El conmovedor poema de Gerardo Diego para la Virgen y el Niño

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Gerardo Diego publicó en 1971 su antología de poesía religiosa, sincera y sentida
Gerardo Diego publicó en 1971 su antología de poesía religiosa, sincera y sentida

Fernando Carratalá ha analizado en un artículo en El Debate (del que hay un par de versiones) una poesía navideña y mariana del famoso poeta Gerardo Diego (1896-1987).

Gerardo Diego fue poeta, profesor, crítico literario, articulista en la prensa diaria, musicólogo, pianista, pintor... y autor de cuarenta libros poéticos originales. Fue uno de los grandes poetas en español del siglo XX: se le considera el mayor representante de la corriente poética llamada creacionismo (considerada una de las vanguardias poéticas) pero también escribía poesía clásica o tradicional. Carratalá lo alaba por tener «un profundo conocimiento de los recursos técnicos del verso y un exquisito sentido musical».

En algunos de los libros de su vertiente tradicional se aprecia una profunda religiosidad. Así, en la obra Versos divinos (1971), en la que Gerardo Diego quiere darle a la temática religiosa un cariz completamente distinto al que tenía en nuestra literatura tradicional. Buscó alejarse de tópicos y de palabrería grandilocuente. El fervor que muestra es original y moderno.

En ese libro publicó su célebre Canción al Niño Jesús:

Si la palmera pudiera
volverse tan niña, niña,
como cuando era una niña
con cintura de pulsera,
para que el Niño la viera…
Si la palmera tuviera
las patas de borriquillo,
las alas de Gabrielillo,
para cuando el Niño quisiera
correr, volar a su vera…
Si la palmera supiera
que sus palmas, algún día…
Si la palmera supiera
por qué la Virgen María
la mira… Si ella supiera…
Si la palmera pudiera…
… la palmera…

Carratalá dice que este poema, «por su agilidad, frescura y delicada ternura, se encuentra en la línea del mejor Lope de Vega. E incluso podría ponérsele música, ya que ofrece un ritmo melódico muy marcado».

Ternura y ritmo magistral

Destaca el analista «la inmensa ternura que derrochan todos sus versos; ternura que alcanza a los personajes (el Niño Jesús, el borriquillo, el ángel Gabriel, la Virgen María), a las sugerentes palabras elegidas para la construcción de unos versos que prolongan su significado emocional -más allá de los límites de la pausa versal- merced al uso magistral de los puntos suspensivos y, especialmente, a esos diminutivos con los que Diego dibuja a las dos criaturas más propiamente infantiles de la composición: el borrico que siempre figura en la estampa navideña del nacimiento de Jesús; y el angelote que tampoco puede faltar en el portal; borriquillo y angelote -Gabrielillo- que la magia de la palabra poética convierte en cómplices ideales para los juegos del Niño Jesús».

Pero el elemento poético central del poema es la palmera: ella es el hilo conductor del poema que nos va a permitir acompañar al Niño Jesús en todo su itinerario vital hacia su trágico destino.

En efecto, la palmera, que está junto al portal cuando nace el Niño, que le acompaña durante su infancia en sus juegos, reaparecerá cuando Jesús se acerca al final de sus días: «Al día siguiente, cuando la gran multitud de peregrinos que habían llegado a la ciudad para la fiesta, se enteraron de que Jesús se acercaba a Jerusalén, cortaron ramos de palmera y salieron a su encuentro, gritando: -¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito sea el rey de Israel!» (Juan 12-13). [Y también el borriquillo figura en distintos momentos clave de la vida de Jesús: junto al portal, durante la huida a Egipto, y la misma entrada en la ciudad de David: «Jesús encontró a mano un asno y montó sobre él. Así lo había predicho la Escritura: No temas, hija de Sión; / mira, tu rey viene a ti / montado sobre un asno». Y, todo ello, Gerardo Diego lo recoge al final del poema de modo sutil (versos 11-12):

Si la palmera supiera que sus palmas, algún día…

Es «una palmera omnipresente a lo largo del poema (hasta siete veces se repite el vocablo), y que lo impregna de suavidad y ternura; una ternura aderezada por la calidez que aportan el Niño, el borriquillo, el ángel Gabriel y la Virgen María, capaces de crear por sí mismos, y junto a la palmera, un cuadro tan bello como conmovedor».

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