Confesiones entre la Virgen de la Amargura de Sevilla y sus camareras: el lado oculto de la devoción

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Oficiada la última misa del día, cuando ya no quedan fieles ni testigos y entre las tres naves de la planta de San Juan de la Palma el eco se vuelve más rotundo, cinco mujeres se reúnen con Ella.

Lo hacen entre cinco y seis veces al año y una de ellas fue el pasado miércoles, cuando se reencontraron con María Santísima de la Amargura para vestirla de Domingo de Ramos.

Entonces, Lola Pérez, Concha Bermudo, María Reyes Rodríguez, Juani Torres y María José Fernández, las camareras de la Virgen, volvieron, tal y como lo describen, a quedar marcadas por una experiencia que consideran única e indescriptible.

«Me llamó por teléfono el hermano mayor -José María Pedernal- y me dijo que iba a ser camarera de la Virgen. No me lo podía creer, y no hacía más que repetirle qué mérito tenía yo para estar ahí», revela Juani.

En septiembre del pasado año, un par de meses después de que se compusiera la nueva junta de gobierno de la hermandad, Pedernal fue llamando a cada una de las cuatro nuevas hermanas que tendrían durante tres años el privilegio de ostentar el cargo de camarera. Lola es la excepción. A sus 78 años, es la única que continúa desde 1959, en la que se nombraban de forma perpetua.

En presencia únicamente de mujeres, se encargan de renovar la indumentaria interior de la Virgen varias veces durante el año. De hebrea, en Cuaresma; para el Domingo de Ramos; con motivo del besamanos, que coincide con el aniversario de la Coronación, el 21 de noviembre; o cuando se traslada la imagen a la capilla de la Inmaculada para la celebración del quinario del Cristo en el altar mayor.

Una vez vestida, tal y como les hayan indicado Guillermo Conde y María del Carmen Candela, priostes de la hermandad, Joaquín López, bordador de los talleres Santa Bárbara, concluye el trabajo colocándole el tocado y el manto.

A finales de octubre, Concha, María Reyes, María José y Juani se quedaron a solas con la Amargura por primera vez, junto con Lola, la veterana, para vestirla de luto.

«Fue muy emotivo. Las camareras salientes desvistieron a la Virgen por última vez entre lágrimas y sin poder siquiera atinar a decir una palabra. Nos dieron el relevo de una forma muy especial», aseguran.

Pero, ¿qué pasos siguen a la hora de vestir a la Virgen?

Se empieza con una visita obligada a la sacristía donde atesoran en una cómoda el ajuar de la Virgen. Se trata de telas de gran delicadeza, muy finas, con encajes y bordados. «Si en Sevilla hubiera una exposición de la ropa interior de las vírgenes -señala Lola-, nos quedaríamos con la boca abierta. Son preciosas».

Una vez elegido el conjunto entre los varios que conserva, todos ellos donados por hermanos de la Amargura, se prepara a la Virgen en el camarín, la sacristía o delante del altar mayor. «Necesitamos mucho espacio y cuando se tiene que cambiar por completo el camarín se nos queda pequeño», afirman.

En desvestir y volver a vestirla se emplean entre dos y tres horas. «Es como cuando vistes a una novia el día de su boda, no dedicas los diez minutos que tardas con la ropa de diario, estás con Ella y como si fueras la madre de la novia, disfrutas y estás pendiente de todo», cuenta María Reyes.

Es quizá en ese intervalo de tiempo cuando los sentimientos de estas cinco mujeres se ponen a flor de piel.

«Influyen muchas cosas -dice Lola-, es un momento bonito, íntimo, de emoción. Al llevar tantos años vistiendo a la Virgen he pasado por épocas muy duras, como la muerte de mi padre o el fallecimiento de alguna camarera, entonces te acuerdas de ellos. Tiene una gran carga emocional, se te queda muy marcado».

«La primera vez que vestí a la Virgen -afirma María Reyes- estuvo mi hija presente, fue una vivencia muy linda, y le dije que si alguna vez era camarera, que se acordara de que su madre, la primera vez que vistió a la Virgen, lo hizo a su lado». A veces, otras mujeres con una estrecha relación con la hermandad son invitadas para ver vestir a la Virgen.

Entre esa nube de emociones quitan y ponen una prenda u otra. «Para desvestirla al completo le retiramos el manto y el tocado, con todos los alfileres del mundo y más (ríen), le sigue la saya, las mangas. los manguitos y el corpiño; después las enaguas, una camisa de manga larga y otra de manga corta. Además le quitamos un vendaje especial que lleva en la cabeza, junto con un pañuelo, para que el rostro de la Virgen no se vea dañado por la corona y, por último, se le retiran las horquillas del moño y se peina».

Este proceso es el mismo que se sigue al vestirla, a excepción del manto y el tocado, donde sólo intervienen Joaquín López y los priostes.

Entre mujeres
Es muy posible que los más escépticos vean en la Amargura una imagen de candelero, de metro setenta de estatura en madera de cedro, con policromía en rostro y manos… Lejos de esta visión fría y desangelada, en el lado opuesto, estas cinco mujeres sienten la talla de la Virgen como una más, un ser querido, una madre a la que rendirle devoción.

«La Amargura es una Virgen muy mujer. Hay imágenes muy hermosas pero parecen jóvenes. Sin embargo, la Amargura es una imagen que refleja tanta madurez que no sabes si en ese momento somos cinco mujeres y una imagen o seis mujeres», admiten.

Casi todas se quedan con un mismo instante, cuando al desvestirla porta sólo una camisa y el pelo suelto. Concha, en este sentido, asegura que desde que su memoria alcanza a recordar ha guardado en su cartera una foto de la Amargura, «la de la Virgen con el moño ha sido siempre una imagen que me ha impresionado porque parece una señora, a diferencia de otras vírgenes con cara de niña, pero verlo en directo fue todavía más increíble. Si tengo que quedarme con un momento especial a la hora de vestir a la Virgen, sería ese, la Amargura con el pelo recogido en un moño».

Entre ellas aseguran tener «una camarería fabulosa». «Nadie quiere destacar y Lola, pese a llevar tanto tiempo, es la primera que nos deja a las nuevas vivir la experiencia. No hay protagonismos. Vestir a la Virgen es tan bonito, que la que busque problemas es que no está en sus cabales».

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