El 25 de enero se puso a la venta el último libro de Brigitte Bardot, Larmes de combat [Lágrimas de combate]. A sus 83 años, la actriz francesa se mantiene en primera línea de la actualidad, principalmente a favor del cuidado de los animales, la causa por la que más se ha movilizado desde que en 1973, tras veinte años de una carrera artística que la convirtió en musa del cine mundial, rodó su última película. “Un día decidí que los animales me necesitaban más que la industria del cine y nunca me arrepentí de retirarme por ellos”, ha llegado a expresar.
Desde los años 90, también su oposición a la islamización de Francia ha dado lugar a más de una polémica, llegando a ser condenada por supuesta incitación al odio.
Larmes de combat, sin embargo, se presenta como una suerte de testamento personal de BB, basado en sus conversaciones en su casa de Saint Tropez, en la Costa Azul, con la periodista Anne-Cécile Huprelle. La protagonista de Y Dios creó la mujer (1956) o ¡Viva María! (1965) va dibujando el retrato de sí misma como una luchadora, jalonando la historia de su vida con reflexiones sobre el hombre y su lugar en la tierra y lanzando un mensaje de espíritu de rebelión y ganas de cambiar las cosas, como de hecho ella ha conseguido al dar notoriedad al animalismo.
Junto a todo ello, hay también lugar para algunos comentarios sobre su devoción a la Virgen María que pueden resultar sorprendentes para muchos, pero no son extraños a su generación: recientemente también Alain Delon confesó esa relación especial con la Madre de Dios.
Los padres de Brigitte eran fervientes católicos, y ella fue educada en un colegio de religiosas, haciendo la Primera Comunión y manteniendo la fe hasta que en su juventud se fue alejando de su práctica y de la Iglesia. Aun así, contrajo matrimonio sacramental al poco de cumplir los 18 años, en 1952, con el realizador y actor Roger Vadim, de quien se divorciaría cinco años después, para mantener luego diversas relaciones y matrimonios.
“Nunca me he sentido a gusto con la idea de la religión. Prefiero una espiritualidad libre, una relación directa con el Cielo”, expresa en el libro, según recoge Caroline Becker en la edición francesa de Aleteia. Y en esa relación directa juega un papel decisivo la Virgen María, a quien se dirige a diario para contarle sus penas y alegrías como si fuese una amiga o una madre, una madre de la que recibe un afecto que, según cuentan sus biógrafos, su madre en la tierra no le facilitó ni a ella ni a su hermana Marie-Jeanne, cuatro años menor.
“Hablo con ella como en la vida real, como en una conversación, más que en un sentido de petición o súplica”, explica.
Hace años mandó construir una capilla en su mansión de La Madrague, en una colina donde el olor a pino y tomillo suavizan el esfuerzo que para ella supone ahora recorrer el sendero y llegar hasta allí.
“Me gusta ir y hablarle con franqueza a la Virgen”, confiesa: “La Santísima Virgen me sostiene desde hace tiempo. Es una presencia íntima y benevolente. Me apoyo en esa idea de dulzura, de pureza, de luminosidad que ella me inspira, de generosidad incondicional y también de protección maternal. Ella también ha sufrido en este mundo. El único dolor de verdad para ella fue la pérdida y crucifixión de su hijo, es algo tremendo, que me conmueve. Ella ha conocido el dolor en sus carnes, así que no puede no ser sensible al dolor de otros”.
En 1960, cuando ya era una estrella, BB intentó suicidarse cortándose las venas en un campo solitario, donde fue encontrada casualmente por un niño. Estuvo dos días hospitalizada antes de recobrar el conocimiento. Fue su momento más bajo, pero también en sus últimos años de reclusión y relativo aislamiento hay un poso de amargura: “El mundo de hoy en día no me gusta, si fuera diferente quizás viviría menos retirada”.
A todo ello parece haber una referencia cuando completa las razones de su confianza en María: “Ella me protege, sé que ella me protege… Si su misericordia no me hubiese acompañado en el momento preciso, habría muerto hace mucho. Estoy convencida”.