Las Sagradas Escrituras y los Padres de la Iglesia hablan claramente del Anticristo que aparecerá en los últimos tiempos, aunque los teólogos hayan debatido a lo largo de la historia sobre su naturaleza. ¿Pudiera ser que llegada esa hora del mundo existiese también una «Antimaría»?
La hipótesis la plantea Carrie Gress, madre de cuatro hijos a quienes educa en régimen de homeschooling, doctora por la Catholic University of America y profesora de Filosofía en la Pontifex University. Sus colaboraciones han aparecido en los principales medios católicos de referencia en Estados Unidos (entre ellos Aleteia, New Advent, Zenit, EWTN Radio y The National Catholic Register), y ha escrito obras de apologética, como Conversiones a empujoncitos. Una guía práctica para que tus seres queridos vuelvan a la Iglesia; sobre temática familiar, como El gran cambio de imagen: el poder transformador de la maternidad; y, con George Weigel, uno de los principales biógrafos de San Juan Pablo II, Ciudad de Santos. Una guía del peregrino a la Cracovia de Juan Pablo II.
En mayo de este año, Carrie publicará en Tan Books su primera obra específicamente consagrada a la Virgen: La Opción Mariana: la solución de Dios para una civilización en crisis. Preparando esta obra, explica en un artículo en The National Catholic Register, estudió a fondo la idea, tan presente en los Padres de la Iglesia al explicar la Redención, de María como la Nueva Eva, complemento de Cristo como el Nuevo Adán. «Esto me hizo pensar», explica: «Si hay un Anticristo, ¿hay quizá un complemento, una Antimaría?».
Gress recuerda que la idea de Anticristo no es sólo la de una persona, sino también la de un movimiento de personas a lo largo de la Historia. ¿Cómo sería entonces esa «Antimaría», de existir? «Esas mujeres», contesta, «no le darían importancia a los niños. Serían obscenas, vulgares e iracundas. Se rebelarían contra la idea de cualquier cosa parecida a una obediencia humilde o al sacrificio por los demás. Serían quisquillosas, frívolas, rencorosas y excesivamente sensuales. También serían egocéntricas, manipuladoras, cotillas, inquietas y ambiciosas. En breve: serían todo lo que María no es».
Carrie no duda de que estamos asistiendo ya a una época de estas características: «El enfoque sobre la maternidad es uno de los primeros signos de que estamos ante un nuevo movimiento. Las madres (tanto las espirituales como las biológicas) son un icono natural de María: ayudan a los demás a saber cómo es María con su generosidad, su paciencia, su compasión, su paz, su intuición, su capacidad para alimentar las almas. El amor de María (y el amor de las madres) ofrece una de las mejores imágenes de cómo es el amor de Dios: incondicional, sanador y profundamente personal».
Pero este icono de María «ha ido desapareciendo sutilmente en las mujeres reales» durante las últimas décadas: «Primero con la píldora, y luego con la llegada del aborto, la maternidad ha caído en una trituradora. Se ha convertido en algo prescindible, hasta el punto de que la cultura dominante asiste sin pestañear a la adopción de un niño por dos hombres».
Todas las culturas hasta ahora a lo largo de la Historia, recuerda Gress, consideraron que «una madre es decisiva (incluso en su imperfección) para alcanzar una edad adulta saludable y madurez espiritual», y «ninguna cuultura puede renovarse sin madurez espiritual». La realidad triste de las personas que han crecido sin madre «no hace sino fortalecer el argumento de que los niños necesitan madres». Y de hecho coincide esa devaluación actual de la maternidad con un auge sin precedentes de «traumas emocionales y mentales y rupturas».
Y lo que se consideran «progresos de las mujeres» no parecen haberlas hecho más felices, sostiene, a juzgar por el crecimiento entre ellas de las tasas de divorcio, índices de suicidio, casos de abuso de alcohol y drogas o problemas de ansiedad y depresión.
María, fuente de dignidad e igualdad de la mujer
Si «nuestra cultura tiene una deuda de gratitud con el catolicismo por la noción radical de que las mujeres son iguales a los hombres», fue gracias a la Virgen María, recuerda Gress. No vino de los griesgos, que consideraban a las mujeres como «hombres deformes»; ni del judaísmo, donde nunca hubo un movimiento de reivindicación femenina; ni, obviamente, del islam.
Esto decía William Lecky (1838-1903), un pensador irlandés racionalista y no católico, sobre esta verdad histórica hoy olvidada: «Dejó de ser esclava o juguete de los hombres, dejó de estar asociadas a la idea de degradación y sensualidad. La mujer, en la persona de la Virgen Madre, se elevó a una nueva esfera, y se convirtió en objeto de un tributo reverencial. Nació un nuevo tipo de carácter, se fomentó una nueva forma de admiración. En una era dura, ignorante e inculta, este tipo ideal infundió una idea de mansedumbre y purza desconocida para las más orgullosas civilizaciones del pasado».
La idea de igualdad pudo arraigar, añade Carrie, porque «María le dio la vuelta a los pecados de Eva».
Los errores del «antimarianismo»
¿Qué nos encontramos hoy, cuando la cultura dominante rechaza ese modelo que fue María en tiempos cristianos? Las mujeres quieren igualdad y respeto, pero para conseguirlos «no siguen la gracia de María, sino los vicios de Maquiavelo: la rabia, la intimidación, la irritación, el acoso. Este impulso agresivo hace que haya quien se enorgullezca de considerarse ‘canalla’, o se sienta ‘empoderada’ vistiéndose como una vagina, o crea que un hijo es algo que te destroza la vida».
«El antimarianismo tiene un auténtico monopolio sobre nuestra cultura», lamenta Carrie: «Casi no hay alternativas en la plaza pública en las que pueda contemplarse una joven. Les quedan pocos modelos. Los titulares de los periódicos y las estrellas de Hollywood le dictan a millones de mujeres y chicas cómo pensar».
Por supuesto que lo mismo sucede con los hombres, a quienes, como sostiene el obispo auxiliar de Los Ángeles, Robert Barron, «se les está robando una adecuada comprensión del eros, ese tipo de amor animado por la belleza y la bondad, eliminado y sustituido por una forma burda de eroticismo».
«Cuando un hombre ama a una mujer», decía el arzobispo Fulton J. Sheen (1895-1979), «cuanto más noble es la mujer, más noble es el amor; cuanto más exige la mujer, más respetable debe ser el hombre. Por eso la mujer es la medida del nivel de nuestra civilización».
«El diablo sabe», añade Carrie, «que todos los signos distintivos de la ‘antimaría’ (rabia, indignación, vulgaridad y orgullos) anulan los grandes dones de la mujer: sabiduría, prudencia, paciencia, paz serena, intuición y la capacidad para una profunda relación con Dios. A cambio, promete poder, fama, fortuna, respeto y placeres rápidos y estériles. Y, como Eva, las mujeres del movimiento antimarino siguen cayendo en sus mentiras».
La solución a este problema, concluye Gress, es «volver a la fuente, regresar a la mujer por medio de la cual toda mujer se dignifica. Por fuerte que sea el movimiento antimariano, María sigue siendo la mujer más poderosa del mundo».