Han pasado más de dos décadas desde que se produjera uno de los sucesos más horribles de la segunda mitad del siglo XX, el genocidio ruandés, en el que fueron asesinados de manera sistemática casi un millón de tutsi. Una de las supervivientes fue una joven católica, Immaculée Ilibagiza, que salvó la vida tras permanecer oculta 91 días en un baño.
Durante todo ese tiempo el Rosario fue su fuerza y ella confiesa que le salvó la vida. Pero al salir fuera experimentó otro tipo de muerte al saber que toda su familia había sido asesinada en el genocidio. Tan sólo un hermano que estaba fuera del país cuando sucedió sobrevivió. Y de nuevo la Virgen María acudió en su búsqueda, le dio la fuerza suficiente e incluso le permitió perdonar a la persona que asesinó entre otros, a su padre y a su hermano.
Esa Virgen no era otra que nuestra Señora de Kibeho, conocida como Madre del Verbo, y cuya festividad se celebró este martes 28 de noviembre, y que se apareció en Ruanda, precisamente en esta localidad que le da nombre, en 1981. Reconocidas por la Iglesia las primeras apariciones a varias videntes, Immaculée no puede separar su testimonio de supervivencia de su encuentro con la Virgen en aquellos días oscuros para el mundo.
En Kibeho, la Madre del Verbo mostró a las jóvenes videntes una visión apocalíptica de Ruanda en la que mandaba la violencia y el odio, lo que se considera un presagio de lo que ocurría pocos años después. Precisamente, la localidad de Kibeho fue escenario de dos masacres en aquellos horribles días. La primera, en abril de 1994 en la iglesia parroquial y justo un año después 5.000 refugiados fueron brutalmente asesinados.
Marcada por el amor a la Virgen desde niña
Como si estuviera preparándola para lo que sufriría durante el genocidio, Immaculée desde niña sintió un gran amor a la Virgen, lo que a la postre le salvaría. Durante una reciente conferencia en Estados Unidos, donde vive actualmente y donde ha formado una familia, recordaba que ella aprendió a orar en casa con su familia, profundamente devota.
“En mi familia rezábamos todas las noches. No pasaba una noche sin que nos arrodilláramos frente a la cruz y una imagen de Nuestra Señora, mientras pronunciábamos nuestras oraciones católicas”, contaba esta ruandesa de 40 años y madre de dos hijos.
Este amor por la Virgen se afianzó aún más cuando tenía 11 años y en la escuela escuchó por primera vez la historia de la Virgen de Fátima. Cuando llegó a casa tanto ella como su amiga se escondieron y fingieron ser pastorcitos mientras rezaban para que a ellas también se les apareciera María.
Poco después supo que a apenas tres horas de distancia de su casa, en un pueblo llamado Kibeho, la Virgen María se aparecía a otras niñas como ella. La Madre de Dios nunca se separó de ella, ni siquiera cuando llegó el momento más terrible de su vida.
En 1994 tenía 22 años y se encontraba en casa pues le habían dado vacaciones en la universidad. Entonces, se desató el horror. Grupos armados con machetes y granadas rodearon la casa de la familia -a la que había acudido gente de todo el pueblo en busca de ayuda- y empezaron la carnicería. En medio del alboroto, el padre de Inmaculée la obligó a irse a refugiar a la casa del pastor Murinzi, que era un hutu moderado.
Su peor pesadilla
El pastor, un hombre bueno, la escondió junto a otras seis mujeres. No hablaban, no recibían sino un poco de comida por la noche y casi no podían moverse. Estuvo 91 días escondida en el baño.
Lo único que le queda del día que se marchó de su casa para refugiarse en casa del pastor de la aldea fue la imagen de su padre pidiéndola que se apresurase, y el rosario rojo y blanco que le regaló: “Me dijo que mi fe en Dios iba a protegerme”, recordaba Immaculée.
Ese rosario fue “mi pilar, lo que me salvó de ser violada y asesinada”, señalaba esta mujer. Desde el día que entró en el baño de la casa del Pastor, de un metro cuadrado, “me aferré al rezo del Rosario. Pero mi oración no debió de tener el poder suficiente, pues seguía odiando a los asesinos”.
“Mi peor pesadilla en mi vida fue pensar: ‘¿quién puede morir primero en mi familia?’ Y pensaba: ‘si mi madre muere, no podremos vivir sin ella. Pero si mi padre muere, no podría soportarlo. Si mi hermano muere, mi madre morirá. ¿Quién va a morir primero?”, contaba durante su testimonio.
Cuando tras 91 días y haber perdido gran parte de su peso fue liberada por las tropas francesas, su peor pesadilla se había cumplido: todos habían sido asesinados.
El perdón y el amor en su corazón
Por más que quería, el odio formaba parte de ella pero la Virgen de Kibeho, a la que rezaba, y todo lo que Dios le enseñó en esta situación tan extrema le empezó a cambiar. “Necesitaba poner en práctica todo lo que me había enseñado el Señor en la clandestinidad. Por eso, un día fui a la cárcel a ver a Felicien, el hombre que mató a mi madre y a mi hermano. El mal había envuelto su corazón, pero ahora le invadía la culpa y el remordimiento. Se postró ante mí, y me miró a los ojos con cara de vergüenza, queriéndome pedir perdón. Todos necesitamos el perdón de Dios para poder continuar, y dejar atrás la sangre, el sufrimiento… y el genocidio. Perdoné a Felicien con todo mi corazón. Y estoy segura de que él recibió mi perdón”.
Por ello, en su charla recordó a las familias allí presentes algo que a ella le cambió la vida cuando perdió a su familia: “Nuestra Madre, Nuestra Señora, solía decirnos en Kibeho: hijos míos rezad con sinceridad. Pero si no tenéis sinceridad, rezad por la sinceridad. Rezad con amor, pero si no tenéis amor, rezad para amar”.
De este modo, explicó que “a través del genocidio y especialmente a través de las apariciones de Nuestra Señora, la propia experiencia tiene una manera de enseñarte mucho más fuerte que simplemente escuchar palabras”. Y es que “fue a través del genocidio –añadió- que me di cuenta de que Dios tiene que ser personal, una experiencia de Dios”.
El Rosario de los Siete Dolores
Al compartir su historia y mensaje de perdón y confianza en Dios, Ilibagiza espera dar testimonio no solo de la importancia de la fe, sino también del poder del perdón y la necesidad de reconciliarse con los demás en un mundo dividido. Animó a los reunidos a confiar en María para su intercesión en tiempos de dificultad y los instó a rezar el Rosario, especialmente el Rosario de los Siete Dolores solicitado por Nuestra Señora de Kibeho.
La Virgen le dio a una vidente un encargo particular, el de propagar el rezo del Rosario de los siete dolores de María. Devoción que tiene su origen en diversas revelaciones privadas. Consiste en la meditación de los siete dolores de María: 1- La profecía de Simeón. 2- La huida a Egipto. 3- La pérdida del Niño Jesús. 4- El encuentro con Jesús camino del calvario. 5- Jesús muere en la cruz. 6- María recibe a Jesús bajado de la cruz. 7- Jesús es colocado en el sepulcro.
En el siglo XIV la Virgen había dicho a Santa Brígida de Suecia: “Miro a todos los que viven en el mundo para ver si hay quien se compadezca de Mí y medite mi dolor; mas, hallo poquísimos que piensan en mi tribulación y padecimientos. Por eso tú, hija mía, no te olvides de Mí que soy olvidada y menospreciada por muchos. Mira mi dolor e imítame en lo que pudieras. Considera mis angustias y mis lágrimas y duélete de que sean tan pocos los amigos de Dios”.
En la actualidad, Immaculée es una conocida conferenciante, que da charlas sobre el perdón, algo que ella ha experimentado en primera persona. Además, difunde la devoción a la Madre del Verbo y es autora de varios libros entre los que destaca, Sobrevivir Para Contarlo: Cómo descubrí a Dios en medio del holocausto en Ruanda, del que ha vendido más de dos millones de ejemplares.
María, Reina de las Familias, ruega por nosotros