«Dos Coronas»: la masonería celebraba, grosera, su bicentenario… y Kolbe actuó con la Inmaculada

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Este viernes 18 de mayo se estrena en España el emotivo documental con escenas dramatizadas «Dos coronas» (www.boscofilms.es/dos-coronas/), sobre la vida asombrosa de San Maximiliano Kolbe, evangelizador incansable, gran organizador de mente visionaria y mártir de la caridad, un embajador de la Virgen y de Dios en el infierno nazi de Auschwitz.

La película se estrenó en Polonia en 2017, con Michal Kondrat como director y Joanna Ficinska como guionista, y el popular actor polaco Adam Woronowicz en el papel del mártir. Se combinan escenas dramatizadas y dialogadas con actores, muy emocionantes, testimonios de testigos o expertos y la conducción de un narrador que visita los lugares clave de la historia.

La Virgen, de niño, le ofreció dos coronas

La primera escena pone de relieve el papel de la Virgen. Siendo niño, a los 11 años, experimentó una visión que él mismo explicaría luego.

«Esa noche pregunté a la Madre de Dios qué sería de mí. Ella vino a mí sosteniendo dos coronas, una blanca, la otra roja. Me preguntó si estaba dispuesto a recibir alguna de esas coronas. La blanca significaba perseverar en la pureza. La roja, que sería mártir. Dije que yo aceptaría ambas«.

Ese es el planteamiento original de «Dos coronas».

¿Amputar? Mejor agua de Lourdes…

Un ejemplo más de la relación del santo con la Virgen, siendo estudiante, se explica en la película: un médico está dispuesto a amputar su dedo, que se ha infectado. Pero él pide antes ponerle agua de Lourdes y orar a la Virgen. El médico unta con ese agua la herida y la tapa con vendas. Dos semanas después, no hay herida ni infección. El médico solo puede considerarlo un milagro.

La manifestación de los masones

En 1917 el joven Maximiliano Kolbe, estudiando en Roma, vio una manifestación de masones muy anticlericales y groseros en la Plaza de San Pedro. Los masones celebraban su aniversario, 200 años de la masonería. Ya no existían los Estados Pontificios, la Plaza de San Pedro pertenecía al Estado italiano, no había Estado vaticano y los masones consideraban que la Iglesia estaba a punto de desaparecer.

Kolbe escribió que vio como se colocaban con su estandarte «bajo las ventanas del Vaticano. En ese estandarte el arcángel San Miguel aparecía caído en el suelo bajo los pies de un Lucifer triunfante. Al mismo tiempo, incontables panfletos se distribuían en los que se atacaba desvergonzadamente al Santo Padre».

Esta fue la escena que animó a Kolbe a hacer «algo». Y así creó el 16 de octubre de 1917, junto con unos jóvenes compañeros, la Milicia de la Inmaculada (www.mi-international.org). Cada «caballero de la Inmaculada» recibía una Medalla Milagrosa de la Virgen y rezaba su oración con un añadido: «Oh, María, concebida sin pecado, ruega por nosotros que recurrimos a ti. Y por todos aquellos que no recurren a ti, especialmente por los masones y todos los encomendados a ti«.

Están hoy en 48 países. En inglés se les llama Caballeros de la Inmaculada. En otros idiomas, la Milicia de la Inmaculada. Su objetivo, podemos leer, era «convertir a todos, especialmente a los masones», servir a Dios a través de la Inmaculada; pedir por la conversión también de «judíos, cismáticos y herejes».

Primera misa en un lugar muy mariano

Kolbe celebró su primera misa en el mismo lugar en que se convirtió en 1842 el judío descreído Alfonso de Ratisbona por acción de la Virgen María y la medalla milagrosa, la iglesia de San Andrés delle Frate.

Kolbe era un visionario, que se le daban bien los números y las ciencias e incluso dibujaba modelos de «etherplanos», una especie de nave espacial muy parecida a lo que luego sería el Apolo II que llegó a la luna. También era un entusiasta del cine como posible herramienta evangelizadora. Y, sobre todo, de la prensa.

Un periódico… la Inmaculada da el anticipo

Enseguida quiso que los caballeros tuvieran su propio periódico. Necesitaban una cantidad importante y no había forma de encontrarla. Un día, rezando ante la imagen de la Virgen María, presentándole esta obra que quería dedicar al nombre de la Inmaculada, vio un sobre junto a la estatua. «Para la Inmaculada», estaba escrito en el sobre. Y dentro había una cantidad de dinero: la cantidad exacta que habían presupuestado para empezar el periódico. Así fue ella la que parecía darle el visto bueno.

El periódico salió, usaba lenguaje sencillo, contaba testimonios e historias cercanas y experiencias personales, también daba formación doctrinal en pequeñas píldoras.

Pronto llegaron a los 10.000 ejemplares diarios, que imprimían los mismos monjes. Y en pocos años ya eran 135.000 ejemplares diarios, que en fin de semana aumentaba a 225.000. (Pensemos que en marzo de 2017 el mayor periódico de España, El País, apenas llega a los 180.000 ejemplares y El Mundo y La Vanguardia oscilan entre los 100.000 y los 110.000). Aún hoy las publicaciones de la Milicia de la Inmaculada (a menudo aún con el nombre de Caballeros de la Inmaculada) llegan a decenas de miles de personas en todo el mundo.

Un convento de 800 frailes

Kolbe llegó a ser el organizador de un gran convento de 800 frailes, el más grande de su época, y era una tarea complicada. Cada semana llegaban aspirantes a novicios, a servir a la Inmaculada, y cada semana algunos eran expulsados amablemente porque no era ése su lugar: «Gracias por tu tiempo y disponibilidad, la Inmaculada te lo agradece; este no es tu sitio, pero puedes aún hacer mucho bien en el mundo», era lo que se les solía decir.

El convento llegó a organizar su propia brigada de bomberos que servía también a los pueblos cercanos.

En Nagasaki, algo salvó su convento

Más adelante, Kolbe y otros hermanos acudieron como misioneros, a fundar una comunidad, a Nagasaki, en Japón. El docudrama señala que Kolbe, como avisado por una certeza misteriosa, se negó a aceptar el espacio que le ofrecían como sede en el centro de la ciudad. Quiso establecer la comunidad detrás de las montañas que la rodean. Allí crearon su propia reproducción de la gruta de Lourdes. Estar ahí salvó al convento cuando llegó la bomba atómica.

«Dos coronas» recoge el testimonio de un anciano franciscano japonés que tenía 17 años cuando la bomba de Nagasaki destruyó su casa y su familia, a 450 metros del epicentro de la explosión. «Pasé 18 días en las ruinas», recuerda. Después conoció a Kolbe y a los franciscanos. De ellos, y de Kolbe, al que conoció en persona, aprendió «lo más difícil: perdonar».

El docudrama recoge escenas cotidianas de la vida de los franciscanos, que se saludaban diciéndose «María»: al despertarse, por los pasillos…

La ocupación nazi de Polonia

Después llegó la guerra mundial. Los nazis y los alemanes se repartieron Polonia. El 17 de septiembre de 1939 nazis y comunistas colaboraban para tomar la ciudad polaca de Brest Litovsk y desfilaban juntos. En la zona de control nazi de Alemania 3.000 clérigos católicos serían asesinados por los ocupantes, más de 1.800 de ellos en campos de concentración. De la represión anticlerical en zona comunista faltan muchos datos aún hoy.

En el convento del Padre Kolbe acogían refugiados de todo tipo que huían de la violencia, entre ellos muchos judíos (hasta 2.000, dicen algunas fuentes) que luego protegerían la fama de Kolbe de las acusaciones de antisemita. Por supuesto, las autoridades cerraron el periódico pero permitieron pequeñas publicaciones religiosas en el convento. Alguna les molestó y el 17 de febrero de 1941 los alemanes cerraron el monasterio y arrestaron a Kolbe y cuatro más. El 28 de mayo lo transferían a Auschwitz. Era el prisionero #16670.

«Dos coronas» cuenta con el testimonio vivo de uno de los compañeros de prisión de Kolbe, uno de los polacos que logró escaparse de Auschwitz. Kolbe vio hundido a este hombre, que estaba convencido de que moriría en el campo, y le dio esperanza.

Poner dignidad en el lugar más indigno

El docudrama da los detalles de la muerte del sacerdote. Hubo una fuga y Karl Fritzsch, el jefe del campo, ordenó seleccionar 10 hombres para que murieran de hambre en un bunker. Franciszek Gajowniczek, uno de los seleccionados, lloró: «Mi mujer, mis hijos». Y entonces Maximiliano Kolbe salió de la fila y se dirigió a Fritzsch, el jefe alemán. Esto nunca había sucedido: quien se movía de la fila era fusilado al momento.

– ¿Quién eres tú, señor? -preguntó Fritzsch.
Ich bin ein polnischer katholischer Priester (soy un sacerdote católico polaco) -respondió. Y se ofreció para sustituir a Gajowniczek, padre de familia.

Los biógrafos señalan que era absolutamente asombroso que Fritzsch no le hiciera disparar, que se dirigiese a él (incluso como «señor») y que aceptase su propuesta. Pero sucedió, lo vieron los testigos. Y durante dos semanas, el búnker de la muerte, se convirtió en una capilla a la Virgen. Kolbe dirigió a los condenados en el rezo continuado del rosario. Las avemarías se sucedían sin descanso. Otros presos, al pasar por delante, descubrían su cabeza.

Dos veces antes se había infligido ese castigo a presos, siempre entre gritos de odio y blasfemias. En esta ocasión, solo hubo oración. «En un sistema indigno, deshumanizante, Kolbe creó un espacio humano, digno, sagrado», señalan los biógrafos de «Dos coronas». El 14 de agosto, tras dos semanas, solo quedaban vivos Kolbe y dos presos más. Los alemanes querían el espacio y los remataron con una inyección letal. Al día siguiente, 15 de agosto, fiesta de la Asunción, sus cuerpos eran incinerados. Ya nunca más se aplicó este castigo en Auschwitz.

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