Madrid celebra este lunes la fiesta de su patrona, la Virgen de la Almudena, que este año se ha visto afectada irremediablemente por la pandemia de coronavirus. La Eucaristía ha tenido que trasladar su celebración habitual en la Plaza Mayor al interior de la catedral. Además, en esta ocasión no ha podido celebrarse la procesión.
La fiesta se ha reducido a la Eucaristía y a la renovación del tradicional voto de la villa realizado por el alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida. Una imagen de la Almudena ha sido colocada en el atrio de la catedral para que pueda ser visitada durante todo el día por los madrileños.
En su homilía, el cardenal Carlos Osoro recordaba que en esta fiesta de la patrona de la ciudad “hay sufrimiento en Madrid por las numerosas muertes en este tiempo, así como por la crisis económica y social”.
«En esta situación de pandemia el Señor nos pide que curemos el mundo. Nos encontramos con heridas profundas, con nuestras vulnerabilidades, con muchas muertes y la enfermedad, con incertidumbres a causa de los problemas socioeconómicos, que golpean especialmente a los más pobres…», indicaba el purpurado.
“Como tantas veces hemos hecho en nuestra historia, pedimos a nuestra Madre ayuda y protección. Renovamos aquel voto de hace siglos y decimos: ‘Santa María, en este momento difícil que atravesamos, acude en nuestra ayuda. Como en las bodas de Caná, pídele a tu Hijo Jesucristo que intervenga y venga en nuestra ayuda. Tus palabras tienen vigencia: ‘Haced lo que Él os diga’. Protege a los más débiles. Danos tu ayuda”, explicó el arzobispo de Madrid.
De este modo, el cardenal indicaba: “Tú, Santa María, provocas que en la vida y en la historia de los hombres, la experiencia de Dios esté con nosotros. ‘Dios estará con ellos y será su Dios, […] ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. […] Todo lo hago nuevo’, como nos decía el libro del Apocalipsis. Tú, Santa María, eres nuestra Madre. Así lo quiso tu Hijo y así te recibimos, como lo hizo san Juan en nombre de todos».
En este sentido, Osoro afirmaba que en “esta situación de pandemia el Señor nos pide que curemos el mundo. Nos encontramos con heridas profundas, con nuestras vulnerabilidades, con muchas muertes y la enfermedad, con incertidumbres a causa de los problemas socioeconómicos, que golpean especialmente a los más pobres… Es necesario que tengamos la mirada fija en Alguien que nos ofrece una nueva manera de vivir y de estar entre nosotros, que nos abre nuevos horizontes. El sí de María nos vuelve a ofrecer un encuentro con el Evangelio de la fe, de la esperanza y del amor, que nos lleva a afrontar con espíritu nuevo creativo y renovador los problemas que nos asolan”.
Recordando las palabras de San Juan Pablo II –“no tengáis miedo”-, el cardenal indicaba que “la Virgen María es experta en esta apertura. Jesucristo sana en profundidad todas las estructuras injustas y sus prácticas destructivas que nos separan a unos de los otros y amenazan a la familia humana y nuestro planeta. ¿De qué modo podemos ayudar a nuestro mundo? Continuando su obra de curación y sanación. La Iglesia sigue ofreciendo modos concretos de sanación: mantengamos el principio de la dignidad de la persona, del bien común, de la opción preferencial por los pobres, del destino universal de los bienes, de solidaridad, de subsidiariedad, del cuidado de nuestra casa común…”.
En su opinión, la pandemia ha sacado a flote “otras patologías sociales más amplias”, miradas “ciegas que fomentan una cultura del descarte individualista y agresiva, que transforma al ser humano en un bien de consumo”.
Por ello, el arzobispo de Madrid cree que la respuesta a la pandemia debe ser doble: “hay que encontrar la cura, pero también hay que combatir la injusticia social y la marginación. En esta respuesta de sanación hay una elección que no puede faltar: la opción preferencial por los pobres, que no es una opción política ni ideológica, ni de partidos, sino que es la opción que está en el centro del Evangelio, en el centro del anuncio de Jesús. De esta crisis debemos salir mejores; tenemos la ocasión para construir algo diferente”.
Por otro lado, recalcó que “Nuestra Madre la Virgen María sale a los caminos de los hombres, no puede guardar para Ella misma el mayor acontecimiento de la historia de la humanidad, que marca un antes y un después en la vida de los hombres. Marcha a ver a su prima Isabel, que en su ancianidad va a tener un hijo. Al experimentar la presencia de Jesucristo hay necesidad de salir y comunicarlo con obras y palabras. La Iglesia es misionera por naturaleza. Salgamos a anunciar a Jesucristo, también en este momento de la historia. La Iglesia desea mover los corazones de los hombres con la presencia real del mismo Jesucristo, como movió María, primera misionera, el corazón de su prima Isabel y la vida de un niño que aún estaba en el vientre de su madre”.
“La Virgen María nos está invitando a conocer la dignidad de cada persona desde el inicio de la vida hasta la muerte. Somos llamados a hacer renacer un deseo mundial de fraternidad y de respeto a la vida. Mirémonos unos a otros. Abramos nuestra vida a todos y a todos los momentos de la vida del ser humano. No somos dueños; no seamos solamente consumidores o espectadores”, agregó.
Por último, el cardenal Osoro recordó que “la Virgen María vivió siempre sabiéndose hija de Dios y, desde el momento en que Jesús en la cruz le dio el título de Madre de todos, lo acogió con todas las consecuencias. Aquel canto que salió de su alma («Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador porque ha mirado la humildad de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí») tiene una vigencia permanente. Evitemos actitudes cerradas e intolerantes: todos somos hijos de Dios y, por ello, hermanos. Sentémonos a escuchar al otro, algo clave en el encuentro humano y así en el camino de la fraternidad local y universal”.
“Con nuestra Madre, Santa María la Real de la Almudena, acojamos estos tres momentos: de confianza, compromiso y valentía y pasión. Confianza para prestar la vida. Compromiso por salir a encontrarnos con todos los hombres y muy especialmente con quienes más lo necesitan. Valentía y pasión por vivir sintiéndonos hijos y hermanos”, indicó en su homilía.