Mario Enzler es actualmente profesor de Economía en la Busch School of Business de la Universidad Católica de América, en Washington, D.C. Fue músico y trabajó en la banca de inversión, pero lo que realmente marcó su vida fue su paso por la Guardia Suiza y un regalo muy especial que recibió de San Juan Pablo II. Lo cuenta él mismo en su blog:
Mi arma más poderosa
En el calendario litúrgico, el 7 de octubre es la Fiesta de Nuestra Señora del Rosario. Esta fiesta celebra la victoria naval de la flota de la Liga Santa en Lepanto que en 1571 salvó la civilización cristiana de la derrota ante el Imperio Otomano.
El Papa San Pío V conocía bien la tremenda importancia de resistir la expansión agresiva de los turcos y las seguras consecuencias de una derrota a sus manos. La batalla era espiritual y la existencia del Occidente cristiano estaba en juego, así que el Santo Padre llamó a los fieles de la católica Europa a unirse a él para rezar el Rosario pidiendo la victoria de la Liga Santa, dividida internamente por celos y rivalidades y mucho menos numerosa que los invasores. La posterior victoria cristiana, obtenida por la valiente lucha de los hombres y la poderosa intercesión de Nuestra Señora, invocada por los cristianos de Europa, es un hecho histórico bien conocido.
Es muy significativo que los cristianos acudiesen a la batalla bajo una bandera con la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, enarbolada por el sobrino-nieto del almirante Andrea Doria. La Madre de Dios se había aparecido en México cuarenta años antes y una reproducción de su imagen milagrosa se conservaba en la catedral de Génova, uno de los estados miembros de la Liga Santa. Este hecho, menos conocido, me lo contó un fraile agustino ya fallecido que trabajaba en la habitación contigua al magnífico mural de la Batalla de Lepanto en la Sala Regia del Vaticano.
Sirviendo en la Guardia Suiza pasé muchas horas contemplando ese mural, encargado por el Papa y pintado por Giorgio Vasari en conmemoración de la batalla. Muchas veces me encontré allí rezando el Santo Rosario (aunque fuese «a cachos»: la Santísima Madre de Dios habrá sabido bien cómo juntarlos) con el rosario que el Papa San Juan Pablo II me dio una tarde que caminaba en solitario por la Loggia, algo inusual porque normalmente había alguien con él.
Cuando se acercó a mi posición, antes de cuadrarme me di cuenta de que llevaba el rosario en la mano. Debí quedarme mirándolo, porque el Santo Padre pasó primero por delante de mí sin reparar en mi presencia, y luego, repentinamente… ¡me lo encontré delante de mí! Me miró intensamente con sus profundos ojos azules y dijo: “Mario, el rosario es mi oración favorita, maravillosa por su simplicidad y profundidad. Toma este rosario y haz buen uso de él”.
Aquel día decidí que también sería soldado de Nuestra Señora, y me he asegurado de llevar siempre conmigo aquel rosario.
No he olvidado esa decisión, y hoy, muchos años después, cuando cada mañana conduzco por la Avenida New Hampshire de Washington camino de mi despacho en la Busch School of Business and Economics en la Universidad Católica de América, aprovecho para rezar mi rosario diario.
La pasada semana, cuando estaba parado en un semáforo en rojo, alcé la mano con el rosario en ella para coger algo. ¡Para mi sorpresa, por el rabillo del ojo capté la mirada de otro “soldado” de Nuestra Señora! Un hombre típicamente vestido como un hombre de negocios, a los mandos de un coche caro, me miró, levantó la mano también con el rosario y me hizo el signo de levantar el pulgar.
Por inspiración divina, el Papa San Pío V supo mientras rezaba el rosario, mucho antes de que llegase la noticia a Roma –y así lo anunció desde la iglesia de Santa Sabina, en la colina del Aventino en Roma-, que en el golfo de Patras, al oeste de Grecia, la Cruz había triunfado. Hoy también necesitamos un triunfo de la Cruz en nuestras familias, en nuestros lugares de trabajo y en nuestra sociedad.
Queridos amigos, el arma de paz más poderosa que tenemos los laicos, que somos llamados a santificar el mundo entero –empezando por ser santos y luego moldeando nuestras obras a la luz de nuestra fe, de forma que la fe anime cada momento del día- es el Santo Rosario. No os avergoncéis, sed soldados de Nuestra Señora por Cristo en la Iglesia. Rezadlo a menudo; rezadlo con devoción; rezadlo bien.
Traducción de Carmelo López-Arias.