Vivía alejado de la Iglesia, pero quiso mantener una promesa de ir a Lourdes: y eso colmó su familia de bendiciones

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Como atestiguan todos los santos, y en particular San Alfonso María de Ligorio, la Virgen nunca deja de agradecer lo que se hace por ella, incluso sin intención expresa de honrarla. Como muestra, el testimonio recogido por L’1visible:

«Toda nuestra vida de familia cambió»

Soy un hijo de la asistencia pública y fui educado en familias de acogida. La primera vez tuve la suerte de caer en una familia cuya madre quiso que me bautizara, y ella misma fue mi madrina. Desgraciadamente, por los estudios, el trabajo y sobre todo todo por mí mismo, terminé por abandonar el rebaño y dejé de ir a la iglesia.

En 1998, junto con mi esposa Brigitte, vivía en Agen [Nueva Aquitania, Francia] y yo pasaba por un largo periodo de desempleo. Brigitte pertenecía a un grupo de oración. Un día me dijo: “¿Sabes? Me gustaría que fuésemos a Lourdes”. Le respondí: “Es imposible, no tengo trabajo. Los gastos serían excesivos para nosotros”. Además teníamos entonces un viejo Citroën 2CV. Pero le hice una promesa: “En cuanto encuentre un empleo, compro un coche nuevo y vamos a Lourdes. Te lo prometo”.

Un «2 caballos», coche lleno de encanto pero no el más adecuado, a finales de los 90, para emprender un viaje. Imagen: vídeo casero de la década de los 70.

Bloqueado en mitad del puente

En los meses siguientes, finalmente hallé trabajo. Era un puesto de vigilante de un edificio privado en pleno centro de Agen. Como este edificio lo ocupaban sobre todo personas ancianas, me tomé el puesto más como un servicio que como un trabajo. Me agradaba ayudar a esas personas y sentirme útil. Tiempo después, quise cumplir mi promesa, compré un coche nuevo y le dije a Brigitte: “Ahora ya estamos listos, podemos ir a Lourdes”.

Una vez allí, teníamos que cruzar el Gave sobre el puente para llegar a la gruta de Massabielle. Pero, en mitad del puente, me quedo como bloqueado. ¡No puedo caminar! Mis piernas resultan demasiado pesadas. No comprendo lo que me está pasando. Pero una vocecita interior me dice: “¡Tienes tiempo! No vale la pena correr”. Mi esposa se da cuenta de que tengo un problema y me pregunta qué pasa. Se lo explico y me dice: “¡Entonces avanza despacio!” Y vuelvo a empezar, a mi ritmo.

Una vez en la gruta, un escalofrío me recorre todo el cuerpo. Y el mismo escalofrío lo recorre de nuevo cada vez que cuento este suceso. Ocho horas después de nuestro regreso, le pregunto a Brigitte si quiere casarse conmigo por la Iglesia. “¡Por supuesto! ¡Qué alegría!”, me responde, feliz y emocionadísima. Nos habíamos casado en el ayuntamiento 36 años antes. Y en los meses posteriores, nos casamos en la iglesia.

¡Pero la historia no acaba aquí!

“¡Voy a dejar de blasfemar!”

Un día, mi hijo mayor nos llama y nos dice: “Estoy muy nervioso. Espero una respuesta para un puesto de trabajo importante y tenía que decíroslo”. Tras la llamada, mi esposa Brigitte me dice sin dudarlo: “Recemos por él”. Enseguida dejamos todo lo que estamos haciendo y vamos a nuestra iglesia a rezar.

A la vuelta, nada más bajar del coche suena de nuevo el teléfono. Es nuestro hijo, que nos anuncia: “¡Tengo el trabajo!” Brigitte, llorando, le confiesa: “¿Sabes? Acabamos de volver de rezar por ti en la iglesia”. Inmediatamente mi hijo le responde: “Os prometo que, a partir de hoy, no volveré a blasfemar. Es más: ¡voy a bautizar a mis dos hijos! Y yo también quiero bautizarme”.

Fue así como no solo nuestra vida de pareja, sino toda nuestra vida de familia la que cambió por completo. Dios prosigue además su obra en el seno de nuestra familia. En efecto, el 20 de mayo, pedido por él mismo, nuestro niego Théo, de 13 años, hizo su primera comunión y, lo que es más extraordinario aún, mi hijo Pascal y mi nuera Sylvine, sus padres, quieren casarse por la Iglesia después de 22 años de matrimonio civil.

¿Cómo no dar gracias a Dios y alabarle por sus beneficios cotidianos?

Traducción de Carmelo López-Arias.

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