El Papa Francisco presidió la primera Eucaristía del año 2019 en la basílica de San Pedro para celebrar la festividad de María Madre de Dios. En el inicio de su homilía habló del verbo admirarse y recordó que así se quedaban los que escuchaban a los pastores que vieron a Jesús.
“Admirarnos: a esto estamos llamados hoy, al final de la octava de Navidad, con la mirada puesta aún en el Niño que nos ha nacido, pobre de todo y rico de amor. Admiración: es la actitud que hemos de tener al comienzo del año, porque la vida es un don que siempre nos ofrece la posibilidad de empezar de nuevo”.
«Admirarse delante de la Madre de Dios»
El Santo Padre recordó que el año empieza recordando a la Virgen, pues “hoy es también un día para admirarse delante de la Madre de Dios: Dios es un niño pequeño en brazos de una mujer, que nutre a su Creador. La imagen que tenemos delante nos muestra a la Madre y al Niño tan unidos que parecen una sola cosa. Es el misterio de este día, que produce una admiración infinita: Dios se ha unido a la humanidad, para siempre. Dios y el hombre siempre juntos, esta es la buena noticia al inicio del año: Dios no es un señor distante que vive solitario en los cielos, sino el Amor encarnado, nacido como nosotros de una madre para ser hermano de cada uno.
Francisco explicó que María, que es “también nuestra madre” derrama una “ternura nueva sobre la humanidad”. Así se entiende mejor el amor divino, que es paterno y materno –dijo el Papa- “como el de una madre que nunca deja de creer en los hijos y jamás los abandona. El Dios-con-nosotros nos ama independientemente de nuestros errores, de nuestros pecados, de cómo hagamos funcionar el mundo. Dios cree en la humanidad, donde resalta, primera e inigualable, su Madre”.
María hace de la Iglesia un hogar
Por ello, el Pontífice dijo que al inicio de este 2019 “pidámosla a ella la gracia del asombro ante Dios de las sorpresas”. “Renovemos el asombro de los orígenes, cuando nació en nosotros la fe. La Madre de Dios nos ayuda: la Theotokos, que ha engendrado al Señor, nos engendra a nosotros para el Señor. Es madre y regenera en los hijos el asombro de la fe. La vida sin asombro se vuelve gris, rutinaria; lo mismo sucede con la fe”, agregó.
Francisco recalcó que también la Iglesia “necesita renovar el asombro de ser morada del Dios vivo, Esposa del Señor, Madre que engendra hijos. De lo contrario, corre el riesgo de parecerse a un hermoso museo del pasado. La Virgen, en cambio, lleva a la Iglesia la atmósfera de cada casa, de una casa habitada por el Dios de la novedad. Acojamos con asombro el misterio de la Madre de Dios, como los habitantes de Éfeso en el tiempo del Concilio. Como ellos, la aclamamos ‘Santa Madre de Dios’”.
El Papa prosiguió su homilía asegurando que hay que dejarse mirar, abrazar y tomar de la mano por ella. “Dejémonos mirar. Especialmente en el momento de la necesidad, cuando nos encontramos atrapados por los nudos más intrincados de la vida, hacemos bien en mirar a la Virgen. Pero es hermoso ante todo dejarnos mirar por la Virgen”, explicó.
Una luz que ilumina la oscuridad
La Virgen cuando mira “no ve pecadores, sino hijos”, dijo el Papa. Citando el dicho de que los ojos son el espejo del alma, afirmó que “los ojos de la llena de gracia reflejan la belleza de Dios, reflejan el cielo sobre nosotros” y que estos ojos “saben iluminar toda la oscuridad, vuelven a encender la esperanza en todas partes. Su mirada dirigida hacia nosotros nos dice: ‘Queridos hijos, ánimo; estoy yo, vuestra madre’”.
El papel de María es fundamental en la vida del cristianos porque “nos arraiga en la Iglesia, donde la unidad cuenta más que la diversidad, y nos exhorta a cuidar los unos de los otros. Y es que esta mirada de María recuerda a todos que “para la fe es esencial la ternura, que combate la tibieza”.
“Cuando en la fe hay espacio para la Madre de Dios, nunca se pierde el centro: el Señor, porque María jamás se señala a sí misma, sino a Jesús; y a los hermanos, porque María es Madre”, agregó.
Madre de la consolación
Francisco dijo que es necesario confiarse a la Madre y aseguró que es “el remedio a la soledad y a la disgregación. Es la Madre de la consolación, que consuela porque permanece con quien está solo”. Pero además la Virgen sabe –añadió el Pontífice- que para consolar no son suficientes las palabras, se necesita la presencia, y ella está presente como madre. Permitámosle abrazar nuestra vida”.
“Tómanos de la mano, María. Aferrados a ti superaremos los recodos más estrechos de la historia. Llévanos de la mano para redescubrir los lazos que nos unen. Reúnenos juntos bajo tu manto, en la ternura del amor verdadero, donde se reconstituye la familia humana: “Bajo tu protección nos acogemos, Santa Madre de Dios’”. Con estas palabras concluyó Francisco su homilía dedicada a la Virgen y con la que dio comienzo 2019.