«Estoy seguro de que la Virgen María fue la mejor cantora de todas, cuando cantó el Magníficat»

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Manuel Gámez (Fuengirola, 1927) ha cumplido 66 años como sacerdote en la diócesis de Málaga y es director y fundador de la Coral Santa María de la Victoria y la Schola Cantorum.

Su pasión es acercar a Dios mediante la música. Y tiene una convicción musical muy clara: la mejor música la ha hecho la Virgen.

– ¿El mejor o la mejor cantante de la Historia? – le preguntan en DiocesisMalaga.es

– Estoy seguro de que la Virgen fue la mejor cantora de todas, cuando cantó el Magníficat tras saludar a su prima Isabel. Lo cantaría con tan hondo sentimiento, porque en ella no había más que amor a Dios y lo expresó mediante este canto. Lástima que no había magnetofón en aquella época para recoger sus vibraciones musicales, pero la letra nos ha quedado y no es poco – explica Gámez.

Para imitarla, para cantar las maravillas del Señor como la Virgen con su Magnificat, puso en marcha hace 46 años la coral Santa María de la Victoria, que se llama así en honor a la patrona de Málaga y sigue más activa que nunca.

«Para mí la música es una forma de servir a Dios y al prójimo», explica. «La música ocupa un parte fundamental de la liturgia, expresa el común sentir de aquellos que están participando de la Eucaristía y también se presta un servicio a las personas porque el hecho de que la música les llegue al corazón es una manera de cultivar los sentimientos más nobles de las personas».

A las personas que no se atreven a cantar les dice «que no tengan respeto humano en guardarse la voz y no cantar, no hace falta tener una gran voz para poder cantar las alabanzas al Señor y así expresar nuestro común sentir, manifestando nuestra fe a través del canto, que es una cosa tan hermosa».

El obispo Ángel Herrera Oria, hoy en proceso de beatificación, fue quien le animó, hace 66 años, a ser a la vez músico, profesor de música y sacerdote (también impartía Liturgia e Historia de la Iglesia en el Seminario).

Pero él recuerda con cariño especialmente al primer sacerdote que conoció de muchacho, José Moreno Jaime: «le debo a él mi vocación. En muchos momentos me encomiendo a su intercesión y procuro hacer las cosas como él las hacía: con una gran sencillez y amor a Dios. Este era el fruto de la fe tan profunda en la que vivía, y de su amor a la Santísima Virgen. Un hombre de Dios», recuerda.

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