Las apariciones de la Virgen en Kibeho (Ruanda), entre 1981 y 1989, anticiparon el genocidio que se viviría en el país pocos años después. Pero su mensaje de conversión sigue vivo, como cuenta Costanza Signorelli en Brújula Cotidiana:
“En aquellos años de horror y de sufrimiento terrible, en los que perdí mis afectos más queridos, sólo tenía un arma en mis manos: la oración a nuestra Madre de Kibeho. En muchas ocasiones, que realmente parecían ser mis últimos días en esta tierra, mi oración era sólo una: ‘¡María, madre nuestra, ayúdame!’. Puedo atestiguar que Nuestra Señora nunca dejó de ayudarme, ¡nunca! Ni siquiera cuando la esperanza parecía perdida”.
Lo cuenta para la Brújula Cotidiana el padre Jean Claude Mbonimpa, un sacerdote de Musanze, un pueblo del norte de Ruanda, donde hace veintiséis años tuvo lugar uno de los acontecimientos más aterradores de la historia del siglo XX. El notorio genocidio de 1994, desencadenado por el odio étnico entre hutus y tutsis, durante el cual alrededor de un millón de ruandeses fueron masacrados con machetes, palos clavados, hachas, cuchillos y armas de fuego.
El sacerdote, que en los últimos doce años fue rector de un gran colegio católico de su país, Notre Dame de l’Étoile, hoy se encuentra en Italia, donde ha ido a profundizar sus estudios en la Facultad Teológica del Triveneto.
Hay algo realmente sorprendente en la vida de este sacerdote. Y no es el escándalo de la espantosa violencia que conlleva su historia, sino el hecho de descubrir que realmente hay un Amor capaz de abrazar al hombre dentro del peor infierno y salvarlo. “Mi gran amor y devoción a María Madre de Dios creció más allá de toda medida durante la guerra y el genocidio en Ruanda”, reconoce.
La Madre de la historia
Si es cierto que en María cada alma y el mundo entero se entrelazan en un único plan de amor, exactamente así fue para Jean Claude.
Su historia personal, atravesada por el dolor y superada por el amor de Dios, se refleja exactamente en la de su pueblo: aquel que quiere seguir los pasos de María en el camino de la humanidad sabe, de hecho, que Ruanda es una tierra surcada y favorecida por la Virgen llena de Gracia.
“Las apariciones de Mamá en Kibeho comenzaron en 1981, y las recuerdo muy bien aunque yo era un niño y vivía al otro lado del país”. La Virgen, a la que Jean Claude llama tiernamente Mamá, se presenta en África como Nyina wa Jambo, que significa Madre de la Palabra. Los acontecimientos sobrenaturales en Ruanda duraron ocho años, desde el 28 de noviembre de 1981 hasta el 28 de noviembre de 1989, durante los cuales la Virgen dio sus mensajes a tres jóvenes: Nathalie (18), Marie Claire (21) y Alphonsine (16).
Uno de los hechos más impresionantes de este ciclo de apariciones marianas es una visión que la Virgen muestra en secuencia a las niñas el 15 de agosto de 1982. Ríos de sangre, fuego ardiente, hombres matándose entre sí y un enorme pozo donde mucha gente está a punto de caer… Las jóvenes ven todo esto mientras Nyina wa Jambo se les aparece profundamente apenada y llorando.
“En ese momento nadie podía imaginar el significado de esas imágenes. Años más tarde se descubriría que Nuestra Señora había predicho exactamente lo que sucedería doce años después con el genocidio del pueblo ruandés”. Jean Claude explica que esa profecía que se cumplió en el tiempo fue una “prueba de fuego” de la veracidad de las apariciones de Kibeho, que el 29 de junio de 2001 fueron aprobadas oficialmente por la Iglesia a través del obispo de Gikongoro, Augustin Misago.
Aunque éste es el hecho más llamativo y conocido de estas apariciones, en realidad Nuestra Señora en Kibeho ha dicho muchas más cosas: “El mensaje que Mamá ha dado en mi país no sólo se dirige a Ruanda, sino a toda la humanidad. Es un mensaje de amor para todos sus hijos que no ha terminado, sino que continúa hoy”.
En cierto sentido, se puede decir que el mensaje de Kibeho no ha terminado. Es más, es extremadamente actual para el hombre y la Iglesia de hoy. En efecto, leyendo las palabras de María en el continente africano, uno queda impresionado por la continuidad total con las profecías que ha ofrecido en Fátima y en Medjugorje: la llamada sincera e incansable a la conversión del corazón, la llegada de terribles pruebas con gravísimos peligros para las almas y la promesa de la victoria para quien decida ponerse al lado de María en el camino de Dios. Todo esto une las diversas apariciones de la Santísima Virgen.
“El mundo va muy mal”, dijo la Virgen a Nathalie, una de las videntes, el 15 de agosto de 1982, “si no hacéis nada para arrepentiros y renunciar a vuestros pecados, ¡ay de vosotros!”. Y también: “El mundo se rebela contra Dios, se cometen demasiados pecados, no hay ni amor ni paz… Si no os arrepentís y convertís vuestros corazones, caeréis todos en un abismo. Quiero liberaros del abismo para que no caigáis en él, pero lo rechazáis”. Otra de sus advertencias: “Llegará el momento en que querréis rezar, arrepentiros y obedecer, sin posibilidad de hacerlo, a menos que empecéis a hacerlo ahora, arrepintiéndoos y haciendo todo lo que espero de vosotros”.
Eso no es todo. En Kibeho, Nuestra Señora advierte sobre otro peligro muy serio: la pérdida de la fe y la apostasía, no sólo en el mundo, sino también dentro de la propia Iglesia. Y nos invita a rezar mucho por los sacerdotes, por los obispos, por los cardenales y por toda la Iglesia, para que siempre puedan proclamar el verdadero Evangelio de Dios, contra la obra destructiva de Satanás que quiere pervertirlos.
La Madre de la Esperanza
Aunque el mensaje es realmente fuerte y “políticamente incorrecto”, no debemos olvidar nunca que la Virgen de los Dolores, como se llama su Santuario en Kibeho, es también Madre de la Esperanza: “La Virgen se aparece y dice la verdad porque quiere que todos nos salvemos, ¡quiere llevarnos a todos al Cielo con Ella! Por eso todos tenemos que escucharla y poner en práctica lo que dice”. El padre Jean Claude está convencido de ello y ha experimentado el poder de la maternidad de María en su piel muchas veces, no sólo durante el genocidio, sino durante toda su vida, especialmente desde que se convirtió en un sacerdote.
“Hace unos años -dice-, en el internado católico donde yo era director, una chica comenzó a sentirse muy enferma. Estuvo enferma durante varios meses y todos estaban muy preocupados por su vida. A pesar de las muchas pruebas y tratamientos, los médicos no podían entender qué enfermedad tenía, tanto que estaban desesperados por su recuperación. El tiempo se agotaba, así que empecé a hacer una novena rogando a la Virgen que salvara a esta joven: ‘¡Madre, por favor – le rogué – haz que los médicos encuentren el problema y la cura!’ El último día de la novena, mientras recitaba el tercer misterio luminoso, recibí una llamada telefónica: los médicos habían encontrado el problema y podían comenzar el tratamiento. En muy poco tiempo la chica estaba completamente curada”.
Al final de la historia, los ojos del sacerdote brillan con emoción y alegría por el regalo de salvación concedido por Dios a esa chica. Por un momento parece posible ver en ese humilde sacerdote la mirada amorosa de María sobre sus hijos. Y entendemos que, si estamos con Ella, nada se pierde, sino que todo contribuye a la salvación que Dios ha preparado para nosotros.