre de Jesús, el padre Menthière remite esta pregunta a otra previa: ¿existió realmente Jesús? Porque, si existió Jesús, tuvo que tener una madre.

Pues bien, “nadie duda de la existencia histórica de Jesús”, recuerda el sacerdote: “Ni siquiera los adversarios más encarnizados del cristianismo en los primeros siglos cuestionaron la historicidad de Jesús. Afirmaron que Jesús era un falsario, se burlaron de la credulidad de los cristianos que ponían su fe en un miserable crucificado, alegaron que el cadáver de Jesús había sido robado… Pero ninguno dijo: ‘De todas formas, da igual,  vuestro Jesús jamás existió’”.

Por consiguiente, si Jesús existió, su madre también: no es un personaje literario ni mitológico.

¿Concibió virginalmente?

“María concibió y dio a luz virginalmente un único hijo. Los Evangelios son muy claros”, afirma Don Guillaume.

En efecto, el relato de la Anunciación es inequívoco: «Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?». El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios»» (Lc 1, 34-35).

El padre Menthiêre, divulgador de numerosos temas de fe, ha consagrado esta obra a contar la vida de la Santísima Virgen.

Además, la narración tiene lugar “en un contexto en el que la virginidad no era en absoluto un valor positivo y podía perjudicar la credibilidad del relato«. Si San Lucas lo recoge así, es porque «no podía alterar los hechos, por misteriosos que fuesen: quien fue engendrado en María venía del Espíritu Santo”.

¿No es injusto para José haberse casado para permanecer célibe toda su vida?

Muchos pueden pensar que ese celibato es un trago amargo, reconoce el sacerdote, pero ironiza sobre la supuesta injusticia: “No todos tienen la experiencia de vivir bajo el mismo techo que una esposa inmaculada y que el Hijo de Dios, ¿no? Supongo que eso compensa cualquier frustración, ¿no?”.

¿No tuvo más hijos? Los Evangelios hablan de los “hermanos de Jesús”

Como es sabido, la expresión «hermanos» incluye en las Sagradas Escrituras a los familiares cercanos (primos, tíos y sobrinos), no necesariamente hermanos de sangre.

Pero a este dato de la filología bíblia añade Menthière tres argumentos.

Primero, que si bien los Evangelios habla en algunos pasajes de los “hermanos” de Jesús, “en ningún lugar del Evangelio se dice que María tuviese otros hijos además de Jesús”, y esos “hermanos” jamás son denominados “hijos de María”.

Segundo, si a la expresión “hermanos” de Jesús le damos el sentido de “hijos de María”, el contexto en que se dice sugiere que habrían sido no menos de siete. Ahora bien, cuando Jesús se pierde en el templo de Jerusalén, adonde acude con José y María, “no se habla de más hijos en la Sagrada Familia”.

Por último, “al pie de la Cruz no se ve que la Virgen esté rodeada por tan abundante descendencia, ni que Jesús la confíe a esa descendencia tras su muerte, como sería natural si tuviese hijos menores”, sino que se la confió a San Juan.

De acuerdo, María es madre de Jesús. Pero, madre de Dios… ¿no es un poco fuerte?

“Sí, es muy fuerte”, concede Menthière, pero afirma que en realidad la expresión «Madre de Dios» se queda corta ante los términos de la tradición cristiana griega y latina, pues traduce solo pálidamente el griego Theotokos, que significa «la que da a luz a Dios” y el latín Dei Genitrix, «la creadora de Dios»: «Estas denominaciones son el corolario indudable de la afirmación central de la fe cristiana: Jesús es Dios hecho hombre”.

Y plantea esta distinción fundamental: “La Virgen no trajo al mundo un hijo que luego se convertiría en Dios o al que Dios se uniría. Una madre de obispo, por ejemplo, no trae al mundo un obispo, sino un hombre que luego se convierte en obispo. María, sin embargo, concibió y crió a quien es Dios desde toda la eternidad. Por eso podemos llamar a María con todo derecho “Madre de Dios””.

Otra analogía: “Tampoco una madre es madre simplemente del cuerpo de su hijo. Es madre de su hijo, de su cuerpo y de su alma, de la persona de su hijo, aunque no sea ella el origen del alma de su hijo. Del mismo modo, María es madre de la persona de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, aunque ella no sea el origen de la divinidad de su Hijo. Ella no es madre de la divinidad, sino Madre del Dios hecho hombre”.

¿Y todas esas supersticiones que la rodean? Peregrinaciones, santuarios… ¡es pura idolatría!

“Al contrario», zanja el sacerdote: «Es la Virgen quien impide que el cristianismo degenere en gnosis, idolatría o superstición… Nuestra fe no descansa sobre elucubraciones de teólogos, sobre mitos o sobre conceptos sutiles. Ni las leyendas, ni los filósofos, ni las grandes ideas tienen madre. Mientras que Aquel en quien creemos sí tiene una madre de carne y hueso”. Y

eso hace que sea imposible “plegar el cristianismo a nuestra conveniencia momentánea”, porque si alguien lo intenta, hay una mujer judía del siglo I que nos hace volver a poner los pies en la tierra, que nos precipita en el corazón de la Historia”.

“Las peregrinaciones tienen también esa virtud”, remata: “No se contentan con palabras, comprenden con los pies lo que es la religión de la Encarnación”.

Por último, las apariciones: ¿qué crédito hay que concederles?

Los cristianos “somos creyentes, no crédulos», afirma el padre Menthière: «Nuestra fe es en Dios, no en la Virgen María, y menos aún en tal o cual vidente… La Iglesia ha autentificado solo pocas apariciones (Lourdes, Fátima, Pontmain, Beauraing, etc.). Los fieles deben tener consideración hacia las apariciones reconocidas por la Iglesia, pero no constituyen artículos de fe.

«En el hecho de que la Virgen se haya manifestado a los hombres, a los cristianos les gusta ver el testimonio de su solicitud maternal, de la que no tienen duda porque la han experimentado muchas veces”, concluye.

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