El sábado 2 de abril el Papa Francisco, como hiciera ya Juan Pablo II en 1990, visitó la basílica mariana de Ta’Pinu en el interior de la isla de Gozo, una isla de 67 kilómetros cuadrados (la mitad de tamaño que Formentera, por ejemplo) y 30.000 habitantes, junto a Malta.
Una voz: «recita 3 Avemarías»
Aunque el templo original es medieval, el lugar adquirió popularidad en 1883 por unos eventos peculiares. Una mujer, Karmni Grima, que trabajaba en el campo y pasaba por la puerta de la capilla, escuchó que de dentro salía una voz femenina que le decía en maltés: «entra, entra». Cuando entró, oyó que la voz le decía: «recita tres Avemarías en honor de los tres días que mi cuerpo descansó en la tumba».
La mujer tardó dos años en atreverse a contar esto a su amigo Franceso Portelli. Él le dijo que también él, por esas fechas, escucho una voz femenina que le pedía honrar «la herida de Cristo», la que sufrió llevando la cruz. Poco después, la madre de Karmni se curó milagrosamente de una enfermedad después de invocar a la Madonna Ta’Pinu.
A partir de ahí empezó a recibir muchos peregrinos. En 1931 se consagraba la gran iglesia neogótica (o neorromántica) construida alrededor de la capilla anterior. Asombra su torre de más de 60 metros de altura y su decoración con casi un centenar de vidrieras de colores. Desde 2018, exhibe unos mosaicos de Rupnik que muestran los misterios del Rosario. En ña basílica se exhiben numerosos exvotos, signos de curaciones que los fieles atribuyen a la intercesión de la Virgen María.
Un bebé al que querían abortar en plena pandemia
Con motivo de la visita del Papa Francisco, el rector del santuario, el padre Gerard Buhagiar, explicó a la agencia Aciprensa detalles de una curación milagrosa reciente que él había seguido de cerca, la historia de una madre y su bebé, Lianne Cassar y su hijo Francesco.
Lianne Cassar siempre fue devota de la Virgen de Ta’ Pinu. Estando embarazada, los médicos le diagnosticaron problemas de salud a su bebé, especialmente en el corazón. Aunque en Malta el aborto es ilegal, le aconsejaron ir al extranjero a abortar.
Sin embargo, Lianne decidió continuar con su embarazo y rezaba cada día para que su bebé naciera bien. Aunque con las restricciones del coronavirus el santuario estaba cerrado, el obispo de Gozo, Mario Grech, dio un permiso especial a esta embarazada para que pudiera ir a rezar ante la imagen de la Virgen. También dio permiso al padre Buhagiar para celebrar una misa privada diaria con esta intención.
El 20 de agosto de 2020 el pequeño Francesco nació. Tras cinco días en el hospital, los médicos dijeron a la madre que podía llevárselo a casa pero que «el bebé en pocos días moriría mientras dormía».
Lianne explicó a Aciprensa que buscaron hospitales que quisieran operar al bebé, pero 5 hospitales británicos se negaron a hacerlo. Pero el hospital pediátrico Bambino Gesù en Roma, ligado al Vaticano, sí aceptó al pequeño Francesco. Fue operado el 19 de enero de 2021 y hoy está bien.
“Cada día agradezco a la Virgen porque Francesco está vivo. Confío siempre a mi hijo al cuidado materno de Nuestra Señora de Ta’ Pinu”, dijo la mujer maltesa.
El padre Buhagiar señala: “Soy testigo de este milagro, de una madre, a la que los médicos, cuando estaba embarazada, le sugirieron que interrumpiera el embarazo, que abortara, porque no tenía signos de vida. Siempre venía aquí. Este niño nació con problemas, fue operado y hoy el niño tiene un año y medio y la madre dice siempre: ‘encomiendo a mi hijo a la Virgen de Ta’ Pinu, este niño no es mío, sino que es hijo de la Virgen de Ta’ Pinu’”.
La devoción de las 3 Avemarías y los 15 miércoles
Buhagiar explica las devociones más frecuentes del santuario. “Cada peregrino que viene aquí recita las 3 Ave Marías, y la gente también las recita antes de ir a dormir en casa. Y esta es una devoción muy especial. Luego, algo muy bonito y popular, que son los 15 miércoles antes de la Asunción, porque la imagen es la Asunción de la Virgen María. Estos 15 miércoles comienzan como una peregrinación, un miércoles de oración a la Virgen. Inician el primer miércoles de mayo y terminan la víspera de la Asunción”, resaltó el sacerdote.
Esos miércoles el santuario abre sus puertas a las 4:30 de la madrugada, con la primera Eucaristía celebrada a las 5:00 a.m. y cierra sus puertas a las 10:30 u 11:00 de la noche. Son días de peregrinar y confesarse. “Vienen, no solo los ancianos, sino sobre todo por la tarde, después de que la gente se va a casa del trabajo, después de la cena, encontramos jóvenes y nuevas familias que vienen a rezar en silencio”, indicó.
En Gozo recuerdan la visita de Juan Pablo II con misa el 26 de mayo de 1990 y la ocasión en la que el Papa Benedicto XVI regaló una rosa de oro a la imagen mariana el 18 de abril de 2010 (aunque en la isla vecina, en Malta). Además, en 2018 con ocasión de la bendición de las imágenes colocadas en el atrio del santuario con los 20 misterios en mosaicos realizados por alumnos del sacerdote y artista P. Marco Rupnik SJ, el Papa Francisco regaló una rosa de oro a la advocación del santuario y envió un video mensaje.
“Cristo baja de las manos de María, y espera nuestras manos, para que podamos acogerlo en nuestras vidas. En todos los santuarios, María nunca es el centro. El centro es siempre Cristo”, señala el rector.
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Homilía del 2 de abril de 2022 del Papa Francisco en el Santuario Nacional de Ta’ Pinu en Gozo, Malta
Junto a la cruz de Jesús están María y Juan. La Madre que ha dado a luz al Hijo de Dios está afligida por su muerte, mientras las tinieblas cubren el mundo. El discípulo amado, que había dejado todo para seguirlo, ahora está inmóvil a los pies del Maestro crucificado. Parece que todo está perdido, que todo acabó para siempre. Y Jesús, mientras carga sobre sí las llagas de la humanidad, reza: «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46; Mc 15,34). Esta es también nuestra oración en los momentos de la vida marcados por el sufrimiento; es la oración que cada día sube a Dios desde vuestro corazón, Sandi y Domenico. ¡Gracias por la perseverancia de vuestro amor y por vuestro testimonio de fe!
Sin embargo, la hora de Jesús —que en el Evangelio de Juan es la hora de la muerte en la cruz— no representa la conclusión de la historia, sino que señala el comienzo de una vida nueva. Junto a la cruz, de hecho, contemplamos el amor misericordioso de Cristo, que extiende hacia nosotros sus brazos abiertos de par en par y, a través de su muerte, nos abre a la alegría de la vida eterna. En la hora del final se desvela una vida que comienza; en esa hora de la muerte comienza otra hora llena de vida: es el tiempo de la Iglesia que nace. De esa célula originaria el Señor reunirá un pueblo, que seguirá recorriendo los arduos caminos de la historia, llevando en el corazón el consuelo del Espíritu, para enjugar las lágrimas de la humanidad.
Hermanos y hermanas, desde este Santuario de Ta’ Pinu podemos meditar juntos sobre el nuevo inicio que brota de la hora de Jesús. También en este lugar, antes del espléndido edificio que vemos hoy, había sólo una pequeña capilla en estado de abandono. Se había dispuesto que fuera demolida; parecía el final. Pero una serie de acontecimientos cambiaron el curso de la historia, como si el Señor quisiera decir a este pueblo: «Ya no te llamarán “Abandonada”, ni a tu tierra, “Devastada”; a ti te llamarán “Mi delicia está en ella”, y a tu tierra, “Desposada”» (Is 62,4).
Esa capillita se convirtió en el Santuario nacional, meta de peregrinos y fuente de vida nueva. Nos lo has recordado tú, Jennifer; aquí muchos confían a la Virgen sus sufrimientos y sus alegrías, y todos se sienten acogidos. Aquí también llegó como peregrino san Juan Pablo II, del que hoy recordamos el aniversario de su muerte. Un lugar que parecía perdido, ahora renueva, en el Pueblo de Dios, la fe y la esperanza.
Teniendo en cuenta esto, intentemos comprender también la invitación de la hora de Jesús, de esa hora de la salvación, para nosotros. Nos dice que, para renovar nuestra fe y la misión de la comunidad, estamos llamados a volver a ese inicio, a la Iglesia naciente que vemos en María y Juan al pie de la cruz.
¿Pero qué significa volver a ese comienzo? ¿Qué significa volver a los orígenes?
En primer lugar, se trata de redescubrir lo esencial de la fe. Volver a la Iglesia de los orígenes no significa mirar hacia atrás para copiar el modelo eclesial de la primera comunidad cristiana. No podemos “omitir la historia”, como si el Señor no hubiera hablado y obrado grandes cosas también en la vida de la Iglesia de los siglos sucesivos.
Tampoco significa ser demasiado idealistas, imaginando que en esa comunidad no hayan existido dificultades; al contrario, leemos que los discípulos discutían, que llegaron incluso a pelearse entre ellos, y que no siempre comprendían las enseñanzas del Señor. Volver a los orígenes significa más bien recuperar el espíritu de la primera comunidad cristiana, es decir, volver al corazón y redescubrir el centro de la fe: la relación con Jesús y el anuncio de su Evangelio al mundo entero. ¡Esto es lo esencial!
Vemos, en efecto, que los primeros discípulos, como María Magdalena y Juan, después de la hora de la muerte de Jesús, viendo la tumba vacía corrieron con el corazón estremecido, sin perder tiempo, para ir a anunciar la buena noticia de la Resurrección. El llanto de dolor junto a la cruz se transforma en la alegría del anuncio. Y pienso también en los apóstoles, de los que se escribió que «todos los días, en el Templo y en las casas, no cesaban de enseñar y anunciar la Buena Noticia de Cristo Jesús» (Hch 5,42). La principal preocupación de los discípulos de Jesús no era el prestigio de la comunidad y de sus ministros, la influencia social, el refinamiento del culto. No. La inquietud que los movía era el anuncio y el testimonio del Evangelio de Cristo (cf. Rm 1,1). Porque la alegría de la Iglesia es evangelizar.
Hermanos y hermanas, la Iglesia maltesa cuenta con una historia inestimable que ofrece numerosas riquezas espirituales y pastorales. Sin embargo, la vida de la Iglesia —recordémoslo siempre— no es solamente “una historia pasada que hay que recordar”, sino “un gran futuro que hay que construir”, dóciles a los proyectos de Dios. No nos puede bastar una fe hecha de costumbres transmitidas, de celebraciones solemnes, de hermosas reuniones populares y de momentos fuertes y emocionantes; necesitamos una fe que se funda y se renueva en el encuentro personal con Cristo, en la escucha cotidiana de su Palabra, en la participación activa en la vida de la Iglesia, en el espíritu de la piedad popular.
La crisis de la fe, la apatía de la práctica creyente sobre todo en la pospandemia y la indiferencia de tantos jóvenes respecto a la presencia de Dios no son cuestiones que debemos “endulzar”, pensando que al fin y al cabo un cierto espíritu religioso todavía resiste. A veces, en efecto, el andamiaje puede ser religioso, pero detrás de ese revestimiento la fe envejece.
De hecho, el elegante guardarropa de los hábitos religiosos no siempre corresponde a una fe entusiasta animada por el dinamismo de la evangelización. Es necesario vigilar para que las prácticas religiosas no se reduzcan a la repetición de un repertorio del pasado, sino que expresen una fe viva, abierta, que difunda la alegría del Evangelio. Porque la alegría de la Iglesia, es evangelizar.
Sé que a través del Sínodo habéis iniciado un proceso de renovación, y os doy las gracias por este camino. Hermanos, hermanas, esta es la hora para volver a ese comienzo, al pie de la cruz, mirando a la primera comunidad cristiana.
Para ser una Iglesia a la que le importa la amistad con Jesús y el anuncio de su Evangelio, no la búsqueda de espacios y atenciones; una Iglesia que pone en el centro el testimonio, y no ciertas prácticas religiosas; una Iglesia que desea ir al encuentro de todos con la lámpara encendida del Evangelio y no ser un círculo cerrado. No tengáis miedo de recorrer, como ya estáis haciendo, itinerarios nuevos, quizá incluso arriesgados, de evangelización y de anuncio, que transforman la vida.
Sigamos contemplando los orígenes, a María y Juan al pie de la cruz. En los inicios de la Iglesia está su gesto de acogerse mutuamente. El Señor, en efecto, confió a cada uno al cuidado del otro: Juan a María y María a Juan, de modo que «desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa» (Gv 19,27). Volver al inicio también significa desarrollar el arte de la acogida.
Entre las últimas palabras que Jesús pronunció desde la cruz, las dirigidas a su Madre y a Juan exhortan a hacer de la acogida el estilo permanente del discipulado. No se trató, en efecto, de un simple gesto de piedad, por medio del cual Jesús confió su mamá a Juan para que no se quedara sola después de su muerte, sino de una indicación concreta sobre el modo de vivir el mandamiento más alto, el del amor. El culto a Dios pasa por la cercanía al hermano.
¡Qué importante es en la Iglesia el amor entre los hermanos y la acogida del prójimo! El Señor nos lo recuerda en la hora de la cruz, en la acogida recíproca de María y Juan, exhortando a la comunidad cristiana de cada tiempo a no perder de vista esta prioridad: «Ahí tienes a tu hijo», «ahí tienes a tu madre» (vv. 26.27).
Es como decir: han sido salvados por la misma sangre, son una única familia, por tanto, acójanse mutuamente, ámense unos a otros, cúrense las heridas recíprocamente. Sin sospechas ni divisiones, sin habladurías, rumores o recelos. Hagan “sínodo”, es decir, “caminen juntos”. Porque Dios está presente donde reina el amor.
Queridos amigos, la acogida recíproca, no por mera formalidad sino en el nombre de Cristo, es un desafío permanente. Lo es sobre todo para nuestras relaciones eclesiales, porque nuestra misión da fruto si trabajamos en la amistad y la comunión fraterna. Malta y Gozo: sois dos hermosas comunidades, precisamente como dos eran María y Juan. Que las palabras de Jesús en la cruz sean entonces vuestra estrella polar, para acogerse mutuamente, crear familiaridad y trabajar en comunión. ¡Adelante, siempre juntos! Porque la alegría de la Iglesia es evangelizar.
Pero la acogida también es la prueba de fuego para verificar cuán efectivamente la Iglesia está impregnada del espíritu del Evangelio. María y Juan se acogen no en el cálido refugio del cenáculo, sino al pie a la cruz, en aquel lugar oscuro donde eran condenados y crucificados como malhechores.
Y también nosotros, no podemos acogernos sólo entre nosotros, a la sombra de nuestras hermosas iglesias, mientras fuera tantos hermanos y hermanas sufren y son crucificados por el dolor, la miseria, la pobreza y la violencia. Ustedes se encuentran en una posición geográfica crucial, frente al Mediterráneo como polo de atracción y puerto de salvación para tantas personas sacudidas por las tormentas de la vida que, por diversos motivos, llegan a vuestras costas. En el rostro de estos pobres es Cristo mismo el que se presenta a ustedes.
Esta ha sido la experiencia del apóstol Pablo que, después de un terrible naufragio, fue acogido calurosamente por vuestros antepasados. Los Hechos de los Apóstoles afirman: «Como llovía intensamente y hacía mucho frío, [los nativos] encendieron una hoguera y nos recibieron a todos» (Hch 28,2).
Este es el Evangelio que estamos llamados a vivir: acoger, ser expertos en humanidad y encender hogueras de ternura cuando el frío de la vida se cierne sobre aquellos que sufren. Y también en este caso, de una experiencia dramática nació algo importante, porque Pablo anunció y difundió el Evangelio y, a continuación, muchos anunciadores, predicadores, sacerdotes y misioneros siguieron sus huellas. Empujados por el Espíritu Santo, para evangelizar. Porque la alegría de la Iglesia es evangelizar.
Quisiera agradecerles especialmente a ellos, a los numerosos misioneros malteses que difunden la alegría del Evangelio en el mundo entero, a tantos sacerdotes, religiosas y religiosos, y a todos ustedes. Como ha dicho vuestro obispo, Mons. Teuma, sois una isla pequeña, pero de corazón grande. Sois un tesoro en la Iglesia y para la Iglesia. Vuelvo a decirlo: Sois un tesoro en la Iglesia y para la Iglesia.
Para cuidarlo, es necesario volver a la esencia del cristianismo: al amor de Dios, motor de nuestra alegría, que nos hace salir y recorrer los caminos del mundo; y a la acogida del prójimo, que es nuestro testimonio más sencillo y hermoso en la tierra.
Que el Señor los acompañe en esta senda y la Virgen Santa los guíe. Que Ella, que pidió que recemos tres “Ave María” para acordarnos de su corazón materno, reavive en nosotros sus hijos el fuego de la misión y el deseo de cuidarnos unos a otros. ¡Que la Virgen los bendiga y os acompañe en la evangelización!